
Hubo un tiempo en que la televisión no era ninguna caja tonta, sino un nuevo campo de experimentación para el cine, que tenía la ventaja de llegar más fácilmente y de una forma instantanea a un amplísimo abanico de público. Hacer cine, para una personalidad como Roberto Rossellini, era una forma de educar humanamente al público, de crear una especie nueva de enciclopedia audiovisual del saber humano. Anhelar atrapar el universo fue uno de las metas de los más grandes poetas, y hay una belleza cósmica detrás de cada una de las sílabas de poemas de escritores como Octavio Paz o Fernando Pessoa. Roberto Rossellini dedicó la última gran parte de su obra a esta misión. Y apenas conocemos nada de esta parte de su obra. Recuerdo cómo Jesús Rodrigo, director de la desaparecida revista valenciana Banda Aparte me comentaba a menudo cómo le gustaría localizar una copia de Los hechos de los apóstoles, que describía de forma apasionante. Me encantaría ofrecerle este link.
En la foto vemos a su compañero de fatigas, otro fervoroso defensor de la televisión: Jean Renoir.