Aunque empieza a estudiar medicina, pronto ve que no es ese su verdadero camino y, en 1926, se consagra plenamente al grupo teatral Dartmouth Players. A partir de entonces, su nombre se asociará a la escena durante los veinte siguientes años de su vida, donde pasará por todas las categorías posibles hasta debutar en la dirección en 1933 con Little Ol’Boy, de Albert Bein. Pondrá en escena espectáculos como Payment Deferred, con el gran Charles Laughton, en Londres o las producciones de Rothafel en el famoso Radio City Music Hall de Nueva York, en los que combina una estética antirrealista con apreciaciones políticas muy radicales. Emprenderá un viaje de estudios por Europa (Francia, sobre todo) del que volverá muy influido por las teorías de Piscator, la práctica de Meyerhold y las concepciones de Bretch. A finales de los años treinta y primeros de los cuarenta, dirigirá algunos cortometrajes de encargo y más de 90 emisiones radiofónicas para las prestigiosas NBC y CBS.
Firma, en 1943, su primer contrato con la Metro, pero recibe, inoportunamente, la llamada de la patria. A su vuelta, rueda un episodio de la serie Crime Doesn’t Pay y, para la propia compañía del león, un filme documental educativo, A gun in his hands (1945). Sin embargo, no dejará nunca de lado el mundo de la farándula y, en 1947, dirige Galileo Galilei de Berltolt Bretch.
Al año siguiente se produce su verdadero debut en el cine, El muchacho de los cabellos verdes (1948), una curiosa alegoría contra el racismo que produjo la RKO. Le seguirán una brillante serie de thrillers, de los que cabe destacar, El merodeador (1951), un complejo y sensacional estudio psicológico y sociológico de un arribista fracasado que pretende subir de escala social, y M (1951), un remake de la obra maestra de mismo título de Fritz Lang.
En los últimos meses de 1951, mientras estaba rodando en Italia Stranger on the Prowl, Losey se entera de que había sido nombrado en las declaraciones de dos amigos suyos ante el Comité de Actividades Anti-Norteamericanas. Como conocía los destinos de los “blacklisted” de Hollywood, en los tiempos de la Caza de Brujas del tristemente célebre Senador de Wisconsin, Joseph McCarthy, Losey huyó al Reino Unido, donde comenzaría su mejor etapa, alternando filmes comerciales con otros mucho más personales; si bien, y aunque gozó de completa libertad, tuvo que firmar los primeros de estos filmes con seudónimo, debido a la todavía cercana amenaza mccarthista.
Desde su primer filme norteamericano, Losey revela una gran maestría y un especial cuidado en detalles simbólicos, en la puesta en escena, y unas constantes teatrales de las que nunca se desprenderá, mostrando un agudo sentido del sufrimiento de los seres más vulnerables y de la irremediable soledad humana. Todos estos factores eran combinados para dar a su trabajo una calidad alegórica imprescindible, por lo que, junto al didactismo y al punto de vista pesimista de Losey, su obra se apartó de audiencias más bien populares. En el resto de su filmografía americana, se constata el gran talento que posee en las ya citadas El merodeador, M y en The lawless (1950) y The big night (1951), las cuales se podrían enclavar perfectamente en la serie negra.
Instalado ya en el Reino Unido, firma, por fin en 1952, Stranger on the Prowl con el nombre de Andrea Forzano, y las dos siguientes, El tigre dormido (1954), obra de una sutil perversidad, e Intimidad con un extraño (1956), con los de Victor Hambury y Joseph Walton respectivamente. Estos dos últimos filmes, que realizó gracias a las influencias de un amigo, no aportarán nada a su evolución cinematográfica. Pero a partir de Time without pity (1957), Losey volverá a retomar su mejor pulso norteamericano.
Con la magistral Rey y Patria (1964) denunciará la pena de muerte de manera sombría, dura y, sobre todo, con un amargo pesimismo, pero el lirismo aflorará con fuerza cuando el momento lo requiera; adolece, quizá, de su origen teatral, pero la fuerza de sus imágenes, el patético dramatismo de los gestos y la memorable composición de Dirk Bogarde han terminado por situar a esta prodigiosa obra en el lugar donde le corresponde.
En 1963, inicia, con El sirviente, la primera de una serie de tres colaboraciones con el dramaturgo Harold Pinter como guionista. Las otras dos serían, Accidente (1967) y El mensajero (1971) -Palma de Oro del Festival de Cannes-. El Sirviente es, sin lugar a dudas, la mejor película de Joseph Losey, y una obra maestra del cine en general; habla sobre las relaciones amo-sirviente y, por encima de todo, sobre las escabrosos aspectos de la dominación y el servilismo. Losey, con una dirección sutil, atroz y eficaz, y gracias a una admirable interpretación de conjunto (Bogarde vuelve a estar enorme) y a un prodigioso guión, escenificará a la perfección la lucha de clases y el choque entre individuos de diferente condición social, aspectos ambos que siempre estuvieron muy presentes en su cine.
Losey y Pinter también intentaron llevar a la pantalla una de las novelas de Marcel Proust encuadrada en su monumental En busca del tiempo perdido, pero mientras que el guión de Pinter fue incluso publicado, la película nunca se llevó a cabo. De hecho, Losey, como Welles, es casi mejor conocido por sus numerosos proyectos no terminados, o ni siquiera empezados, que por los que sí terminó. Hay que recordar que, poco antes de ser inluido en la lista de McCarthy, había sido elegido para dirigir Solo ante el peligro, película que firmaría Fred Zinnemann.
En 1976, Losey vuelve a Francia (donde es considerado uno de los grandes autores de culto del cine) para dirigir tres películas en francés. Su último filme, Steaming, póstumamente estrenada en 1985, fue su primera película en inglés en casi una década. A principio de los ochenta, Losey estuvo a punto de hacer realidad su sueño: dirigir en su tierra, en los Estados Unidos. Tuvo dos proyectos: uno de ellos fue interrumpido durante su rodaje; del otro poco, o nada, se sabe.
Otros filmes interesantes en su filmografía fueron Estos son los condenados (1961), Eva (1962), según una novela policiaca de James Chase, y Una Inglesa Romántica (1975). Como eminente hombre de teatro que fue siempre, filma, en 1975, Galileo de Bretch, y cuatro años después la espléndida Don Giovanni, interpretada por Raimondi, Van Damm y Kiri Te Kanawa. En El Otro señor Klein (1976) el director norteamericano se apoya en una realidad histórica, una época en la que Francia está contaminada por el racismo y las leyes raciales, reconstruida de manera verosímil, para ofrecer otra versión, representación de El Proceso, de Kafka.
La inteligencia de la narración, el gran poder de seducción de la puesta en escena y las imágenes de Losey y las interpretaciones de Alain Delon y Jeanne Moreau hacen de este filme uno de los mejores trabajos de su período europeo y, sin duda, el más representativo de los que hizo en Francia. Los otros dos, de menor calidad, fueron Las Rutas del sur (1978) y La Truite (1982). Losey podía a veces pecar de pretencioso, retorcido y de sentir una extraña fascinación por la dominación y la repulsión, pero resultaría totalmente injusto no reconocerle como uno de los más grandes cineastas nacidos en Estados Unidos.