3 de Diciembre 1953
Marsella, Francia
Entrevista a Robert Guédiguian y Ariane Ascaride
El Amante

La primera pregunta es casi obvia: ¿Por qué Marsella y porqué L’Estaque?
RG: La principal razón es que nací allí y en ese barrio de Marsella pasé mi infancia. Ese lugar físico, cada sitio, cada sonido, los cuerpos de la gente, esos cuerpos del Sur, fueron los que condicionaron mi universo sensual y mi lenguaje. En primera instancia es como si L’Estaque fuera un inmenso decorado para mi forma de expresión. También Marsella es una ciudad en la que existe una auténtica mezcla de razas, a la vez que fusiona lo antiguo y lo moderno, algo que provoca que allí se pueda imaginar cualquier tipo de historia.
Sin embargo ustedes viven en París desde hace muchos años.
RG: Así es. No vivimos en Marsella sino en París por nuestras profesiones, pero solo filmo en Marsella y también de allí son los actores y casi todo el staff que participa en mis películas.
¿Cuáles son sus orígenes familiares?
AA: Robert es de padre armenio y madre alemana, y yo soy mitad italiana y mitad francesa. Creo que esos orígenes familiares de algún modo se reflejan en las películas.
¿Qué papel juega en su cine la militancia política?
RG: Para mí el cine y la militancia política son la misma cosa. Cuando comencé a filmar abandoné la militancia activa y desde entonces el cine es mi forma de militancia. En mi adolescencia y juventud la actividad política en el Partido Comunista condicionaba todas mis acciones. Sin embargo, abandoné el Partido, junto a mucha otra gente, en 1980, justamente el año en que comencé a filmar.
Hay algo muy particular en el grupo de trabajo que forman ustedes, ya que son una suerte de clan a la manera de lo que ocurría, por ejemplo, con Fassbinder...
RG: Sí, así es. Al margen de que para mí Fassbinder es un referente cinematográfico fundamental –y creo que es uno de los grandes cineastas de las últimas décadas–, esta sería una manera de trabajar a partir de las afinidades ideológicas, no solo políticas, sino en el sentido más amplio del término. Nuestra “banda” refleja la idea de hacer un frente común y no estar solo.
¿Se conocían previamente algunos de los integrantes de esta “banda”?
RG: Sí, por supuesto. Este grupo en realidad ya existía antes de que empezáramos a hacer cine. Muchos estaban en el Conservatorio de Actuación con Ariane, incluso en el mismo curso, y en cuanto a Gérard Meylan, es mi amigo de la infancia, crecimos juntos en L’Estaque, lo mismo que mi director de producción. Yo los reuní para mi primera película y luego seguimos adelante.
¿Hay elementos autobiográficos en sus películas?
RG: No quiero exagerar en la comparación, pero parafraseando a Flaubert que decía “Madame Bovary soy yo”, creo que en todas las películas hay cosas que –aunque estén modificadas por las necesidades dramáticas de cada historia– tienen que ver con sucesos que nos ocurrieron tanto a mí como a mis compañeros.
¿Se podría entonces ver también su filmografía como una suerte de documental sobre ese grupo?
RG: Sí, desde luego. Incluso es una expresión que ahora estoy utilizando. Además es evidente que las películas van representando las modificaciones de nuestro punto de vista. Es como ir enfrentando nuestra propia historia con la Historia.
Aparte del ya mencionado Fassbinder, percibo en su obra referentes muy fuertes: Renoir, Pagnol, Cassavetes, Pasolini...
RG: Sí, evidentemente, ya que son todos cineastas que quiero mucho. Pero los elementos que tomé de ellos –las referencias a lo sagrado y el paisaje de Pasolini, el grupo y la inscripción dentro de la Historia de Fassbinder, la familia de Cassavetes, el amor al teatro y a los actores y la alegría de Renoir y la palabra de Pagnol– siempre traté de insertarlos dentro del contexto de historias personales.

