No sé hacer crítica cinematográfica. Me faltan conocimientos, así que si uno espera una crítica, puede dejar de leer en este mismo momento.
La primera escena es un tío haciéndose una navaja con el filtro de un pitillo. Y me descubrí sonriendo: eso me lo enseñó a mí el Fernando. Roberto me enseñó también a hacer una máquina de tatuar con un walkman, pero ya no existen los walkman y esa sabiduría carcelaria se ha perdido para siempre… Qué asco de tecnología, oye. No me imagino yo a nadie tatuándose con un iPod.
Luego me hizo gracia lo de los presos, cada uno con un corte de pelo, cuando el corte de pelo taleguero es una moda y siempre van todos iguales. Bueno, me dije: la cárcel es de Zamora y tú las que te conoces son Sevilla II y Melilla, mucho más Sevilla II, porque en Melilla sólo entré una vez y era trabajando y ni me dejaron hablar con los presos ni nada porque decían que era peligroso, sólo pude hablar con un chavalín porque me escaqueé… así que lo mismo en Zamora se lleva que cada uno vaya a su manera. Hasta con el pelo largo (¿y los piojos? ¿nadie en esa película ha pensado en los piojos?) En Sevilla II, desde luego, el corte de pelo era el mismo: yo sabía quién acababa de salir del talego por los pelos. Y como la cárcel es de Zamora, a lo mejor son más finos, me dije también, porque ni en Sevilla ni en Melilla hubieran nombrado jamás la palabra “celda”: allí son chabolos. Así que la película podría llamarse Celda 211, pero los presos hubieran dicho: “el 211”. Y la manera de pasar las drogas y las cositas que dicen en la película que se pasan, en Sevilla no era así (por lo menos en el tiempo que yo conozco: claro que, de ese tiempo, han pasado diez años): en el vis a vis te cacheaban con tacto rectal y vaginal incluido, en pelota picada, orejas, lengua y todo, así que no había dios que pasara nada. Y lo de “te voy a partir el alma” (se lo dice Malamadre a Juan, dos veces) me hizo gracia también. Un preso de los de Sevilla II hubiera dicho dos palabras: “aguas claras” y se hubiera muerto allí mismo de miedo quien fuera. Pero bueno, lo mismo ha cambiado el código, que yo hace ocho años que no estoy en la calle, y Sevilla no es Zamora.
Esta ha sido mi manera de ver la peli, con muchos fogonazos personales. Porque Malamadre me ha recordado al Johnny, aunque Malamadre tiene un código de honor que el Johnny no tenía, porque era lo más amoral que he conocido nunca y el Johnny era mucho más guapo que el Malamadre y más hijo de puta. Mucho más, dónde va a parar.
No he visto nada de Daniel Monzón y, si esta es su mejor película hasta la fecha, mejor no veo ninguna otra porque me pueden dar los siete males. El Alberto Amman, el pobre mío, cambia de acento cuando le peta: de pronto argentino, seseo incluido, de pronto castellano, sin sesear. Gritar, grita bien, que conste en acta. Pero ya está. (Qué análisis sesudo que estoy haciendo, no os quejaréis

Con Antonio Resines yo tengo un problema: que veo a Antonio Resines haciendo del Utrilla, creo que se llamaba así su personaje: Utrilla o Trilla o algo así, y entonces tampoco me lo creo. Es como cuando vi a Bardem en Mar Adentro: veía a Bardem haciendo de Ramón Sampedro y con la calva ahí y entonces ese proceso de meterse en la película y que te absorba, como dice Mute, no se produce. De hecho, hay como dos o tres ocasiones, que además se supone que son de las más dramáticas de la peli, en que yo no he podido reprimir la carcajada y me he llevado las manos a la cabeza (ventajas de ir al cine sola) pensando: “Ay Dios mío, qué cagada”. No las voy a contar para no spoilear, pero están fatalmente resueltas. Desde lo de Elena hasta la caída del caballo en plan Saulo de Tarso que se supone que le pasa a Juan. De pasar vergüenza ajena.
Luis Tosar. La verdad es que la película a mí me la ha salvado Luis Tosar. Bueno, y algunos secundarios, como el Tachuela (no sé los nombres de los actores, lo siento) y hasta Carlos Bardem, que es el típico arrastrao que en la calle (en la calle con “los míos”, digo, con los que yo conozco –o conocí, porque la mitad están muertos– no hubiera durado ni tres asaltos) y otro tipo que hace de uno que está colgado y que alarga las sílabas hasta lo indecible porque se ha quedado fatal y que es clavado a uno que yo me sé también. La verdad es que se deja ver y hasta pasas buenos ratos por Luis Tosar y porque yo además me he descubierto sonriendo en muchas ocasiones, porque lo que se decía o lo que se hacía me traía recuerdos. Y oye, eso siempre está bien, sobre todo cuando te recuerdan a gente que ya no está.
También creo que hay cosas a las que se les podría haber sacado mucho más jugo, pero entonces digo yo que esto lo hubiera dirigido otra persona que no se llamara Daniel Monzón, claro está.
Y ya se me ha secado el pelo y me puedo ir a la camita…