Director: Curt Siodmak [y Herbert L. Strock] / Productor: Ivan Tors para A-Men Prod./United Artist / Guión: Curt Siodmak, Ivan Tors / Fotografía: Charles Van Enger / Música: Blaine Sanford / Montaje: Herbert L. Strock / Efectos especiales: J.L. Cassingham, Harry Redmond Jr. / Intérpretes: Richard Carlson (dr. Jeffrey Stewart), King Donovan (dr. Dan Forbes), Jean Byron (Connie Stewart), Harry Ellerbe (dr. Allard), Leo Britt (dr. Benton), Leonard Mudie (Howard Denker), Byron Foulger (Mr. Simon), Michael Fox, John Zaremba, Lee Phelps, Watson Downs, Kathleen Freeman, Strother Martin / Nacionalidad y año: USA 1953 / Duración y datos técnicos: 76 min. b/n.
Comentario
Para Forrest J Ackerman y demás especialistas sobre literatura de ciencia-ficción, Curt Siodmak consiguió con su obra el estatus de profeta del género fantástico. En su libro titulado simplemente Ciencia Ficción (Forrest J. Ackerman's World of Science Fiction, 1997), Ackerman echa mano de dos películas de Siodmak para ejemplificar su teoría: por un lado, F.P.1 (1932) (en realidad una producción de la UFA dirigida por Karl Hartl sobre una relato del mismo nombre de Siodmak, aunque existe un remontaje norteamericano y otro francés, cuyas autorías no están lo suficientemente claras), que describía a la perfección una especie de plataforma marina que era usada por los aviones para repostar en su vuelos transoceánicos y, por otro lado, Riders to the Stars [tv: Pilotos a las estrellas, 1954], con guión del escritor y dirigida por el actor Richard Carlson, donde un meteorito de tamaño considerable se abalanzaba sobre la Tierra antecediendo al cine de catástrofes de la década de los 70. Ackerman atribuye ese estatus de vaticinador que disfrutaba Siodmak a la desbordante imaginación del novelista, una imaginación que le permitía elaborar unos argumentos basados en hechos inexistentes en su época pero de sorpresiva aparición en los años venideros.
Sin embargo, en mi opinión, la genialidad de los relatos de Curt Siodmak se encuentra en el cuidado minucioso con el que el alemán trataba las descripciones científicas y los elementos tecnológicos de posible contraste en la realidad, es decir, en el alto bagaje cultural no ficticio que enarbola sus argumentos. The Magnetic Monster (1953) es la mejor película del creador de El cerebro de Donovan (afamada novela llevada al cine varias veces, y no de manera fallida precisamente), y presenta como punto más álgido un fuerte rigor científico en todas las líneas de la narración, incluso en aquella referente a la sui géneris del esencial e inevitable monstruo cinematográfico. Es aquí donde el filme se convierte en atípica producción en el grueso de las monster movies americanas de los años 50, pero hasta el punto de redondear con su calidad artística una calificación que supera con creces el notable aunque la crítica le haya otorgado un inmerecido olvido durante los años, o en todo caso, la despreciable etiqueta de acocada Serie B en aras de enaltecer otros clásicos como La Humanidad en peligro (Them!, 1954) en verdad menos gratificantes.
Aunque el título del filme parezca contrariarlo, el monstruo de The Atomic Monster nada tiene que ver con el engendro de cerebro atómico de The Creature with Atomic Brain (1955), con el comandante y la damisela agigantados por fuerzas extrañas de El Gigante Ataca (The Amazing Colosal Man, 1957) y Attack of the 50 Foot Woman (1958) respectivamente, o con el extraterrestre de The Cosmic Man (1959), por la sencilla razón de que no existe un bicho como tal, una amenaza de látex, un actor con el rostro embadurnado en el maquillaje más atroz o un espantajo que los efectos especiales lo han hecho descomunal. El enemigo de The Atomic Monster es algo tan sencillo y cotidiano como el magnetismo, y el único punto de similitud que se puede vislumbrar entre esta hostilidad y las anteriores es su obvia dependencia del fantasma de la guerra atómica tan presente en los filmes estadounidenses de la época. Más en concreto, el origen de este magnetismo homicida se encuentra en los experimentos radiactivos que lleva a cabo el científico interpretado por Leonard Mudie, unos ensayos de laboratorio que desencadenarán en el descubrimiento de un nuevo elemento químico que acabará consumiendo la vida de su propio creador (impagable la estampa vampírica de Mudie que, aún a sabiendas de que apenas le queda un respiro de existencia, se aferra al maletín con el que transporta el elemento radiactivo tal como si le fuera la vida en ello).
En The Atomic Monster, Siodmak se ha decantado por un tono documentalista para la realización, con toda lógica, pues sin duda la técnica periodística es el recurso cinematográfico más preciso para abordar las descripciones científicas con total verosimilitud. Así, el director se vale de la voz en off de su protagonista, otro científico interpretado por Richard Carlson, para narrarnos los hechos como si fuera un diario, apuntillando tanto las fechas y los horarios como los detalles menos significativos. El buen gusto de Siodmak, así como su estupenda formación literaria, ya están presentes en la introducción de Carlson (excelente descripción de "AMEN", la compañía de investigación científica donde trabaja y, como el mismo personaje comenta, "denominada con la palabra que remata las oraciones"), una pincelada que será constante en la mayoría de los diálogos de la película, trabajados éstos a conciencia y en los que no habrá lugar para frases de relleno o sin sentido. Además, la planificación del director resulta ser distinguida y precisa, con abundancia de rápidos movimientos hacia los rostros de los actores cuando éstos declaman su frase final o más importante.
