Junto con Carlos Blanco, Rafael Azcona y Jose Luis Borau, el mejor guionista de la historia del cine español, y con total seguridad el mejor crítico de cine que ha habido, y habrá.
El pasado martes 6 de julio nos ha dejado Ángel Fernández-Santos. Con él desaparece la figura más veterana y reconocida de la crítica cinematográfica española, no sólo por su titularidad desde 1982 como crítico del más importante periódico español -El País-, sino porque para muchos aficionados al cine en nuestro país él encarnaba plenamente la condición de crítico cinematográfico. Con muy pocos días de distancia respecto a otra figura tan imborrable como la de Lino Micciché, nos hemos quedado un poco más huérfanos de una tradición crítica en trance de extinción: aquella crítica capaz de aunar el conocimiento y la pasión, la atracción por el cine y la dimensión literaria de la escritura sobre cine, el compromiso y el placer del espectador atento y privilegiado.
Personaje incapaz de pasar desapercibido en las salas de prensa de Cannes, Venecia, Berlín o San Sebastián, Fernández-Santos (Los Cerralbos, Toledo, 1934) acumulaba tras de sí una intensa trayectoria a través de los últimos cuarenta años del cine español. Instalado en Madrid en 1950, allí se licenció en Derecho y cursó estudios de Filosofía y Letras y de dirección cinematográfica en la mítica EOC, Escuela Oficial de Cine, de donde fue expulsado por sus actividades izquierdistas. Simultaneó la crítica teatral y cinematográfica en revistas como Indice, Insula y Primer Acto, pero sobre todo en Nuestro Cine, la más importante revista especializada española de los años sesenta y de la que fue secretario de redacción. Luego pasaría a la sección de crítica de Diario 16, antes de ingresar en El País. También se le deben, entre otros escritos, dos libros como Maiakovski y el cine (1974) y Más allá del Oeste (1988), aunque en realidad no gustaba de los escritos de larga extensión, siendo mucho más relevante su brillantez literaria en el breve y nervioso espacio de la crónica periodística.
Pero la contribución de Ángel al cine español no se limitó al ejercicio de la función crítica, sino que aún se ahonda cuando recordamos su papel como co-guionista de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1972), considerada como una de las mejores películas españolas de todos los tiempos; pero tampoco cabe olvidar sus trabajos para Francisco Regueiro en otra espléndida serie de films: Las bodas de Blanca (1975), Padre nuestro (1985), Diario de invierno (1988) y Madregilda (1993). Toda la densidad de sus conocimientos culturales, literarios y cinematográficos cristalizó en esos trabajos, capaces de componer una obra llena de ironía, humor y penetración, en perfecto complemento a su labor crítica.
Despedimos así no sólo a un compañero de nuestra accec (Associació Catalana de Crítics i Escriptors Cinematogràfics) y, como tal, miembro de FIPRESCI, sino a quien en cierto modo estaba considerado como el decano de la mejor crítica cinematográfica española. Tras la desaparición de Ángel -como años atrás con la de José Luis Guarner, único crítico español equiparable- nos quedamos todos nosotros un poco más huérfanos, pero su recuerdo nos acompañará en la difícil labor de continuar una tradición crítica que no debe verse truncada. José Enrique Monterde
"Glorioso adiós..."
"Aunque le quedó tiempo para terminar alguna otra cosa antes de encontrarse con su mala muerte..."
Asi empezaba la que creo que es, la última Crítica de cine (con mayúscula) de Angel Fernández-Santos. Y hay en esta crítica algo de autohomenaje, de coincidencia y también de despedida. Es la última película de la actriz Marie Trintignant antes de su muerte, como lo es esta última Crítica de Fernández-Santos antes de que un cáncer nos lo arrebatase el pasado 6 de julio.
Es difícil moverse en el campo de la crítica, sobretodo cuando se trata de un fenómeno cultural como el cine, libre de las ataduras estilísticas de la élite académica, y género en el que todo el mundo es libre de opinar y designar su película/actor/director favorito. Y en este terreno de arenas movedizas, los críticos de cine juegan a ser hombres del tiempo: siempre se equivocan. Comentarios como "Pues la crítica era buena...", o "No entiendo porque la han puesto tan mal..." se oyen frecuentemente a las salidas de los cines, desvirtuando la opinón de los susodichos expertos en la materia.
