Cuando estaba haciendo la filmografía de Griffith, me topé muchas veces con varios nombres. De mujer. Lilian y Dorothy Gish, Mae Marsh, Carol Dempster, Mary Pickford. En la búsqueda de imágenes, siempre aparecían muchas más de ella. Una cara dulce, unos rizos perfectos y una mirada demasiado inteligente, demasiado resuelta. Primero me la encontraba como actriz. Luego como guionista. Y fue lo que me atrajo más.
Eso fue hace mucho tiempo. Luego la vi actuando: yo siempre llego a destiempo a todas partes. Vi su forma de moverse, su cara expresiva, su dulzura y su temperamento. Y, cuando volví a actualizar la filmografía de Griffith, a rehacerla entera, me di cuenta de la cantidad de trabajo que había hecho por encargo: Miike, Suzuki… y de las pocas que había hecho porque a mí me apetecieran. Así que quise retomar a Pickford. Porque recordé el momento en que me preguntaba quién era esta mujer, cómo consiguió lo que consiguió, y me pregunté qué trabas encontró, quizá por su aspecto, porque era la novia de América y la niñita dulce que luego crecía y que quería controlar parte del proceso de producción de sus películas, siendo mujer, y escribiendo e implicándose.

Quizá fuera la ambición la que le hizo largarse a Nueva York para hablar con David Belasco, uno de los más famosos productores de América. Él la bautizó de nuevo, con el apellido de soltera de su madre: Mary Pickford. En el verano de 1907 la telegrafió: "Gladys Smith, ahora Mary Pickford, contratada por David Belasco, debe figurar en Broadway este otoño”.
Actuó en una obra de Belasco: “The Warrens of Virginia”, antes de descubrir el cine. A las películas se las llamaba “flickers”, en aquella época. Un solo carrete, de ocho a doce minutos de duración. Nada más. El guión (que llamaban “scenario”), era a menudo una simple idea en la mente de alguien. Las escenas se improvisaban con un diálogo mínimo que, por supuesto, la audiencia nunca escuchaba. Los intertítulos, suficientes para explicar lo que no se podía revelar por la mímica, se escribían cuando la película ya estaba editada. Se proyectaban en los Nickleodeon (BUSCAR ESTO: Teatros con nickleodeon o qué?), cinco o seis películas de golpe, a cambio de una moneda: de un nickle. Era un divertimento rudimentario, pero en 1909, este medio estaba cambiando a pasos agigantados. Algunos directores, sobre todo un señor que se llamaba David Wark Griffith, estaban adaptando clásicos de la literatura a estos doce minutos de duración. En su primer año como director, Griffith produjo The Taming of the Shrew: La fierecilla domada, de William Shakespeare. Y en abril de 1909, Mary Pickford se detuvo frente a la puerta de una casa de piedra rojiza en Brooklyn, la sede de la American Biograph Company, para pedir trabajo.

Ahí comenzó todo. O siguió. Quizá era lo natural. Pasar del teatro al cine. Querer trabajar en lo que le gustaba con la gente que estaba despuntando en aquellos momentos. ¿Fue necesidad o es que ella sabía que Griffith iba a ser Griffith?
Antes de que finalizara el año, Mary Pickford había trabajado en 42 películas. También sus hermanos menores. Tuvo todos los papeles importantes, pero no la fama. Los actores de la Biograph no aparecían en las películas: no salían sus nombres. Griffith era la estrella. Un año después, Pickford comenzó a escribir para él. 25 dólares por pieza. Trabajaron juntos durante un año y medio.
Y Mary Pickford se enamoró. Se enamoró de Owen Moore, otro actor de la Biograph. Se casaron en secreto en enero de 1911: ella tenía 18 años; él, 23. La madre de la actriz se enteró meses más tarde. Cuando había aparecido ya en unos 80 cortos del a Biograph, Pickford dejó la empresa y se fue a otra: a la Carl Laemmle’s IMP. Carl Laemmle había contratado antes a otra actriz de Griffith, a Florence Lawrencef y publicitó su nombre hasta el paroxismo. A Pickford le ofreció lo mismo: más dinero y reconocimiento. Hizo 35 películas, rompió su contrato y acabó otra vez a las puertas de Griffith. Él aceptó que ella ya no iba a ser más una actriz anónima.

