
Como tampoco lo es “película sorpresa”. Y aunque lo fuera. ¿Qué crítico puede perderse la nueva película de Jia Zhang-ke (de quién Venecia presentaba otra película documental en una de sus paralelas y sobre la que ya no vamos a preguntar)? Pues los mismos que día a día fueron destrozando en sus crónicas los trabajos más recientes de Apichatpong Weerasethakul, Tsai Ming-liang, David Lynch o Jean Marie Straub & Danièle Huillet. Estas perlas de la crítica cinematográfica pueden consultarse como anexo del citado artículo de Tren De Sombras, una desternillante selección que ayuda a comprender muchas de las cuestiones que planteaba en la columna del mes de agosto “Después del cine” (El Amante 171). Año tras año el Festival que dirige Marco Müller sigue constituyendo una fuente inagotable de polémicas. En justicia esta columna bien podría titularse “¡Viva José M. López!”
No estamos ante una cuestión de gustos. El asunto es mucho más grave, tiene menos gracia de la que pudiera parecer en principio y debería hacer reflexionar a los responsables culturales de la prensa española, de aquella que se cita en “La catatonia nacional” y de otras muchas publicaciones que inciden en idénticos males: el continuo menosprecio —cuando no el insulto— de todo aquello que se sale de la norma o no es universalmente aceptado, poniendo en sospecha permanente la contemporaneidad —en oposición al clasicismo arcádico—, en particular aquel cine que renuncia a la narratividad convencional o el cine asiático en general, más allá de tres o cuatro nombres que han acabado por ser aceptados tardíamente (Takeshi Kitano, Wong Kar-wai, Kim Ki-duk) cuando no hace tantos años sus defensores eran tachados de elitistas y snobs —y los cineastas citados de desconocidos e impronunciables. La palabra clave es “responsabilidad”. Eso sí, acompañada de algunas dosis de respeto y humildad.
En un documental dirigido por María de Medeiros, Pedro Almodóvar se mofaba de los críticos: “ningún niño dice que de mayor quiere ser crítico de cine”. Eso es tan cierto como que la crítica es un oficio esencialmente juvenil. Quiero decir, para practicarlo son indispensables ciertas dosis de entusiasmo, pasión, rebeldía, arrogancia y ganas de romper con el pasado que sólo podemos asociar con la juventud. Al llegar a edades más respetables el crítico puede tornarse en profesor universitario, director o lo que sea, salvo, eso sí, que mantenga un espíritu juvenil. Mental, genética y espiritualmente la mayoría de la crítica española bordea la edad de la jubilación, siendo uno más de los sectores de la cultura que no ha sufrido la necesaria reconversión en forma de renovación generacional. Que nadie me malinterprete, estoy equidistante de unos y otros, de los críticos más jóvenes que escriben en publicaciones marginales y de los más maduros asentados desde hace años en los más importantes medios de comunicación.
Equidistante generacionalmente, por supuesto. Si reclamo esta renovación es porque me pregunto cuál puede ser la función de una crítica que rechaza por sistema el cine contemporáneo más joven y se niega a interpretar todas las mutaciones que se han producido en el último cuarto de siglo. Imagínense un politólogo anclado en la Guerra Fría o un comentarista de fútbol lamentando una y otra vez la suerte corrida por el gran Torino de finales de los cuarenta en la tragedia de Superga. Han cambiado las películas y la forma de verlas; ha cambiado la crítica y la forma de leerla; quizá los festivales, los grandes escaparates de la maravillosa heterogeneidad del cine contemporáneo, estén reclamando también un nuevo tipo de crítico, más abierto y puede que también más joven.
Jia Zhang-ke, ese chino desconocido y de nombre impronunciable, se alzó con el primer premio en la Mostra de Venecia. Una de las películas españolas seleccionadas en una paralela, Azuloscurocasinegro, ganó en cambio dos premios, el de la Etiqueta del Cine Europeo (?) y —lo juro— el de la Unión de Ateos y Agnósticos Racionalistas (??), dos premios no oficiales pero sin duda más justos y ecuánimes, tal y como se encargaron de vocear los mismos medios que consideraron que Naturaleza muerta no era un título adecuado para la noche ni para la hora de la siesta. Ahí sí que Jia Zhang-ke no tenía nada que hacer.
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