Por supuesto no hay crítico infalible, pero si con olfato. Y el que lo tenía más fino era Fernández-Santos. Leyendo sus críticas olvidabas la película que trataba, para deleitarte con la lectura de una bella prosa, que acariciaba al cine con la ternura de alguién que lo ha vivido desde dentro.
Se nos va no un periodista ni un guionista, sino un gran escritor.
Muere Ángel Fernández-Santos, el referente más combativo del cine español
Ángel Fernández-Santos, crítico titular de cine de EL PAÍS desde 1982, escritor combativo, íntegro y honesto, maestro y referente de los escritores cinematográficos españoles e internacionales, falleció ayer en Madrid a causa del cáncer que padecía desde hace meses. Nacido en Los Cerralbos, Toledo, en 1934, licenciado en Derecho y con estudios de Filosofía y Letras y de Dirección en la Escuela Oficial de Cinematografía, Fernández-Santos fue guionista de películas como El Espíritu de la colmena, de Víctor Erice; crítico de cine y teatro en diversas publicaciones y autor de los ensayos Maiakovski y el cine y Más allá del Oeste. Sus restos serán incinerados hoy, a las 12.15, en el cementerio madrileño de la Almudena.
Fue una despedida a lo grande. Comió como una lima (sus tres platos de rigor, mañana y noche); bebió como un chaval (cerveza de presión y el vino que viniera); se rió como un enano con la pandilla de casi siempre (Boyero, Oti, Heredero, Bonet, Hermoso, González Macho, y El Morita, de mozo de espadas); habló de poesía (escribía en secreto y algún día encontraremos el escondrijo); recitó a Rimbaud y Baudelaire; disfrutó mirando de reojo a las mejores señoras del mundo ("aquí vienen las mujeres más caras del Mediterráneo, desde el Líbano hasta Gibraltar, y todas las modelos y aspirantes a estrellitas")... Este año, para el que fue su último festival (él lo sabía de sobra, pero no lo decía), se buscó un hotelito más cerca de La Croisette para ir y venir andando a ver las películas sin ahogarse por la disnea; defendió a Almodóvar de los colmillos afilados de la tertulia hispana ("es un genio y la peli es negrísima y durísima"), estuvo totalmente seductor con la poeta italiana que alguien incorporó alguna noche (le prometió incluso mandarle un poema para su revista) y presumió de nieta cada vez que tuvo ocasión (hasta le guardó con un cariño desarmante el dossier de Shrek 2, en cuyo pase se rió a carcajada limpia: "Cuando vuelva a Madrid tengo que llevar a mini Elsi a verla. En cuanto la estrenen").
Así fue más o menos el último Cannes del último Rey de Cannes, del último crítico-autor, de uno de los periodistas más sabios, cultos, elegantes, amables y simpáticos que he conocido.
Ángel Fernández-Santos era una institución en Cannes, en Venecia, en Berlín. Toda Europa (y todas las major de Estados Unidos) sabían de su ojo infalible para detectar el genio y la poesía, de su honestidad a prueba de bombas, de su inteligencia para anticipar el éxito o la ruina, de su olfato para encontrar joyas escondidas y baratas y darles el espacio y el vuelo que merecían, y de su capacidad para distinguir el camelo de la obra duradera y la estafa del arte auténtico. Todos conocían también la extraordinaria forma que tenía de llevar al papel los juicios más arriesgados, los pensamientos más complejos, y para señalar los balbuceos y los puntos negros de las películas. Todo eso que se puede resumir en las palabras inteligencia y generosidad le había convertido en un referente no sólo de la crítica española sino internacional, en un tótem de la sabiduría cinematográfica.
