En esta película Bela Tarr se hace acompañar por
László Krasznahorkai (pinchando se va a su página), este ha escrito el libro
Satanské tango (Satán tango)

También otras películas de Bela tienen el apoyo de László: "Werkmeister harmóniák" en su libro "La melancolía de la resistencia"; El último barco, que se titula igual, en hungaro significa
Utolsó hajó:
Fragmento que pertenece al film colectivo City life, realizado a partir de una iniciativa del Festival de Ámsterdam de 1988. La realizaron doce directores, siendo Béla Tarr el encargado de retratar la ciudad de Budapest.
un fragmento de este libro, se encuentra pinchando en "prosa" en la página de László:
El último barco
A la memoria de Mihály Vörösmarty
Aún estaba oscuro cuando partimos y, aunque sabíamos que no había ya razón para las estúpidas expectativas, pues daba igual si era de día o de noche, pensábamos, sin embargo, que acabaría amaneciendo como siempre, que saldría el sol, se extendería la luz, es decir, que clarearía y nos veríamos los unos a los otros, los rostros arrugados, las bolsas de los ojos sanguinolentos o la piel rugosa detrás en la nuca, veríamos a nuestras espaldas la estela que pronto se alisaría, los edificios abandonados del muelle, las calles vacías e intactas que se colaban entre ellos y después, más allá de la ciudad, la orilla ligeramente elevada en toda su extensión, esperando el próximo derrumbamiento. Partimos en la oscuridad y, si bien pocas veces ocurrió que alguien se dirigió a otro (cuando coincidieron por el camino al puerto del Danubio, por ejemplo, cuando el uno adelantó al otro o cuando el segundo adelantó al primero), necesitábamos, sin embargo, las siluetas borrosas, apenas perceptibles, pues sólo por ellas podíamos determinar nuestra posición actual y la dirección correcta, ya que los faros de los todoterrenos de las unidades del EVA que discurrían por aquí y por allá a una velocidad vertiginosa, más que ayudarnos, nos desorientaban y tampoco podíamos fiarnos de la rutina, desde luego, en ese momento en que todo resultaba arriesgado. Tras semanas de angustiosa espera, ilusionados por la noticia de la hora exacta de salida anunciada al amanecer por megáfono y en carteles escritos a mano, sin siquiera esperar a que comenzase la ceremonia del alba, absurda y, últimamente, renqueante hasta la desesperación, partimos desde diferentes puntos -lejanos y cercanos- de la capital y, sin embargo, todos del mismo lugar, desde debajo de la tierra, como las ratas, que por su extraordinaria capacidad de supervivencia se habían convertido en los últimos meses casi en una suerte de animales sagrados y, por tanto, en objeto exclusivo de nuestra atención: partimos de sótanos, de madrigueras, de oquedades que antano habían servido como despensas, de pozos de decantación y de refugios provisionales, y quienes no habían considerado tranquilizadoras estas soluciones emergían de los túneles del metro y del tren de cercanías, desde el fondo de los banos turcos y de los talleres de reparación subterráneos o del laberinto de las cloacas, considerado el lugar más seguro, y emprendían el camino, corto o largo, con el equipaje preparado desde bastante tiempo o sin él. Sería, no obstante, una exageración afirmar que entonces se poblaron las calles, porque -como se supo después-, apenas quedábamos sesenta en la ciudad, o sea, que el EVA tenía la razón al juzgar que un barco fluvial de tamano medio se ajustaría perfectamente a las necesidades, y fue eso lo que nos extranó a algunos -sólo hasta el momento de la partida, por supuesto- ya que ante la imposibilidad de aprovechar las vías terrestres y aéreas todos tenían claro que la única solución era el agua
El sueno no tardó en vencernos; quien pudo, se cubrió con algo; quien no, intentó buscarse en la cubierta un rincón a resguardo del viento y acurrucarse todo lo posible con las manos en los bolsillos; sólo quedaban despiertos los dos civiles en el puente de mando iluminado y observaban satisfechos la superficie lisa del agua que se extendía ante nosotros, cortada por la proa. A la caída de una nueva noche, todavía yacíamos aturdidos por el cansancio, y sólo se produjo un sordo murmullo cuando uno de nosotros alzó de pronto la cabeza, se incorporó, se dirigió a la popa y, senalando el paisaje que desaparecía ya para siempre sumido en una densa oscuridad, exclamó con alivio tenido de amargura: Mirad, aquello era Hungría.