Se había convertido en un fenómeno. No sería el último. Por aquellos entonces, Charles Chaplin ya despuntaba. Eso sí: con 24 años era la mujer más famosa de América… y del mundo. El cine norteamericano se había convertido en un negocio internacional. Se cambiaron los teatros donde se proyectaban las películas por salas de cine con mil o dos mil asientos. Exportar películas resultaba muy fácil: sólo había que cambiar el idioma de una docena de rótulos. Los distribuidores crearon packs de películas: “¿Quiere la nueva película de Mary Pickford? Lo sentimos: sus películas no están disponibles individualmente: debe comprar toda la producción de la Paramount de marzo” (o de cualquier otro mes). Se le escribían poemas: “Little Mary” no era sólo una actriz: era un modelo, porque pocas veces hizo películas en las que encarnara a alguien de una clase superior: era la niña pobre que podía casarse con un rico pero que no renunciaba a sus raíces. Y la gente la quería.
Zukor la observaba en el set. La veía hablar con el guionista, mirar mientras el cámara grababa, planear una escena con el director, controlar su vestuario, dar consejos a los otros actores. Parecía que había absorbido todas las partes de la producción de una película. Hacia mediados de 1916, Mary Pickford firmó un contrato que la convertía en socia de la compañía. Pero ella buscaba más. Y encontró a Frances Marion.

Frances Marion había escrito los scenarios de The Poor Little Rich Girl y Rebecca of Sunnybrook Farm, en 1917. Escribiría 17 películas para Pickford. Se convirtieron en muy amigas. Y en The Poor Little Rich Girl, Pickford, que tenía 24 años, debía aparentar que tenía 12. Se utilizaron actores adultos, pero se usó un truco de perspectiva para hacer que ella pareciera más bajita. Fue todo un éxito. Usaron el truco en más películas: la ilusión se perfeccionó tanto que Mary Pickford parecía la niña eterna. Luego trabajó con Marshall “Mickey” Neilan, que había dirigido a su hermano Jack en dos películas.

En enero de 1919, Pickford propuso crear una organización: una empresa que, además de hacer películas, las distribuyera. Se llamó United Artists. Tuvieron éxito. Un año después, Douglas y Mary se casaron: su matrimonio duró quince años, pero sólo los primeros ocho serían realmente felices.

Vinieron muchas películas. Y ella le dio a Ernest Lubistch la oportunidad de dirigir su primer film en América: Rosita. Hizo papeles de adulta sólo para descubrir que al público le gustaba más de niña. Por eso grabó Little Annie Rooney en 1925. Dos años después, fundó, con otros profesionales del cine, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Más tarde, ese mismo año, grabó su última película muda, My Best Girl.
Mientras tanto, Douglas Fairbanks, casi siempre de buen humor, tenía depresiones. Y Mary cayó, como el resto de los miembros de su familia, en el alcohol. En 1928, murió su madre. Tres meses más tarde, entró en la peluquería para cortarse sus rizos. Ninguna película protagonizada por ella se estrenó ese año: era la primera vez que eso ocurría.
Un año más tarde, a principios de 1929, grabó su primera película hablada: Coquette. El relato de la caída de una rica familia: una caída llena de celos, esnobismo, sexo y muerte. El Código Hays fue implacable con esta película: la censuraron por todas partes, pero le dieron el Oscar. Era la primera vez que se le daba el Oscar a una actriz por una película sonora.

Mary Pickford, la eterna niña, tenía 41 años cuando dejó de actuar. Era rica y famosa, propietaria de uno de los estudios de cine más importantes del mundo. Y estaba sola. Su matrimonio no funcionaba. Su madre había muerto. Su hermano menor, Jack, había muerto. Su hermana iba a morir de un ataque al corazón en 1936. No fue el final de su carrera, no hacer películas, porque permaneció activa en United Artists, y produjo muchas películas: escribió su autobiografía, también: la llamó Sol y sombra.
El 24 de junio de 1937, se casó con un actor doce años menor que ella: Charles “Buddy” Rogers. Adoptaron dos niños, Ronald y Roxanne. Billy Wilder intentó que volviera a actuar, en Sunset Boulevard, pero ella no quiso.
Sin embargo, el legado de Mary Pickford se ha conservado mucho mejor que el de otros artistas del cine mudo. Ella adquirió los derechos de autor de casi todas sus películas a raíz de la fundación de la United Artists. Así que comenzó a donarlas a la Biblioteca del Congreso y, después, a la George Eastman House de Rochester, en Nueva York. Muchas de sus pertenencias se donaron después de su muerte a la Biblioteca Margaret Herrick de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. En 1956, vendió sus acciones de la United Artists. Ya sólo pertenecían a ella y a Charles Chaplin. Ese mismo año, por sugerencia de su abogado, nacería la Fundación Mary Pickford. Luego se dedicó a la caridad.
Pero seguían recordándola. En París, en 1965, la Filmoteca de Francia planeó una retrospectiva, con más de 50 de sus películas. Pickford viajó a París. Pero después, se encerró: pasaba días en su dormitorio. Tenía mala salud y bebía demasiado: ya le había ocurrido a otros miembros de su familia. En su mundo tenían cabida muy pocas personas: entre ellas, el hijo de Douglas Fairbanks, Douglas Fairbanks Jr, que la consideraba como una madre. Pero también Lilian Gish, Frances Marion y Colleen Moore. En 1976, la Academia le da otro Oscar, honorífico. No acudió a la ceremonia: grabó su intervención. Murió en 1979. Tenía 87 años.