Pero más allá de todo eso, fuera del papel, era un tipo absolutamente único, y verle moverse por Cannes, un verdadero espectáculo: saludaba a sus clásicos entre el enjambre de plumillas desorientados, elegía los mejores restaurantes y los mejores platos con precisión exacta, sabía por qué esta o aquella película había sido programada, se dormía cuando se tenía que dormir, y detectaba las reacciones del público con una visión de entomólogo. Pero la escena cumbre del Rey de Cannes era la que protagonizaba cada mañana a las ocho, cuando aparecía media hora antes que todos los demás en su sala Debussy (en la que mejor se oye y mejor se ve del mundo con mucha diferencia). Llegaba cargado con una bolsa de plástico llena de periódicos franceses ("Le Figaro es el mejor y el más rápido desde hace 40 años"), bajaba las escaleras, saludaba a los acomodadores y se sentaba en la primera butaca de la primera fila a mano derecha. Los años, el triperío y la angustia de la falta de nicotina le habían dado un aspecto entre Hemingway, Orson Welles y John Ford, así que ocupaba su asiento con la autoridad de un juez y la bohemia de un joven aficionado (le gustaba llevar una camiseta antigua y raída del festival), y empezaba a leer y a recortar piezas con las manos mientras recibía los saludos de los popes del cine europeo con una sonrisa socarrona, rechazaba invitaciones a festivales insensatos y postizos, e iba rumiando las 90 líneas diarias en su cabeza prodigiosa de capitán Achab, con la mirada pícara y dulce del que lo ha visto todo pero aún no ha perdido la inocencia ni el encanto.
Genio sin darse importancia, compañero maravilloso sin presumir, prueba viviente de que la honestidad personal es la única ética posible y símbolo de la autoexigencia en la escritura y el estilo, la pasión y la experiencia como modo de pagar la ilusión de los lectores de periódicos, el insobornable Angelito sólo tenía un defecto: su timidez austera y castellana, su complacencia por la vida sencilla y los pequeños placeres, su absoluta falta de ambición y malicia, que nos privó de un guionista genial, de un poeta eminente y de un novelista de fábula. Claro, que si lo pensamos bien, todo eso es justamente lo que fue durante todos estos años. Un escritor mayor disfrazado en el anonimato del periodista para no tener que aguantar palmadas en la espalda, pelmazos aduladores, productores embaucadores y estrellas en busca de fama. Así, ahora lo sabemos, mantuvo su independencia hasta el final, tan limpia como el primer día, y despellejó sin tener que nombrarlos a los imbéciles que se empeñaban en convertir el arte del cine en un escaparate y una estulticia exhibicionista y vacía.
Cuenta su hija Elsa que estos últimos días, mientras su corazón enorme se fundía en negro, Ángel hablaba en francés. Quizá estaba dictando la última crónica para Cahiers du cinéma (el tío era capaz de dictar tres folios de un tirón sin mirar más que unas pequeñas notas tomadas a vuelapluma durante el pase). Quizá estaba despidiéndose de sus amigos de Cannes, o recordando el diálogo de su fugaz romance con Catherine Deneuve, o repitiendo una de las frases de la última película de su adorado Godard. Sea lo que fuere, lo único que se puede agregar, como siempre, es chapeau Angelito.Miguel Mora. El País
FILMOGRAFÍA:
(Como director)
EL ÚLTIMO INQUILINO (1967
Corto dirigido por Ángel Fernández Santos.
Reparto: Esperanza Alonso, Julián del Monte, José maría Resel.
(Como guionista)
EN UN MUNDO NUEVO (1972)

92 minutos. Color
Dirigida:
Fernando García de la Vega
Ramón Torrado
Guión:
Ángel Fernández Santos
Fernando García de la Vega
Reparto:
Karina y pandilla.
Sinopsis: Karina es una institutriz que trabaja para un productor musical cuidado a su nuevo descubrimiento, unos niños cantores. Cuando el productor se de cuenta de que Karina canta como los pájaros (más bien buitres) la ayudará a conseguir su sueño de ir a Eurovisión
Todo crítico a la hora de valorar una película "normal" suele ceñirse a los cinco mandamientos estipulados en "El manual del buen crítico cinematográfico" de Jaume Figueras, usease:
* Mala
** Regular
*** Interesante
**** Buena
***** Obra Maestra
Pero es en casos de películas "especiales", aquellas que se salen de lo habitual, donde el crítico echa mano de "El manual secreto no escrito del crítico cinematográfico" de Joan Martínez, cuyos mandamientos son:
-* Perjudicial
-** Tóxica en grado medio
-*** Tóxica en grado superior
-**** Daños cerebrales graves
-***** Mortal de necesidad
"En un mundo nuevo" pertenecería a la quinta categoría: "Mortal de necesidad", lo que ya deja claro lo sumamente peligroso que puede resultar su visionado, sólo apto para corazones fuertes y mentes estables y lúcidas, capaces de verla sin sufrir graves deterioros, de ahí que "El manual del psicopata aplicado" de Fernando León de Aranda, la coloque en la tercera posición de productos recomendados en el apartado de "Tortura televisiva", sólo por debajo de los programas de María Teresa Campos y del programa Días de cine, lo que la convierte en la película más peligrosa de la historia.
