
VERHOHEVEN, ¿UN AUTOR EN HOLLYWOOD?
Llegados a este punto surgen varias preguntas. La más importante en mi opinión, ¿se puede considerar a Verhoeven un autor?; esta pregunta, peligrosa donde las haya, la comentaremos con más detenimiento posteriormente. Ahora me gustaría responder a las otras preguntas: ¿se puede condenar el cine de alguien que no comparte las ideas políticas de uno, sólo por eso? ¿no era John Ford un declarado pro-militarista, de ideas, en ocasiones, ultraderechistas, y, en cambio, nadie niega su maestría?... partiendo de la premisa de que el cine de Verhoeven es comercial, a veces, extremadamente, ¿es lícito menospreciarlo por ello?, ¿no lo era también el cine de Alfred Hitchcock o el de Billy Wilder?. Es evidente, que no son lo mismo los tres directores nombrados y el holandés: pero valgan de ejemplo a la hora de evaluar la validez creativa de alguien como Verhoeven, que no será ideológicamente perfecto, pero cuyo cine dista bastante de ser despreciable, fascista u otro de esos bonitos adjetivos que se le atribuyen.
Retomando la primera pregunta que nos hacíamos, creo que a Verhoeven, como a la mayoría de cineastas que trabajan o trabajaron en Hollywood, no se le puede colgar la etiqueta –actualmente este calificativo se ha devaluado tanto que es casi una etiqueta- de autor, como se entiende en Europa, ya que, como es sabido, los modos de producción y los intereses son muy diferentes de un lado a otro del Atlántico. Sin embargo, si que se puede asegurar que los films americanos de Verhoeven atienden a un discurso cinematográfico más personal de lo que pudiera parecer a primera vista, sin llegar tal vez al estadio de El cuarto hombre, un excelente film y el más personal de todos cuanto ha hecho. Y es que hasta en una película, tan maltratada –en parte, con razón- como Showgirls (Id, 1994) se puede descubrir los rasgos distintivos del cineasta: esa habilidad para proponer una atmósfera inquietante gracias a un gran sentido de la puesta en escena, que, en este caso, salva la película del caos más estrepitoso; y sobre todo ese collage de géneros en una sola película, que se funden y complementan a la perfección, junto con la cita cinéfila bien entendida y aprendida como en la notable Instinto Básico, en la que se aprecian bajo el formato de thriller erótico alguna constante del cine negro, del cine policiaco, y, como no del suspense, con Hitchcock siempre en la recámara. La cita del maestro inglés no resulta gratuita: es uno de los directores que más admira el realizador holandés, y algunas de sus películas tienen claras alusiones a él, mas ninguna como en Instinto Básico. Pero aquí, donde la puesta en escena tiene mucha importancia, se reconoce la marca personal de Verhoeven, para algunos tremendamente efectista, por más que tenga más sentido del cine que la mayoría de tontorronas producciones made in Hollywood.
También se percibe la influencia hitchcockiana en la estupenda Desafío Total, que, aunque se trata de un film muy lejano en la forma a los del maestro inglés, no lo es tanto en el fondo: el protagonista es un remedo del falso culpable hitchcockiano y aparecen ya los personajes femeninos enfrentados, una rubia y otra morena. Pero más que estas citas cinéfilas lo que ofrece Desafío Total es un sugerente cruce entre fantastique y cine de aventuras, aderezado con inevitables dosis de humor (negro) y protagonizado por el ex-culturista Arnold Schwarzenegger, caracterizado por las constantes de ambos géneros: buenos, malos, traidores, mentirosos, fantasía, ritmo... El espectador consciente de que lo que está presenciando es un auténtico espectáculo se ve rápidamente atrapado por la aventura del protagonista que es seguida con ferviente interés hasta el clímax final en el que los buenos ganan, los malos, traidores y mentirosos perecen y el planeta –Marte, en este caso- se convierte en un lugar muy bonito donde vivir. Todo esto esta espléndidamente puesto en imágenes y notablemente narrado gracias al talento de Verhoeven y de un grupo técnico admirable, en un film que sabe de sus propias limitaciones y se beneficia de ello.
Como he dicho, el mayor atractivo del cine de Verhoeven se centra en su evidente habilidad visual, en la facilidad para combinar géneros y la brillantez narrativa, por encima de los libretos con los que trabaja (cf. Instinto básico), que atesoran sus mejores films; sin embargo, para sus más sangrantes detractores su cine se edifica sobre la exaltación de la violencia, la muestra enfermiza del sexo... con intenciones pura y únicamente comerciales. Tal vez radique aquí la razón por la cual films como Robocop (Id, 1987) y Starship Troopers (Id, 1997) sean rápidamente acusados de fascistas, violentos y vulgares, sin querer ver más allá y aceptando una opinión preponderante. Y, vaya por delante, que no soy ningún ferviente admirador de estos dos films, pero mi opinión dista mucho de esa simplona valoración. Robocop, el primero de los films americanos de Verhoeven, que llegó a Hollywood tras Los señores del acero -una coproducción europea rodada, en parte, en España, que desconozco y que, según me comentan, es una de las mejores películas de su realizador-, es una curiosa mezcla de thriller y ciencia-ficción, que contiene sus mejores momentos en el retrato de un futuro sórdido engullido por la tecnología, mezquinos ejecutivos y un caos social absoluto y, sobre todo, del policía convertido en la máquina perfecta de ley y el orden, que sin embargo todavía mantiene recuerdos de su vida precedente. Sin embargo, todo esto se ve minimizado por la trama más evidente y más digerible, el enfrentamiento entre los buenos y los malos en una simplificación tan reaccionaria como decepcionante. En Starship Troopers se encuentra lo mejor y lo peor del director, es un perfecto ejemplo de las virtudes y limitaciones del cineasta holandés. Nada que ver con ese pretendido panfleto fascista que algunos vendieron, Starship Troopers es una divertida comedia de ciencia-ficción que arremete contra la mediocridad imperante en cualquier sociedad actual (cf. esa memorable primera parte de película a modo de un capítulo de cualquier serie para adolescentes), caricaturiza a los militares, ataca directamente contra los medios de comunicación, ridiculizándolos, se ríe de películas de acción como la horrible (y, esta sí, fascista) Independence Day (Id. Roland Emerich, 1996), etc. Sin embargo, los excesos en todos los sentidos de Verhoeven y una verborrea innecesaria minimizan los logros de un film que podía haber sido una gran película de ciencia-ficción.
En la misma línea se encuentra el último film del realizador, El hombre sin Sombra, que supone una sorpresa para mal: lo que podía haber sido una gran versión del clásico tema de la invisibilidad –la primera hora de película está bastante bien- se queda en un decepcionante juego para adolescentes, que termina por parecerse demasiado a títulos de la calaña de Scream (Wes Craven, 1996) o Sé lo que hicisteis el último verano (I Know What You Did Last Summer. Jim Gilliespie, 1997). Esperaremos, no obstante, con impaciencia el próximo film del holandés, en el cual queremos seguir confiando.
Por Doctor Fausto
Extraído de Revista SOLARIS