RG: Sí, sí. Gracias por estas apreciaciones, me da mucho gusto escuchar esto y estoy completamente de acuerdo. Creo que hay un malentendido total con muchos intelectuales y críticos que tratan de ver solo lo que quieren. Creo que quienes caracterizan a mi cine como naturalista y optimista, lo hacen para disminuir lo que hago y minimizar mi trabajo porque los fastidio y no pueden aceptar que una obra pueda ser a la vez inteligente y popular.
¿Y en cuanto al presunto naturalismo?
RG: Creo que la estilización de la puesta en escena, las referencias a la representación y el distanciamiento casi “brechtiano” utilizados de manera constante responden por sí mismos.
¿Por qué casi siempre se encuentran representadas varias generaciones en sus películas?
RG: Porque creo que mostrando al menos tres generaciones puedo encuadrar mejor a los personajes dentro de la Historia.
Pasando específicamente a las películas, creo que la primera, Ultimo verano, y Por la vida, por la muerte son las que muestran más elementos “pasolinianos”...
RG: Sí, yo también lo creo. El barrio, los bandidos, la fuerte presencia de la madre...
Otro elemento que es muy fuerte en varias películas es el de la muerte como sacrificio, además casi siempre en el personaje que interpreta Gérard Meylan.
RG: Es que él soy yo. Este aspecto creo que también tiene que ver con los aspectos sagrados y religiosos que mencionábamos antes. Además, yo no puedo hablar de la vida sin hacerlo de la muerte y con mi formación mediterránea, influenciada por la tragedia griega, la muerte a veces replantea la perspectiva de una película (como ocurre en Por la vida, por la muerte).
En Dios vomita a los tibios el final me resulta muy impresionante. Además, me parece que en esa película se cuestionan elípticamente dos concepciones de la política: el terrorismo y el reformismo...
RG: Para mí, efectivamente, en el final los dos amigos que mueren (uno realmente y el otro simbólicamente) representan cada una de esas posiciones. Es una película que refleja algunos de mis cambios de punto de vista frente a la política, en un momento histórico muy marcado por la caída del Muro de Berlín y los festejos del bicentenario de la Revolución Francesa. Creo que hay todo un concepto de revolución que se entierra.
A todo corazón es una adaptación de la novela del escritor negro James Baldwin. ¿Qué cambios hizo sobre el original?
RG: Casi ninguno en la historia ya que leí esa novela de un tirón y me identifiqué plenamente con su contenido, tanto que me parecía que la había escrito yo. Lo que me interesaban, sobre todo, eran las reacciones emocionales de los personajes. Lo que sí hice fue utilizar por primera vez en mi obra el relato en off y cambiar la ubicación geográfica de los hechos, como que la acción se desarrolle en Marsella y en Sarajevo, que en la novela transcurría en Puerto Rico.
La secuencia de Sarajevo me parece una de las más emotivas y logradas de toda su obra.
AA: Aquí yo quiero contar la pequeña historia. La escena del bar de esa secuencia fue uno de los momentos más conmovedores de mi carrera de actriz. El joven que la interpreta conmigo no es un actor, no es yugoslavo sino polaco, y yo nunca lo había visto antes de filmar la escena. Sentí que en ese momento se producía algo mágico, algo que se da muy rara vez en la carrera de un actor.
En Marius y Jeannette hay como una modificación de los decorados y escenografías habituales...
RG: Es que a mí me interesaba enfrentar dos tipos de decorados. Uno casi coral, el del patio, con una fuerte inspiración en el teatro clásico, donde los vecinos son testigos y comentan las acciones de Jeannette, y por otro lado la fábrica destruida y abandonada, en la que Marius pasa buena parte de sus horas.
Marius es un personaje solitario y retraído, como algunos héroes del western. Además hay en la película una pelea en un bar que parece casi un homenaje al western.
RG: Sí, creo que efectivamente hay algo de eso.