Argumentalmente, la película copia sin escrupulos el esquema de "Sonrisas y lágrimas", paso a paso y minuto a minuto, con la diferencia de que los números musicales alcanzan un grado tal de depravación visual que como primer síntoma puede producir espasmos nerviosos (especialmente peligrosa es el primer número musical en el que Karina canta con los niños), para pasar luego a la espulxión de espumarajos bucales (en la secuencia en la que los niños berrean "Capitán, capitán"), finalizando en diarrera intestinal producida por las almibaradas baladas de la susodicha Karina.
Es dura, muy dura, esta película, yo me arme de valor esta mañana cuando me enteré de que la echaban por la tele, y me encerré con llave en el comedor para verla. A los pocos minutos podía notar como mis neuronas iban estallando una a una en mi cerebro, como las gotas de sudor resbalaban por mi rostro, como empezaban los primeros espasmos y espumarajos. Al final no pude acabar de verla ya que mi familia, alertados por mis gritos infrahumanos de terror y pánico, se hicieron fuertes en la puerta del comedor hasta echarla abajo y llevarme al hospital donde los médicos han intentando con éxito recomponerme el cerebro, aunque me han aconsejado que nunca, nunca, vuelva a hacer algo parecido.
Ya sabeis niños, que hay que hacerle caso a los médicos, y yo seguiré su sabio consejo.Joan (Dreamers)

EL ESPÍRITU DE LA COLMENA (1973)

Ficha técnica:
Director: Víctor Erice / Productor ejecutivo: Elías Querejeta / Guión: Ángel Fernández-Santos, Víctor Erice / Fotografía: Luis Cuadrado / Música: Luis de Pablo / Montaje: Pablo G. del Amo / Director artístico: Jaime Chávarri / Efectos especiales: Ramón de Diego (maquillaje del monstruo) / Intérpretes: Ana Torrent (Ana), Isabel Tellería (Isabel), Fernando Fernán Gómez (Fernando), Teresa Gimpera
(Teresa), Laly Soldevila (Lucía, la maestra/Milagros), Miguel Picazo (Miguel, el doctor), José Villasante (monstruo de Frankenstein), Juan Francisco Margallo (fugitivo), Estanis González, Quety de la Cámara, Manuel de Agustina, Miguel Aguado... / Nacionalidad y año: España 1973 / Duración y datos técnicos: 93' C 1.66:1.
Sinopsis: Hoyuelos, un pueblo de Segovia, hacia 1940. Ana e Isabel son dos hermanas que asisten a una función de cine itinerante, donde proyectan El doctor Frankenstein, de James Whale. La más pequeña queda fascinada, y ansía conocer al monstruo, que la mayor dice es un espíritu que puede ser visto si es invocado...

Érase una vez...
Así comienza esta película, una fábula infantil sobre el despertar de la infancia al mundo, ejemplarizado por dos niñas de unos seis y ocho años de edad, que hacen frente a la vida a través de la muerte, a la realidad por medio de la fantasía. Pero también trata de muchas cosas: mientras las niñas despiertan, diríase que los adultos duermen, en una vida que no es vida, encerrados en una colmena, atrapados en las penurias de la posguerra franquista, atrapados en un páramo yerto, ajeno a la realidad.
