Voy a bumpear un poquito y os pongo la crítica de miradas.net:
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Marcianada made in Denmark
Ya hay una candidata segura a la película más hermosamente extraña del año: Dear Wendy.
Muerto el Dogma, no se acabó la rabia: Lars von Trier, en un inusitado —por lo discreto— segundo plano, perpetra este guión que deviene a su vez segundo volumen apócrifo en su cruzada contra el Imperio del Crimen (esos demonizados USA donde el niño que creó Zentropa jamás ha estado). Así pues —y a la espera de su más contundente y a priori menos poética Manderlay —, el colega Vinterberg se presta a poner en imágenes una historia que Lars rehúsa rodar él mismo, por parecerle quizás algo alejada de sus pretensiones (esas pretensiones supuestamente trascendentes y/o plúmbeas que algunos advierten como "constante universal" de su cine).
Dear Wendy desarma y sorprende. Sorprende reiteradamente por no ser tan obvia en sus intenciones moralizantes como Dogville, sin ir más lejos. Pero fíjense que estoy cometiendo, desde el mismísimo principio, la injusticia de achacar todos los logros del filme al danés mas (re)conocido del cine actual, cuando Vinterberg ya demostró en Celebración (el mejor Dogma, junto a Los idiotas ) tener una capacidad innata para abordar temas "duros" desde un enfoque que basculaba entre el realismo sucio y el lirismo contenido. (Y para saber sacarle algo de lirismo a la historia de un padre que viola reiteradamente a sus hijos durante años… hace falta oficio). La clave la da el propio Vinterberg: «Lars y yo somos totalmente opuestos a la hora de trabajar, lo que hace que nuestras colaboraciones sean realmente interesantes. Lars es preciso y sistemático, casi matemáticamente exacto, sobre todo a la hora de experimentar con el medio cinematográfico. Yo, por mi parte, me baso más en la intuición, intento crear vida y emociones humanas en la pantalla».
Volvemos pues a esa América de estudio, esa América "a la Copenhague" con plano de situación incluido (recuérdense las casitas delimitadas a golpe de yeso donde habitaba la fauna inmunda de Dogville). Conoceremos allí a una camarilla de inadaptados sin intención alguna de redención, cruce de caminos entre Fucking Amal y Ghost World: adolescentes perdidos que tratan de dilucidar cuál es su papel en todo esto… si la vida les ha reservado alguno, vamos.
El American Splendor ‘versión jutlandia' no olvida tampoco pinceladas costumbristas: el chico con una disminución física y esclavo de sus muletas, la chica tímida a la que no terminan de crecerle los pechos, el sheriff paternalista que vela por su ciudadanía ‘blue velvetiana' (aquí los bomberos se han substituido por mineros), la oronda sirvienta negra que cría al señorito blanco como si de su propio hijo se tratase… pero por una vez, el "discurso del compromiso" (una parábola anti-armamentística, por decir algo) queda sofocado / aligerado por el atractivo intrínseco de sus proto-perdedores protagonistas. La poesía puede con el mensaje (de haberlo).
Es así como una historia que en numerosos momentos roza el esperpento, acaba enganchando al espectador paciente, ese que no se preocupará en exceso por la morosidad y aparente desorden con el que está contada. Un cuento de hadas (¿Charlie y la fábrica de pistolas?) con un final malévolo (es Lars, ¿qué esperaban?).
Estos colgados que se pasean por un decorado más propio de la The Last Picture Show de Bogdanovich, buscan su redención —¡incluso su justificación existencial!— en las armas de fuego. Su posesión, manipulación y utilización con fines 'pacifiquistas' se realiza en el marco sectario (¿paleo cristiano?) de una mina abandonada convertida en templo, profundidades oscuras desde las que se atreven a dejar volar su calenturienta imaginación.
Conformado este Club de la lucha + poetas muertos, el freakie alienado aprenderá a respetarse a sí mismo —que nunca viene mal— y creerá encontrar en este mundo una misión a su altura: to save & protect… o algo así.
La historia de amor entre ellos y sus pistolas concluirá trágicamente, para amoldar el continente con ese contenido —a veces demasiado evidente— que suelen tener los manifiestos de Lars von Trier. Un von Trier que demuestra haber visto mucho, pero que mucho cine: de Barry Lyndon a Grupo Salvaje, de Arma joven a Rápida y mortal. Porque Dear Wendy es también un western iniciático, en el que unos fuera de la ley que no delinquen deciden inmolarse por el derecho a poseer pistolas, la única cosa en este cochino mundo que parece haberles aportado algo. Paradójico y algo enfermizo, ¿verdad? Y más viniendo de quien viene...
Disfruten con este libro de Los cinco ambiguo e inestable, majara e imprevisible, en el que una abuela paranoica desencadenará una tragedia de opereta donde sólo faltan Ernest Borgnine, William Holden y su "let's go". Y en el que aquellos que creyesen que Lars tenía "algo personal" contra los americanos, descubrirán que lo que realmente le gusta —mucho más que adoctrinar a las masas— es... jugar y reírse de ellas.
Pero hacerlo —eso sí— a su manera, como un verdadero dandie."
Por Jorge Mauro de Pedro
Y unos datos más:
Dinamarca / Alemania / Francia / Reino Unido. 2005. Título original: Dear Wendy. Dirección: Thomas Vinterberg. Guión: Lars von Trier. Producción: Sisse Graum Jorgensen. Montaje: Mikkel E.G. Nielsen. Música: Benjamín Vallfisch. Vestuario: Annie Perier. Diseño de producción: Karl Juliusson. Duración: 101 min. Intérpretes: Jamie Bell (Dick), Bill Pullman (Krugsby), Michael Angarano (Freddie), Danso Gordon (Sebastian), Novella Nelson (Clarabelle), Chris Owen (Huey), Alison Pill (Susan), Mark Webber (Stevie).
Cada vez tengo más ganas de verla
