Si antes eran mediocres, ahora son mediocres y pretenciosos, si antes solo se limitaban a rellenar sus películas con diálogos interminables, más bien monólogos a dos bandas, e imaégenes publicitarias, ahora siguen siendo igual de verbosos y aburridos, con el añadido de la estúpida steadycam, y sus acomodados y ramplones planos secuencia, supuestamente para dar más aire a los actores y al espectador, más bien para dar más aire al cerebro del director que parece a estrenar.
Igual antes que ahora siguen si hacer cine, sin tener un lenguaje propio, la principal diferencia es que ahora van de posmodernos, utilizan “nuevos lenguajes”(resulta que el video de vacaciones, o de boda bautizo y comunión de toda la vida hecho con cámara casera en mano es el nuevo lenguaje, para partirse, y lo triste es que se lo creen y todo), y las fuentes de plagio han cambiado, lo más paradójico es que supuestamente hay una diferencia entre los directores más comerciales del “nuevo” cine argentino como Sorín, Burman o Campanella, y los autodenominados underground, como Perrone, Rejtman o Martel, que al contrario que los más conocidos ni tan siquiera entretienen, lo de Perrone es de cárcel, Linklater ya me parecía un director mediocre, pero una mala imitación es ya insoportable, exactamente lo mismo que Rejtman, que es una estúpida mezcla entre Jim Jarmsch y Hal Hartley sin puta la gracia, que hablen de bressoniano para definirlo define sobretodo a quien lo dice, define su ignorancia cinematográfica, de Martel ni hablo, ni lo merece.
La pregunta es: ¿los argentinos son tan pijos como aparecen en éstas películas? ¿no hacen otra cosa que hablar y hablar sin decir nada más que boludeces?, confío en que éstas películas no reflejen la Argentina real, porque si es así, apaga y vámonos.
P.D: Quoteo el panfleto, no creo que haga falta aclarar que me refiero al cine argentino, no a los argentinos, bueno también a algunos argentinos, para que nos vamos a engañar.
¿Por qué los argentinos son tan mediocres?
Y no hablo sólo del Ché, que también, el inventor del protofascismo de postal y de la sinarquía, hablo de Argentina, un país bastardo, sin Historia, sin metafísica, un país que llena con palabras (huecas) su vacío existencial, cultural, un país cuyo dos pasatiempos principales son:
traducir y explicar, que no analizar, no en vano los tres estandartes del país son Maradona, sujeto cuyo único mérito en la vida es haber metido un gol a Inglaterra ante una defensa de futbolín, Eva Perón, una huérfana amargada y resentida que repartía limosnas vestida de alta costura, y Borges, un inglés más inglés que los propios ingleses, que hizo de la intertextualización y de la entropía su modo de vida.
Aunque no vayamos a ser injustos, también tienen sus aciertos, los franceses Gardel y Cortazar, y el místico de salón Abel Posse.
Dicho esto sin la menor acritud, y sin ánimo de ofender, mi mayor respeto a un país que tiene en el centro de su bandera un solete y cuya moneda se llama peso, que refundidas en un solo concepto podría resumir la idiosincrasia del argentino: ingenuidad pesada.
¿A qué viene esta provocación por vocación?
Viene a cuento para denunciar la invasión de un grupo de “cineastas” bonaerenses (siempre nos quedará Córdoba) que tratan de explicar las palabras con palabras, que quieren reducir la imagen a una simple ilustración, que quieren reducir la vida a una serie de arquetipos psicoanalíticos, que han convertido la utopía en un tópico, que han
benedettizado, o saramagizado, el cine, y que espero que con el tiempo las “películas” de estos boludos terminen donde Cristo perdió el poncho.
Resumiendo, que amo Argentina, un país que no es serio, un país sin país, sin patria, sin Dios, que ha transmutado el espíritu en materia, que ha hecho del presente su religión, un país nómada, ecléctico, escéptico, sarcástico, mixtificador, en el que pueden convivir Martines Fierros y Sarmientos con Robertos Arlts y Alfonsines, un país que ha hecho de la resignación y el conformismo un arte, y que lejos de transformar su ingenuidad en energía constructiva, en acción, como hizo el otro gran (por grande) país bastardo E.E.U.U, la ha convertido en carne a la parrilla, en verbo, en palabra, porque mientras se habla no se trabaja, sabia lección aprendida de los griegos y de los andaluces, en su vertiente senequista, y que han hecho propia, que han hecho su divisa, la albiceleste, dos franjas de cielo cruzadas por una nube, estar en las nubes, el único sitio donde estar digno de un ser humano.
Lo dicho, que me siento orgulloso de ser argentino, español.