Otra rareza artística de la película es la predisposición del alemán a filmar las escenas de terror o misterio desde un ángulo muy humorístico. Los primeros inicios de la amenaza magnética se dan en una pequeña tienda de electrodomésticos, y Siodmak concibe la escena tal como si por un momento se hubiera empapado de la inspiración de directores como Jean Renoir o Luis G. Berlanga (tan disparejos con él, con su estilo y con su obra) para con las escenas corales; así dirige a los tres actores que forman el staff de la tienda con una chispa envidiable, manejando sus movimientos y posiciones en cada plano de la secuencia, y acercándose al terreno de las screwball más alocadas al insertar elocuentes exclamaciones, gritos de socorro muy divertidos y, en general, unas elaboradas situaciones completamente hilarantes (las lavadoras abriendo y cerrando sus puertas frenéticamente, las agujas de los relojes girando sin parar, los objetos metálicos de menaje encabritándose con fuerza endiablada...). El dueño del establecimiento echa mano del teléfono para pedir ayuda a la policía y, al poco, Carlson y su ayudante se presentan en el lugar. El cinismo de la historia, esa ironía con la que Siodmak quiere en cierto modo parodiar el género, se completa con la aseveración tajante del dueño del local: en su comercio no puede darse ningún fenómeno extraño porque fue inaugurado décadas, décadas atrás. Finalmente somos testigos en esta larga secuencia del único fallo de documentación del guión, un desliz que no hay que tener muy en cuenta pues, recordemos, The Magnetic Monster es un filme de hace casi medio siglo: el ayudante de Carlson confirmará el fenómeno, la amenaza, como un efecto "paramagnético"; craso error ya que los elementos que presentan imanación permanente (los llamados comúnmente "imanes") no son ni los "paramagnéticos" ni los "diamagnéticos" sino los "ferromagnéticos"; la constante física que atribuye esa cualidad de magnetismo a los materiales es la "susceptibilidad magnética", una constante que toma valores ínfimos en materiales que no están formados de hierro y níquel.
Volviendo al argumento de la película; las pistas que Carlson y compañía logran repescar apuntan a los experimentos de un científico que trabaja al margen del gobierno. Seguros de que puede crearse una hecatombe mundial si no se controla a tiempo la manifestación, las fuerzas del orden persiguen al sabio hasta el aeropuerto de la ciudad, donde el chiflado, ya agonizante, pretende coger un avión que lo aleje de Estados Unidos. El magnetismo frena las hélices de la aeronave y de esta manera Carlson puede hacerse al fin con el nuevo y dañino elemento. Transportado con los mejores medios de seguridad, dentro de un receptáculo recubierto de hormigón y manejado por operarios vestidos con ropa especial, la invención es puesta a buen recaudo en las instalaciones de AMEN. Sólo es el principio del desastre.
The Magnetic Monster es un filme redondo en todos sus aspectos. Si no era suficiente con haber enarbolado las virtudes vistas hasta ahora, el filme despunta aún todavía más con el añadido de otros dos factores: primero, una excelente banda sonora marcada por el uso de sonidos sintetizados a expensas de los más convencionales, de los orquestales. Música innovadora, dodecafónica, geométrica, que bien podría haber formado parte de cualquiera de los posteriores discos pop del grupo alemán Kraftwerk, a la postre padres del techno y de la música electrónica. Maravilla y asombra que un filme americano de los 50 cuente, para la composición de su partitura, con un instrumento tan desconocido por aquel entonces como el sintetizador. Segundo, la presentación de diversos y dispares personajes que, uno a uno, se van añadiendo a la trama, donde brillan por su singularidad aquel taxista cuyo vehículo es atacado por el magnetismo (maldice su suerte; dejó de ser carnicero porque era un oficio peligroso, y ahora casi pierde la vida por un suceso inexplicable), la vieja atolondrada que ha descubierto su particular solución para curar sus alergias (¡viajar en avión!; y eso es lo que hace aunque no tenga que ir a ningún sitio), el ciego cuyo bastón servirá para que Carlson sujete la maleta con el elemento radiactivo sin utilizar las manos y que, por ello, tendrá que ser hospitalizado después de recuperar el utensilio por un posible contagio, etcétera...
El clímax final es el único punto negro de tan estupenda película. El isótopo ha escapado de su cárcel de hormigón, por supuesto, y ha estado creciendo en tamaño y energía cada doce horas. Carlson y el gobierno consiguen frenar finalmente el poder destructor del enemigo invisible utilizando una carga eléctrica de 90.000 voltios y justo antes de que un pequeño pueblo acabe sucumbiendo/engullido por la amenaza. Como evidentemente Siodmak no contó con un presupuesto lo suficientemente holgado para la realización de la película, el equipo técnico se vio obligado de echar mano a escenas de archivo para completar este desenlace; así se usaron planos de un filme alemán llamado Oro (Gold, 1934), otra producción del anteriormente nombrado Karl Hartl. Un recurso que desdibuja un poquito los resultados de The Magnetic Monster pero que, en todo caso, también sirve para unir y dar consistencia a un grupo de películas de ciencia-ficción realizadas por los mismos responsables: este The Magnetic Monster, F.P.1, Gold y la posterior Riders to the Stars (dirigida como habíamos visto por el actor del filme que nos ocupa). Karl Hartl, Richard Carlson, el productor (no olvidemos nombrarlo) Ivan Tors y, por supuesto, Curt Siodmak dieron cuerpo y consistencia a unas joyitas que bien merecen una atención más exhaustiva que la que han tenido hasta ahora.
Bueno les dejo el Hilo:
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La pongo en lanzamiento pero irá lenta pues solo la tengo yo.
Los datos del ripeo:
el monstruo magnetico.avi
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00:01:12:06 sec., 25.00 (25.0000) frames per sec.,
MPEG Layer 3, 102 kbit, 48000 Hz, 2 chan