En este mundo, un pueblo de la meseta castellana al finalizar la Guerra Civil, vive una familia conformada por Fernando, el padre, Teresa, la madre, y Ana e Isabel, las niñas; que los personajes se llamen igual que los actores que los representan es la prueba de que se trata de arquetipos, que nos movemos en un mundo plagado de simbolismos y representaciones, de ficciones antes que realidades. Cada uno de ellos se enfrenta al mundo de un modo diferente. Fernando se dedica a cuidar de sus abejas, escribir en su diario o pasear por el monte, donde va abriendo los ojos a las niñas, como cuando les enseña a reconocer las setas venenosas de las comestibles. Teresa se dedica a pasar la existencia en solitario, escribiendo cartas y esperando algo que quizá nunca llegue: puede que sea alguien que vive fuera de España, en la sede de la Cruz Roja Internacional sita en Niza (Francia), como se puede leer en la carta que quema, quizá un amante, o un hermano, un republicano huido de las fuerzas franquistas, acaso aquel que la niña encontrará en el caserón y confundirá con el monstruo. Las niñas, en definitiva, exploran el mundo abriéndose a él, a partir de la fascinación que les ejerce la muerte: al volver del cine, Ana pregunta a Isabel porqué el monstruo mató a la niña, y porqué luego matan al monstruo; Isabel intenta estrangular al gato, y luego se pinta los labios (se hace mujer) con la sangre producida por el arañazo del felino furioso; Isabel juega a estar muerta ante Ana, quien duda sobre la realidad del hecho; Ana encuentra a alguien en el caserón perdido en la meseta, acaso un maquis fugado, pero que para ella es Frankenstein: cuando la Guardia Civil acaba con él, ella encuentra restos de sangre en una piedra, enfrentándose por vez primera, si bien de forma esquinada, con la muerte.
Con todos, ambas niñas se enfrentan a la (ir)realidad de formas distintas: Isabel es mayor, más escéptica quizá, y sus juegos son conscientes ficciones; Ana, más joven, aún no es capaz de distinguir la realidad de lo que no es, aún es capaz de vislumbrar ese mundo mágico que coexiste entre nosotros, y que paulatinamente vamos perdiendo al hacernos más mayores, más prosaicos. Para ella el hombre del caserón es el monstruo de Frankenstein, que le quedará confirmado ha sido muerto por su padre, de ahí su huida. Una huida que la conducirá a encontrarse con el monstruo, con sus propios fantasmas: la confirmación de que ha perdido ese mundo le provocará el trauma.
Todo ello es narrado de una forma sutil, casi minimalista, por medio de tenues detalles que van cayendo con suavidad, casi imperceptiblemente, pero que van conformando uno de los mundos más ricos que ha deparado el cine español. La magistral fotografía impresionista de Luis Cuadrado, que retrata la casa de la familia en color miel, representando la colmena en la cual los personajes se hallan atrapados, como insectos en ámbar; la melodía de Luis de Pablo, bocetada por medio de tonadas infantiles, en particular Vamos a contar mentiras, que trasluce las intenciones del realizador, Víctor Erice, en plantear una dura realidad que se sostiene sobre los fuertes hilos de la fantasía.
El espíritu de la colmena es una de las mejores películas que ha ofrecido el cine español en toda su historia, y una de las más hermosas parábolas de la cinematografía mundial sobre la inocencia infantil, sobre la sorprendida mirada de una niña reflejada por los inmensos ojos de Ana Torrent.
Anécdotas:
* Premios: Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 1973. En 1974, el Círculo de Escritores Cinematográficos la premió como mejor película. * El filme derivó de un proyecto de hacer "una película de Frankenstein". * El episodio del fugitivo confundido con un ser sobrenatural remite un tanto al film inglés Cuando el viento silba (Whitle Down the Wind, 1961), de Bryan Forbes; si en éste es confundido con el monstruo de Frankenstein, en aquél lo es con Jesucristo. * A Ana Torrent no le fue presentado el actor que hacía de monstruo, hallándose con éste directamente caracterizado, listos para rodar; eso le produjo un trauma y, quizá por ello, en el plano de la criatura alargando los brazos hacia ella se le ve temblando la barbilla de miedo. * El rodaje tuvo lugar donde transcurre la acción, así como en Parla (Madrid). * Los dibujos de los créditos iniciales fueron efectuados por las dos niñas protagonistas, así como por Alicia y María, hermanas de Isabel. * La película fue autorizada por el Ministerio de Información y Turismo el 5 de octubre de 1973, y estrenada en el cine Conde Duque de Madrid el 8 de octubre de 1973. Tuvo una recaudación de 260.511,37 €, con 520.901 espectadores.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España). (Pasadizo)


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