Jejejejejej, qué bueno lo de la Boti-Bota.
A ver, a mí hay cantidad ingente de películas que me aflojan los muelles emocionales. Ahora mismo y por haber leído a un par de compañeros referirse a Vivir, recuerdo una escena de una película bastante relacionada con esta, Umberto D, en que me vengo al suelo, y es cuando, a la salida de misa (creo recordar) el viejo Umberto, imitando a otros mendigos de la zona, pone la mano pidiendo limosna y justo cuando va a recibir la asquerosa caridad cristiana finge estar comprobando si llueve o no; o, cuando más adelante, con el pobre Fly en brazos, trata de suicidarse en las vías del tren (un segundo, voy a sonarme

) .
Ahora bien, creo que las películas que más corroen la currada coraza de macho, en este caso canarión, que suelo exhibir habitualmente son las de, una vez más, ese viejo militar de Maine de ascendencia irlandesa y muy malas pulgas llamado John Ford. Afortunadamente (o a lo mejor no tanto) no me ocurre con todas ellas (estaría bueno...), pero me parece que nadie tiene tal cantidad de películas que me hayan dejado al borde de la deshidratación por pérdida de fluidos lacrimales, y eso con el agravante de que generalmente suelo manifestar una alergia crónica al patriotismo, el ejército, la familia, la religión, los E.E.U.U. y demás factores de importante y nada simple presencia (creo) en el cine de Ford.
Y es que el dichoso viejo cascarrabias tiene la secreta habilidad de desarmarme, de hacerme ver que no soy tan único o diferente como en ocasiones, confieso, me obstino en creer. Sólo hace falta ver Centauros del desierto, Escrito bajo el sol, El último hurra, Qué verde era mi valle, Dos cabalgan juntos, Misión de audaces, El jues Priest, El delator, El hombre que mató a Liberty Valance... para que, por mucha resistencia que oponga, acabe reconociendo que, hasta con los seres más distantes o incluso opuestos a mí, fieles representantes en muchos casos de instituciones que sencillamente detesto, algo debo tener en común por cuanto a poco que haga un mínimo esfuerzo, me resulta posible comprenderlos y ello sin necesidad de aprobar sus conductas, sino manteniendo mis discrepancias en cuestiones que pueden ser esenciales. Y es que en Ford, como en Renoir, "todo el mundo tiene sus razones".
En fin, que cuando logro aparcar mis prejuicios y manías frente a las películas de Ford y aun cuando en principio no me interesen un pimiento el tema que plantea, la historia que cuenta, la época en que ocurre o el medio profesional en que se desenvuelven los personajes, acabo recibiendo, sin que casi me de cuenta en el momento, así, como el que no quiere la cosa, una lección práctica de humildad, de tolerancia y de generosidad, que me sobrecoge y me impele a reconocer una enorme gratitud hacia ese artista que nunca pretendió serlo.
Con razón otro viejo crítico malhumorado da el título de "John Ford o la emoción" a uno de los artículos más hermosos y certeros que he tenido la suerte de leer con respecto a este inigualable maestro del sentimiento contenido en 24 fotogramas por segundo.