"Los fantasmas prefieren las temperaturas bajas, los entornos fríos, para manifestarse. Ésta es la conclusión que se extrae de los filmes donde estas supuestas entidades inmateriales son protagonistas y de los testimonios que aseguran haberlos visto. Un aspecto (otro más) llamativo e incongruente para apuntalar la mitología creada en torno al fantasma, como la ausencia de la imagen reflejada en un espejo del vampiro o la vulnerabilidad del hombre lobo a la balas de plata.
En El sexto sentido la cohexistencia entre fantasmas y humanos está a la ordend el día. Cuando Hole (Haley Joel Osment), el introvertido niño protagonista, entra durante la noche en el cuarto de baño, nota un repentino descenso de la temperatura ambiente, fenómeno claramente mostrado por la condensación del aire expelido durante la respiración, y, claro, la aparición de un ente fantasmagórico no se hace esperar. El ambiente gélido reina también en la habitación de Reagan McNeil (Linda Blair), la joven poseída por un ente demoníaco de El exorcista, algo que conoce bien el padre Damien Karras (Jason Millar), encargado de realizar el rito de expulsión del espíritu maligno o exorcismo, con ropa de abrigo.
Curioso porque ¿no quedamos en que en el infierno, lugar de procedencia habitual del diablo y sus acólitos, si algo sobra es calor? Quizás para el caso de posesiones por espíritus diabólicos la cosa tenga su explicación: el frío sirve para conservar alimentos... o cadáveres. ¿Y no son los espíritus la parte no material de una persona muerta? Sin embargo, para las apariciones fantasmales este efecto no tiene explicación. Los cazafantasmas profesionales recomiendan llevar siempre un termómetro en el bolsillo para que no nos coja desprevenidos la presencia fantasmagórica.
La popular creencia de que los espectros hacen bajar la temperatura de una habitación casa, aparentemente, con la superada teoría del calórico. Según ésta, el calor es una sustancia material fluida, invisible y sin peso (características similares a las del material del que está hecho un fantasma) denominada calórico. Se suponía que el calórico se conservaba de manera que no podía crearse ni destruirse aunque sí transferirse de un cuerpo a otro. Un objeto caliente tenía más calórico y éste pasaba a uno más frío al ponerlos en contacto. La teoría describía bien la transferencia de calor de un cuerpo a otro, pero fue descartada al observarse que el calórico podía crearse por fricción sin que se viese una disminución del mismo en otro sitio. La conservación del calórico, base fundamental de la teoría, era un principio falso, y, como sucede en ciencia, cuando los hechos experimentales no avalan una teoría, ésta se considera errónea y es arrinconada.
Fue el físco angloamericano Benjamin Thomson (1753-1814), más tarde Conde Rumford, quien, a finales del siglo XVIII, realizó las primeras observaciones experimentales que arrumbaron esta teoría. Como supervisor, en el Arsenal de Baviera, del proceso de torneado de los cañones, se percató de que el calórico se producía por fricción: durante la operación de taladrar el ánima del cañón, el taladro se refrigeraba con agua que había que reemplazar continuamente porque se evaporaba. Sugirió que el calórico no era una sustancia que se conservara, podía producirse por rozamiento y generarse sin interrupción.
Hubo que esperar 40 años más para que estas ideas se asentasen y se acabase imponiendo la teoría mecánica moderna del calor, que define a éste como la energía que se transfiere entre dos cuerpos debido a su diferencia de temperatura. El físico británico James Prescott Joule (1818-1889) realizó experimentos más precisos y estableció las bases de la teoría. En su honor, la unidad de energía en el sistema internacional lleva su nombre: Joule. Faltos de aval experimental, hoy en día están tan obsoletos los fantasmas como el calórico.
En cualquier caso, ante una disminución repentina de la temperatura en alguna habitación de sus casas y para descartar la presencia de un espíritu, en vez de recurrir a su cazafantasmas de confianza, mejor revisen el termostato de la vivienda y avisen al técnico."
Más allá de la frivolidad que pueda parecer el tema en sí, sí que es cierto que, repasando relatos, novelas y películas en las que hay alguna aparición espectral, ésta está más ligada al fenómeno del frío que al del calor. Quizás tenga más que ver con la idea que el romanticismo del XIX nos legó: ambientas gélidos, oscuros, nebulosos, etc. Lo cierto es que a mí nunca se me ocurriría tratar de demostrar falso con teorías científicas algo que no lo es. ¡Que nos dejen seguir creyendo en fantasmas, vampiros, hombres-lobo, mutantes y zombis! ¡Qué sería de nosotros, los cinéfilos, sin ellos! Me queda el consuelo de pensar que con el último párrafo los firmantes del artículo se desacreditaron ellos mismos por completo