RG: Sí, por supuesto. En esta película he tratado de poner a la vista del público los elementos formales que utilizo. Incluso el enfrentamiento entre el director y el guionista representa de algún modo lo que me pasa cuando dirijo un film.
He leído que En la ciudad tranquila, su última película, se diferencia mucho de Al ataque.
RG: Sí, es una película absolutamente opuesta. Tanto en la interpretación actoral como en la luz, el montaje y el sonido, hicimos lo contrario que en la película anterior. Fue muy excitante hacer estas dos películas una tras otra. Además, creo que En la ciudad tranquila es un film que habla sobre todo lo que me asusta.
¿Cómo ve el cine francés actual?
RG: Creo que es un buen período del cine francés. Hay muchos directores con estilos muy diferentes y varias mujeres que se destacan, como Dominique Cabrera y Pascale Ferrand, y también buenos documentalistas.
¿Y qué piensa de los directores veteranos que siguen filmando como Rohmer, Chabrol y Resnais?
RG: Creo que están en un buen momento, aunque prefiero hablar de los directores jóvenes.
¿Y a nivel mundial?
RG: Me interesa mucho el cine de Oriente y Medio Oriente, sobre todo las cinematografías nuevas que se están dando a conocer. Me gustaron mucho las dos últimas películas de Nanni Moretti y también James Gray, un director norteamericano.
¿Cuál es su próximo proyecto?
RG: Tengo proyectada una historia de amor compleja entre una mujer y dos hombres. Es un terreno que nunca exploré como eje de mis películas. Son personajes que están entrando en la madurez, lo mismo que ocurre con nuestro grupo de trabajo.
Por Jorge García. Publicado el 11/10/2001
Octavi Martí - París
Transcripción de Wladimirito en DXC

Pregunta. Antes, sus héroes eran militantes políticos de base, a menudo comunistas; aquí el gran protagonista es el presidente (1981- 1995) François Mitterrand.
Respuesta. La propuesta viene de mi amigo Frank Le Wita, con quien, en 1980, rodé precisamente Dernier été, mi primera película. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, de cuando yo llegué a París para acabar mis estudios. Los dos militábamos en el PCF y los dos coincidimos, en 1981, en la plaza de la Bastilla, celebrando la victoria de la unión de la izquierda. Mitterrand es para mí esa fecha, la llegada al poder de una izquierda portadora de un programa radical, el entusiasmo de un cambio que, al mismo tiempo, sabíamos que no se materializaría. Fue Frank quien me propuso llevar a la pantalla el libro del periodista Georges-Marc Benamou sobre los últimos años de Mitterrand.
P. Pasar de su banda de actores a Bouquet y Lespert ¿ha supuesto un gran cambio?
R. No. Gente como Ariane Ascaride o Jean-Pierre Darroussin vienen del teatro, Meylan tiene una larga filmografía. Son actores que trabajan mucho, con los que discutes el personaje antes pero a los que no hay que dirigir durante el rodaje. Mientras ruedas, como están seguros, pueden cambiar de registro, te pueden proponer lo convenido o justo lo contrario. Con ellos el trabajo es muy estimulante. A los únicos actores que hay que dirigir es a los malos, y no hay nada más cansado y menos gratificante.
P. La semejanza física entre Mitterrand y Michel Bouquet es increíble...
R. Es cierto, pero no ha sido ninguna preocupación central. Me bastaba con que Michel apareciera con el pelo algo alborotado y el nudo de la corbata deshecho para que se comprendiese que acababa de presidir su último Consejo de Ministros, que aquello era el fin. Tampoco hemos rodado en el palacio del Elíseo, aunque sí en un edificio del mismo arquitecto. La morfología es la misma.
P. El filme tiene algo que lo relaciona con el llamado "teatro de ideas" y es también la primera película suya en la que los personajes se expresan en un idioma muy elegante.
