VINCENT WARD
Sobre River Queen
-Usted retrata la colonización inglesa sin distinguir entre “buenos” y “malos”. ¿Existe algún sentimiento de culpa entre los británicos por su invasión?
-No he entrado en ese tipo de consideraciones. Me interesaba mostrar un conflicto entre dos comunidades, una más sofisticada como era la inglesa y otra más primitiva, como la maorí. Y muy específicamente esas personas que estaban en medio de ambos lados. Hasta cierto punto es una situación semejante a la Guerra Civil española ya que miembros de ambas comunidades lucharon con el bando supuestamente contrario. Sobre todo hubo muchos maoríes que se alistaron al bando británico.
-Por tanto, no tenía ninguna intención de “denunciar” las barbaridades inglesas.
-Se cometieron barbaridades en ambos lados. Los maoríes, por ejemplo, no hicieron nunca prisioneros, mataban a todo el mundo. Esa no era la política inglesa. La parte buena fue que, al ser los nativos guerreros feroces, hubo que negociar en seguida. Eso ha tenido como consecuencia que en Nueva Zelanda el racismo haya sido mucho menor que en otros lugares colonizados por los ingleses. Es un rasgo nacional del que todo el mundo se siente muy orgulloso. Mi país fue el primero en aprobar el sufragio femenino o los derechos de los homosexuales.
-En realidad, a pesar de algunas atrocidades el filme mantiene un tono poético, incluso de fábula.
-Los maoríes tienen una creencia muy profunda en que cuando uno se muere se queda en el mundo de los vivos. Es una cultura en la que lo sobrenatural tiene una gran presencia.
-Asimismo, hay un componente de película de aventuras muy clásico...
-Por supuesto, aunque he introducido variaciones. No es tan normal que una mujer sea la protagonista. Además, no es una historia de buenos y malos al uso. Hay cosas que me gustan del legado británico y otras del maorí. Es menos simplista que lo que el género marca.
-Sin duda, el tema esencial es el de la identidad.
-Es un asunto que tiene mucho que ver con la propia Nueva Zelanda, que es un lugar extraño. Por una parte, herederos de la tradición occidental, en medio del modelo americano y el europeo aunque al mismo tiempo muy lejos de ambos continentes. Por la otra, con esa raíz maorí. Además, yo mismo me identifico con el niño protagonista. Soy hijo de una judía alemana y un católico irlandés. Crecí entre varias culturas.
-La exuberante naturaleza es casi un personaje más.
-Es inevitable en un país como Nueva Zelanda. Lo que me interesaba era situar al hombre en un contexto en el que no puedo dominarla. En mi país, uno siempre tiene la sensación de que la noche se lo puede tragar a uno. Aquí todo está fuera de control. El hombre no es el rey del universo.
-El filme cuenta una historia muy concreta para retratar ese período. ¿Se inspiró en algún hecho verídico?
-Hay una base real, sí, compuesta de varias historias. Una es la de una mujer médico que durante cinco semanas estuvo atendiendo a altos cargos militares maoríes. Otra es la de una mujer que fue secuestrada por los nativos a los 7 años y no fue encontrada hasta mucho después gracias a una cicatriz que se había hecho de muy niña. Cuando se reencontró con sus ancestros, no quiso saber nada de ellos. Hay muchas historias maravillosas de esa época prácticamente desconocidas. Además, yo mismo viví en una comunidad maorí durante dos años, el tiempo que me llevó rodar un documental.