Traducción de Adan Kovacsics
Estan rodando otra película, El caballo Turinés, acompañado por Laszlo Krasznahorkai, e inspirada en los últimos años de la vida de Nietzsche, en Turín. Interpreto, mas o menos como aquí:
http://www.paperblog.fr/2530817/bela-ta ... s-la-zone/
Béla Tarr et László Krasznahorkai dans la Zone
Béla Tarr, toujours accompagné du remarquable écrivain et excellent scénariste qu'est László Krasznahorkai, tourne actuellement A Torinói ló, The Turin Horse, inspiré par l'épisode le plus célèbre des dernières années de Friedrich Nietzsche, avec dans les rôles principaux le Tchèque Miroslav Krobot et la Hongroise Erika Bók qui étaient déjà à l’affiche de L’Homme de Londres, ainsi que l’Allemand Volker Spengler (L’année des 13 lunes de Fassbinder).
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László Krasnahorkai es un escritor
en húngaro con una interesante verborrea literaria. Su literatura es kilométrica, sus frases pueden llegar a ocupar dos páginas entre punto y punto. Habla y habla sin detenerse, su escritura avanza sin tregua, se extiende irrefrenablemente, casi como un mecanismo de salvación. Es un autor intenso, marcado por las obras de Franz Kafka y Samuel Beckett, a los que leyó con catorce y quince años, lleno de admiración puesto que por fin pudo leer lo que él también sentía. El sufrimiento.
http://huracanesenpapel.blogspot.com/20 ... orkai.html
A continuación dejo un extracto de Así Habló Zarathustra de Friedrich Nietzsche, hago notar que he separado los aforismos para diferenciar que ahí había un salto de párrafo, es decir, un punto y aparte. Como el foro no permite espaciado antes de texto, la lectura se hacía complicada:
- Spoiler: mostrar
- Extracto de EL CONVALECIENTE
<<¡Oh, animales míos! - les contestó Zarathustra-. ¡Seguid hablando así y dejadme escuchar! Vuestro parloteo me reconforta: allí donde se parlotea, el mundo me parece un jardín extendido ante mí.
¡Qué agradable es que existan palabras y sonidos! Palabras y sonidos, ¿no son acaso arcos iris y puentes de ilusión tendidos entre seres eternamente separados?
A cada alma le pertenece un mundo distinto: para cada alma, cualquier otra es un trasmundo.
Entre las cosas más semejantes es ciertamente donde la ilusión miente del modo más bello: pues el abismo más estrecho es el más difícil de saltar.1
Para mí - ¿cómo podría haber algo fuera de mí? ¡No existe ningún fuera! Mas los sonidos nos hacen olvidar esto. ¡Qué agradable es olvidarlo!
Nombres y sonidos, ¿no han sido regalados a las cosas para que el hombre se recree en ellas? El hablar, ¿no es una dulce locura? Al hablar, el hombre baila por encima de todas las cosas.
¡Qué dulces son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Los sonidos hacen bailar nuestro amor sobre arcos iris multicolores.>>
<<Oh, Zarathustra, -replicaron a su vez animales-, para quienes piensan como nosotros todas las cosas bailan, vienen y se tienden la mano, ríen y huyen, y vuelven a venir.
Todo va y todo vuelve. La rueda de la existencia gira eternamente. Todo muere, todo vuelve a florecer: eternamente corre el año del ser.
Todo se rompe, todo se recompone. Eternamente se reedifica la misma casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse: eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser.
A cada instante comienza el ser: en torno a todo “aquí” gira la bola “allá”. El centro está en todas partes. Curva es la senda de la eternidad.>>
<<¡Ah, bribones, organillos de manubrio -respondió Zarathustra,sonriendo nuevamente-. ¡Qué bien sabéis lo que tuvo que consumarse en siete días! ¡Y cómo aquel monstruo se deslizó en mi garganta y me estranguló!2 Pero de una dentellada le arranqué la cabeza y la escupí lejos de mí.
¡Y vosotros habéis compuesto con ello una canción de organillo! Mas ahora estoy aquí tendido, fatigado aún de ese morder y escupir lejos, enfermo de mi propia redención.
¿Y habéis sido espectadores de todo eso? ¡Oh, animales míos! ¿Acaso sois también crueles? ¿Habéis querido contemplar mi gran dolor, como hacen los hombres? Pues el hombre es el más cruel de todos los animales.
Hasta el presente, lo que más le ha hecho sentirse a gusto sobre la tierra han sido las tragedias, las corridas de toros y las crucifixiones: y cuando se inventó el infierno, ése fue su cielo en la tierra.
Cuando el gran hombre grita, el pequeño corre a su lado, con la lengua fuera de envidia; mas a eso llama su “compasión”.