R. Es verdad. Yo hago un cine de ideas en el sentido en que Antoine Vitez hablaba de "teatro de ideas". Cada personaje encarna una opción ante un problema. En el caso de los diálogos que dice Bouquet, el 80% procede de discursos, entrevistas o cartas de Mitterrand. Era un orador excelente. De Gaulle se aprendía de memoria sus parlamentos; Chirac y Giscard los leen, pero Mitterrand llevaba una simple ficha en la que anotaba las dos, tres o cuatro ideas centrales que quería exponer y el resto lo improvisaba, desarrollaba esas ideas. Era un hombre culto y su francés era muy bello. Cuando critica el poder del dinero, su discurso tiene una dimensión lírica.
P. La película parece admirarle, casi como si fuese el último político de talla.
R. En cierto sentido lo ha sido. Él es heredero de Jean Jaurés, no es un tipo como Tony Blair, por ejemplo. Mitterrand era inteligente, maquinador, un virtuoso en el arte de la política porque creía en él. Y era un hombre de convicciones, un hombre que, desde 1947, propugnaba la unión de la izquierda. Hoy los políticos gobiernan de acuerdo con los sondeos o al servicio de las empresas, pero, al margen de que muchas veces yo no estuviese de acuerdo con él, Mitterrand gobernó al servicio de unas ideas.
R. En la foto aparece junto a un grupo de resistentes al nazismo. Mitterrand sostiene que data de 1942, de antes de que empezasen las deportaciones de judíos, pero otros aseguran que es de 1943, de cuando ya había muchos que ponían en duda la victoria nazi.La realidad es que la foto es de 1943, pero Mitterrand conocía a toda aquella gente de 1942. No quiso precisarlo por una cuestión de orgullo. A él le han reprochado, por ejemplo, que tuviese trato con René Bousquet, antiguo colaborador de los nazis, cuando De Gaulle y muchos otros también lo trataron. La derecha judía sigue creyendo que Francia es un país antisemita. Ahí están las declaraciones de Sharon recomendando a los franceses judíos que emigren a Israel. Lo cierto es que el país no es ni más ni menos racista que otros.
P. ¿La familia Mitterrand ha impuesto algún tipo de cambio?
R. De entrada, cuando supieron que el filme iba a ser interpretado por Bouquet y dirigido por mí, renunciaron a querer leer el guión. Luego Mazarine, la hija, ha venido a una proyección y me ha dicho que la película le había gustado mucho. Danielle, la viuda, me ha enviado una carta manifestándome que prefería no asistir a ningún pase porque sabía que le resultaría doloroso, al tiempo que me decía que estaba segura de que se trataba de una buena película.

Robert Guédiguian es una figura ya habitual en la Seminci, uno de esos directores por los que la Semana tiene querencia. En su cuarta visita al festival, el cineasta francés no concurre con una película, sino que preside el Jurado Internacional que otorgará los premios de la 49ª edición.
-Asistir al festival como jurado y no como participante es una gran diferencia, supongo.
-Habitualmente me juzgan, y ahora soy yo quien juzga, esto es como pasar de víctima a verdugo (se ríe). No, no esa es una comparación demasiado fuerte. Pero en ambos casos es una gran responsabilidad.
-¿Es fácil pasar al otro lado de la barrera, valorar a sus compañeros de profesión?
-Es una responsabilidad que hay que asumir; los cineastas debemos asumirla.
-Todo director tiene su propio concepto del cine, uno lo puede concebir más como entretenimiento y otro abogar por la denuncia de la realidad. ¿Se puede, se debe dejar eso a un lado cuando se trata de juzgar la obra de los demás?
-Yo creo que sólo hay buen y mal cine. El buen cine es inteligente y a la par nos conmueve, busca el equilibrio entre el espectáculo y la pedagogía. Una comedia puede ser extremadamente inteligente, a la vez que divertida.
-Hablamos de que podría usted entonces premiar una película que en cierta forma no compartiese o no estuviera dispuesto a firmar.
