Desde mi punto de vista esta serie documental, al igual que "Sans Soleil" de Marker, tiene esa extraña capacidad de hipnotizar al televidente. No es un documental al uso.. realmente los comentarios sobre antropología que se hacen en cada capítulo son como para pensárselos con calma.
Veamos si alguien se anima a ripear y compartir más capítulos de esta fantástica serie de TV:
Otros Pueblos (Serie de TV documental)
Dirigido y presentado por: Luis Pancorbo.


http://www.masdeviajes.com/viajero.cfm?id=94
Luis Pancorbo, fue el primer español que pisó el Polo Sur en 1969, ha visitado más de 100 países, ha sido corresponsal de TVE en Italia y Suecia durante ocho años; dirige desde 1981 el programa Otros Pueblos (para TV2) del que ya se han emitido seis series con 74 capítulos, y cuyos derechos han sido adquiridos recientemente por National Geographic y Discovery para su emisión en Estados Unidos.
Otros Pueblos, es una serie documental sobre las etnias del planeta.
http://www.el-mundo.es/motor/MVnumeros/ ... corbo.html
http://www.el-mundo.es/sociedad/vueltalmundo/verne.html

Entrevistas a Luis Pancorbo:
http://www.revistafusion.com/2000/febrero/repor77.htm
http://www.el-mundo.es/laluna/2001/LU12 ... laweb.html
Para que la gente se haga una idea del contenido de estos documentales, reproduzco aquí debajo un artículo de Luis Pancorbo escrito en un tono muy similar a como maneja la serie Otros Pueblos:
(el artículo está en una web a la que cuesta algo de llegar:)
http://www.masdeviajes.com/noticia.cfm?noticiaid=654
Otros pueblos: Los indígenas del siglo XXI
Por Luis Pancorbo
Introducción
Hace poco vi a los indígenas de Sumba sonreír a la luz de la luna, contar cuentos y mascar nueces de betel. Sumba es una isla indonesia donde el tiempo se cuenta sin otro calendario que la decisión de un rato o chamán. El rato mira el mar caliente y espumoso con mucha atención. Un día saldrán los gusanos del fondo del mar y empezará el ciclo anual.

Tapiz hecho por indígenas de Sumba
Pese a los esfuerzos considerables de nuestro mundo por acabar, física y moralmente, con los indígenas, no menos de 250 millones de personas se consideran tales en este cambio de milenio. No son pocos, ni siquiera en un planeta que ha sobrepasado los 6.000 millones de población. El asunto es que los indígenas supervivientes se han quedado fuera de las habituales escalas del primer, segundo y hasta tercer mundo. Más bien se sitúan al borde de la extinción física o del aniquilamiento cultural.
Según Ken Hale del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) sólo tendrán futuro 300 de las 6.000 lenguas que se hablan en todo en el mundo. En estos momentos hasta 3.000 idiomas están condenados a desaparecer por falta de niños que los aprendan. Sólo en África hay 1.800 lenguas, 800 en Nueva Guinea, 672 en Indonesia… Cada año desaparecen decenas de idiomas acuñados desde la noche de los tiempos. Muchos indígenas pierden sus idiomas a favor del inglés, español, francés, portugués. En ese aspecto se da aún el clásico colonialismo europeo. Pero también muchas minorías dejan de expresarse en sus lenguas ancestrales a favor del chino mandarín, del ruso, del árabe o del bahasa indonesio.
Otras veces la extinción lingüística se corresponde con la extinción física. Con suerte, en el Borneo malayo habrá un centenar de penan que vivan todavía de caza y recolección. Hace cinco siglos los indios del Amazonas brasileño eran no menos de cinco millones. Hoy son 200.000 y pueden caber en el estadio Maracanhá de Río de Janeiro. En Brasil el siglo XX se cierra con la desaparición de un centenar de tribus. En torno a cuarenta tribus amazónicas tienen menos de 50 personas, aunque los asurini se cuentan con los dedos de la mano. Hace diez años muchos de los 6.000 guaranís kaïowas empezaron a suicidarse cuando les expoliaron sus tierras para plantar soja y caña de azúcar y les metieron en una minúscula reserva de 3.500 hectáreas en Dourados.

Indígenas huaorani
Se pone el grito en el cielo ante el abandono de los perros europeos en verano o ante las amenazas que sufren las aves del paraíso de Papúa, los jaguares amazónicos, o los tigres de Bengala. Se silencia, en cambio, el peligro de genocidio que corren los pueblos indígenas. Sus valores, sus modos de vida, sus cosmovisiones, representan patrimonios de la humanidad. Las cifras que se destinan a restaurar cuadros o castillos son infinitamente mayores que las que se destinan a salvar vidas humanas. Admiramos la caza con cerbatana de los huaorani, o el talento botánico de los machiguengas, mientras tenemos que sufrir la estampa aplastante del nuevo milenio: primero es el petróleo y luego nada. O algo, sí, una gran mancha negra sobre la conciencia tratable con un detergente que lava más blanco.
América: Los kogi y la culpa.
¿Qué culpa tienen los kogi de vivir? Los uwa, otra tribu de Colombia, acaban de amenazar con un suicidio colectivo si continúan las explotaciones petroleras en su territorio. Los kogi –“los jaguares” en su lengua- no anuncian nada semejante. Su actitud asemeja una suave eutanasia que ellos mismos se aplican con el abandono de sí mismos, la desmoralización y la incertidumbre que les corroe. Ya menos de 5.000, los kogi no pueden huir más. Su actual territorio confina con las cumbres de la Sierra Nevada de Santa Marta. Por encima de sus bohíos se extiende un páramo helado. Más abajo, los colonos y los narcotraficantes campan con su ausencia de respetos. Incluso, a media hora de helicóptero de sus poblados, empieza otro mundo tan paradójico como el Caribe.

Poblado Kogi
Los antepasados de los kogi pertenecían a la gran cultura tairona. A partir de la conquista, grupos de taironas replegaron desde la costa hacia las cuchillas de la Sierra Nevada. En el Cañón del Buritaca edificaron la aún hoy portentosa Ciudad Perdida. Los kogi guardan en su memoria colectiva el tiempo y esplendor de “los antiguos”. Los evocan mascando sin cesar hoja de jayo (coca). Hubo un tiempo en que “los antiguos” comían pescado del mar, labraban exquisitas joyas de oro, y tenían un tiempo lleno de riqueza mítica. Los actuales jaguares enferman y mueren de gripe, neumonía, tuberculosis. Su alimentación se ha degradado mucho. Mascan coca ya en las últimas estribaciones geográficas y culturales andinas. Las hojas del jayo kogi son más pequeñas que las de la coca de los quechuas, sin contar que pueden estar contaminadas por el glisofato con que los helicópteros de la policía anti-narcóticos rocían los cercanos campos de marihuana.
Los kogi se han ganado fama de ariscos, pero es peor que eso. De su vieja filosofía han escogido la parte menos gozosa, el sentido de culpa individual y colectiva. Sobre su clásico dualismo, de seres, cosas y acciones, siembran la idea de que Hawa-sé, la Madre-Pene, inclina la balanza en desfavor del jaguar. Gana el mal, eso está claro. Cualquier picadura de serpiente, quemadura, catarro, incluso cualquier conflicto cuando se emborrachan con coca o con chirrinche (aguardiente de caña), tiene una lectura negativa: es el castigo que uno ha merecido por vulnerar la ley de la Madre. Uno tras otro se confiesan que son reos de algo. Y con esa trampa que ellos mismos se tienden, aguardan el final. Quizá perplejos por estar viviendo todavía.

Plantación de coca en un poblado kogi
etc...