A mí me gustaba mucho ir a comer a los chinos, aunque lo cierto es que lo que empezó habiendo por aquí no tenía demasiado nivel. Como soy más de carne que de pescado, pidiera lo que pidiera todo me sabía parecido, así que casi siempre apostaba sobre seguro. Si alguna vez se equivocaban de plato, ni me enteraba. La "telnela" la cortaban en trozos muy pequeñitos, supongo que para no dejar pistas.
También solía encargar comida por teléfono, para que nos la trajeran a casa. Siempre venía el mismo chino en moto. Era joven, delgadito y con una voz rota, afónica, casi femenina, como si tuviera alguna afección en la garganta. Siempre le dábamos propina y siempre volvía con la garganta igual. Ahora me doy cuenta de que lo que teníamos que haberle dado era caramelos para la tos.
Como te digo, durante una buena temporada estuvimos llamando al chino para cenar en casa. Hasta que un día llamé a hacer el pedido. La chica (lógicamente china, con una de esas vocecillas que suelen tener) me tomaba nota, y al darle mi dirección:
"-calle xxxx, número 2, tercero C", me interpeló, con su vocecilla nasal: "
-¿Con C de caca?"

Diosss, ¿no había más cosas que empezaran por C? Lo cierto es que nos reímos un buen rato, pero ese día, aunque pidieras lo que pidieras daba lo mismo y si se equivocaban de plato daba igual, ya no nos supo igual la comida.