-Por supuesto, esto lo tengo muy claro. A mí particularmente hay directores con los que no comparto la visión del cine que ellos tienen. Pero pese a ello opino que son grandes cineastas, y podría premiar una buena película aunque a mí no me gustase.
-¿Y comparte su visión con sus compañeros de jurado?
-Sí, sí, hasta ahora estamos muy de acuerdo. Y además me siento muy honrado de compartir esta tarea con ellos, creo que son grandes profesionales, muy preparados para aportar su visión y su opinión.
-Entre los cuales hay una escritora, productores, guionistas Sin embargo, con quien muchas veces hay un cierto desacuerdo es con el público. ¿A qué se debe esa distancia, cuando el público es también un elemento fundamental del cine?
-Creo que en el fondo hay tres tipos de visión sobre una película. Una es la que tiene la crítica, otra es la de los profesionales y la tercera es la del público, que además en este Festival tiene capacidad para premiar, ya que existe un premio del público. Y gracias a esto, una película puede sobrevivir de tres formas, tiene tres oportunidades para existir. Puede complacer al público, a los profesionales o la crítica. Y cuántas más posibilidades tenga una película de salir adelante, mejor para todos.
-Y si complace a los tres, tanto mejor. Aunque parece difícil
-Lo que es muy difícil saber hasta que la película empieza a exhibirse es si va a contar con el apoyo de los espectadores. A mí me ocurrió personalmente con 'Marius et Jeannette', que gustó a mis compañeros de profesión, fue alabada por la crítica y obtuvo el favor del público. Y puedo adelantarle que entre lo que llevo visto en Valladolid hay una película que creo que tiene capacidad para complacer a esos tres sectores.
-Hablando del sector profesional, ¿le resulta a veces doloroso no poder premiar más películas, no tener un palmarés más amplio? En cierta forma, sabiendo lo difícil que es hacer cine, tiene que ser duro premiar a alguien y por fuerza dejar a otros fuera del palmarés.
-A mí, como presidente del jurado, me gsutaría e intentaría repartir los premios lo más posible. Voy a intentar que sea así: hay tres premios del jurado, dos a los actores y otro a la fotografía, así que podemos galardonar a seis películas. Si por mí fuera, intentaría que cada uno correspondiese a una distinta.Pero en cualquier caso se debe considerar que todas las películas que participan en un festival como Seminci ya tienen un premio implícito. Haber sido seleccionada para participar ya es de por sí un mérito, un reconocimiento a la obra bien hecha.

-Los Óscar, como los Goya en España o los César en Francia representan el voto de la profesión, pero es algo totalmente individual. Cada uno es su casa piensa sus votos y los envía a la Academia, por lo que pueden ocurrir esas coincidencias. No es como en un jurado donde se habla y se discute todo.
-Le voy a confesar que a veces creo que me gustaría escuchar esas conversaciones, o al menos saber 'a posteriori' como fueron, ir un poco más allá de ese párrafo con el que los jurados justifican su decisión. Creo que tiene que ser apasionante.
-Lo cierto es que son discusiones muy enriquecedoras, con un alto nivel intelectual. Y sí, probablemente sería fantástico que pudiesen quedar registradas de alguna forma, porque creo que sí tienen un interés. De hecho, una vez hecho público el palmarés no me importaría dar a conocer estas deliberaciones con extensión.
-Una vez concluida su responsabilidad como jurado, ¿cuándo volveremos a verle en Seminci?
-Me gustaría volver, creo que pueda hacerlo en 2006. Seminci es un festival con el que mantengo una gran amistad y que me hizo el honor de dedicarme una retrospectiva.
-Su regreso ¿será con algo que tiene ya en proyecto?
-Sería con lo siguiente que haga. Actualmente trabajo en 'Le proméneur du Champ de Mars' -'El paseante del Campo de Marte'-, que se estrenará en Francia el próximo mes de febrero y trata sobre el último mes de la vida del antiguo presidente François Mitterrand.