CORAZÓN DE CRISTAL
Wener Herzog
1975

Traducción, por decir algo Wener Herzog
1975



Fragmento de un texto más completo en: http://www.temakel.com/cinecorazondecristal.htm
Fallos y barbaridades varias (que las hay) se despacharán en esta ventanilla; hagan el favor de traer bien cumplimentadas las pólizas, por triplicado, el dni, el cárnet del club de fans de Paco Martínez Soria (no se admitirán caducados) y el título de EGB debidamente compulsado. Horario continuado salvo cuando no estoyEn este film, un pueblo vive estrangulado por una agobiante angustia. Para todos, es inminente el final de los tiempos. Sólo un elixir mágico y salvador podría impedirlo: la recuperación del secreto de la fabricación del cristal rubí. Pero ese conocimiento se ha desvanecido. Su último poseedor murió antes de transmitir su saber esencial.
La vida aldeana gira en derredor de una fábrica de cristal. Su joven propietario busca afanoso el secreto perdido. Si el poder para crear los rojizos cristales no es recuperado, el mundo tradicional se desplomará. El temor a un cambio no deseado se vincula también con el peligro que la modernización social ejerce sobre el trabajo rural o artesanal. El secreto para la elaboración del cristal pertenece a un antiguo saber de oficio, a una habilidad personalizada y no reproducible por ninguna máquina. El carácter artesanal de la creación de cristales, con el trabajo en los hornos y el preciso y hábil soplido de los artesanos vidrieros, puebla varias imágenes del film. Desde esta perspectiva, el fin del mundo sería la extinción de la sociedad del artesanado, de los oficios heredados, frente a la expansión y triunfo de la mecanizada sociedad industrial.
Pero la ausencia del poder para crear cristales, tiene también otra posible significación. Desde tiempos ancestrales, el cristal es símbolo privilegiado de lo sagrado. La trasparencia de los cristales expresa la capacidad para percibir lo esencial a través de lo aparente o material. El cristal se asocia así a la posibilidad de ver. De ahí su importancia en ritos de iniciación australianos donde los iniciados se injertaban trozos de cuarzo cristalino en su cuerpo (6). Y también lo cristalino es irradiación del caluroso resplandor de la vida divina. La incapacidad para crear el cristal rubí es indicio de un tiempo que ya no ve a través de la densidad misteriosa de la materia y que tampoco experimenta la presencia cristalina y resplandeciente de lo sagrado.
La cultura que pierde su apertura a lo trascendente queda atrapada en sí misma. Dentro de sí podrá encontrar nuevos ídolos que remitan a algo absoluto; y, si no los encuentra, crecerá en ella la inseguridad y el temor al derrumbe.
El eje narrativo de la angustia catastrófica en el film se compensa con la mirada segura de sí del profeta Ilias. Él representa la vida que perdura en un bosque no civilizado, fuera de la aldea replegada sobre sí misma. El vivir de Ilias entre árboles y montañas habla de la experiencia arcaica, precristiana y preburguesa aún abierta al movimiento de la naturaleza. Al espacio natural como realidad sagrada.
En muchas ocasiones, la presencia de Ilias propicia la irrupción de solitarios y sugestivos paisajes. Varios años antes de Koyaanisqatsi y Baraka, Herzog filma cortejos de nubes en tiempo acelerado, ríos de bruma blanca en el cielo que cubren valles y montañas.
Ilias, el profeta, el sujeto que respira libre de la angustia y la confusión social es la contraposición del joven propietario. El dueño de la fábrica de cristales es el sujeto que aspira a conquistar un secreto para así sobrevivir. Su sentimiento prevaleciente es la ambición desesperada y el vacío absorbente. El joven propietario, y todos los habitantes del pueblo, son visitados por un temor que se repite. Ilias, en cambio, es visitado por la naturaleza abierta y por el rumor futuro del tiempo. Ilias es el visionario. Aquel que ve la realidad en su desnuda manifestación. Ilias ve el torbellino de lo que es y de lo que viene. Ve así, en un extremo de la tierra, el mar con su ondulado tapiz líquido y con las dos islas que exhalan duros resplandores de roca y se exponen al sol. Y allí, de nuevo un hombre ve, quieto, en silencio, desde lejanos días, el horizonte plano. Espera algo. Y otros tres hombres se le suman. Y también esperan alguna novedad en lontananza.
Pero, en el tiempo, una llama paciente puede agotarse. Por eso, los seres que contemplan en silencio deciden ya no esperar.
Ahora alojan su expectativa y su sudor en un pequeño bote. Y reman con la certeza de acometer acaso un acto absurdo. Dibujan con sus remos estirados hilos de espumas. Quieren acercarse al fin al abismo en el que siempre creyeron. Pero, en algún momento la duda nació en ellos. O tal vez el deseo de no sólo creer lo que tradición ordena. Quizá ahora quieren experimentar lo que la realidad es. Por eso desean ir a ver para descubrir y percibir y no sólo creer. Y acaso, los seres que ahora reman, lo mismo que nosotros, ya han perdido el vigor de una gran certeza y la capacidad para una experiencia intensa. Por eso, lo mismo que los hombres en el pequeño bote, quizá sea momento de que también nosotros vayamos a ver los enigmas que siguen agazapados detrás del horizonte. (*)
(*) Fuente: Esteban Ierardo, "Corazón de cristal. El romanticismo y el cine de Werner Herzog", conferencia dictada en junio 2003 en Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, en la Ciudad de Buenos Aires, en el contexto de las jornadas sobre romanticismo y cultura organiza por la Revista de Letras El perseguidor.


Un saludo