El hombre pequeño, sobre todo el poeta, ¡con cuanto ardor acusa a la vida con palabras! Escuchadle, mas no dejéis de oír el placer qué hay en toda acusación.
¡Esos acusadores de la vida! La vida les supera con una simple mirada. “¿Me amas? –pregunta descarada-. ¡Aguarda, aguarda un poco, pues todavía no tengo tiempo para ti!”
El hombre es el animal más cruel para consigo mismo. Y en todos cuantos a sí mismos se llaman “pecadores”, “cirineos” o “penitentes”, ¡no dejéis de oír la voluptuosidad que se mezcla entre sus quejas y sus acusaciones!
Yo mismo, ¿acaso quiero ser con esto el acusador del hombre? ¡Oh, animales míos, el hombre necesita, para sus mejores cosas, de lo peor que hay en él! Esto es lo único que hasta ahora he aprendido.
Que el mayor mal es su mejor fuerza y la piedra más dura para el supremo creador: y que es menester que el hombre se haga más bueno y más malvado también.
El leño del martirio a que yo estaba clavado no era el saberque el hombre es malvado, sino el que yo gritase como nadie había gritado todavía: ¡Ay, qué pequeñas son hasta sus peores maldades! ¡Ay, qué pequeñas son incluso sus mejores cosas!
El gran hastío del hombre: eso me estrangulaba, eso se me había atravesado en la garganta, y eso predicaba el adivino: ¡todo da igual, nada vale la pena, el saber ahoga!
Un largo crepúsculo se arrastraba cojeando delante de mí, una mortal tristeza fatigada y ebria de muerte, que hablaba bostezando. “Eternamente retorna el hombre del que estás hastiado, el hombre pequeño!”
Así bostezaba mi tristeza, arrastrando los pies y sin poder dormirse.
La tierra de los hombres se transformó para mí en una caverna: su seno se hundió. Todo lo vivo se convirtió para mí en podredumbre humana, en huesos, y en pasado ruinoso.
Mis suspiros estaban sentados sobre todas las tumbas humanas, y no podían ponerse en pie: mis suspiros y mis preguntas lanzaban presagios siniestros, y estrangulaban, y roían, y se lamentaban de día y de noche: “¡Ay, el hombre retorna eternamente, el hombre pequeño retorna eternamente!”
Al hombre más grande y al hombre más pequeño los he visto yo desnudos. Harto parecidos resultan. ¡Demasiado humano, incluso el más grande!
¡Demasiado pequeño el más grande! Ese era mi hastío del hombre; y el eterno retorno del más pequeño ¡ése era mi hastío de toda existencia!
¡Ay, náusea! ¡náusea! ¡náusea!>> - Así habló Zarathustra, y sollozó, y tembló, pues se acordaba de su enfermedad. Pero sus animales no le dejaron proseguir.
1
El canto de la noche:
[…]En eso está mi pobreza: mi mano nunca descansa de dar. Esta es mi envidia: ver ojos que aguardan con avidez y noches en vela de anhelo.
¡Malaventurados los que dais! ¡Oh, eclipse de mi sol! ¡Oh, anhelo de anhelar! ¡Oh, hambre devoradora dentro de la hartura!
Ellos toman de mí: ¿pero toco yo siquiera su alma? Entre el dar y el aceptar media un abismo: el abismo más pequeño es el más difícil de salvar.
2
De la visión y del enigma:
[… ]De repente me hallé entre peñascos agrestes, solo, abandonado, en el más desierto claro de luna.
¡Pero allí yacía por tierra un hombre! ¡Allí, ante mí! El perro andaba saltando, con el pelo erizado, gimiendo. Ahora él me veía llegar - y entonces aulló de nuevo, gritó. ¿había oído yo nunca gritar así a un perro pidiendo socorro?
En verdad, jamás había visto nada parecido a lo que entonces vi allí. Un pastorcillo se retorcía en el suelo, anhelante y convulso, con la cara descompuesta, de su boca pendía una gran culebra negra.
¿Había visto yo jamás tal expresión de náusea y de pavor en un solo rostro humano? Quizá aquel pobre pastorcillo dormía cuando la culebra penetró en su garganta y se aferró a ella, mordiendo.
Con la mano tiré del reptil, tiré y tiré - ¡en vano! ¡No pude arrancarlo! Entonces se me escapó un grito: <<¡Muerde, muerde!
¡Arráncale la cabeza, muérdele!>>, me gritaban mi horror, mi odio, mi asco y mi compasión. Todo cuanto en mí había, bueno y malo, gritaba en mí, con un único grito.