Esta es quizá la película a debatir que más comentarios debería haber suscitado. Sin embargo, se ha extendido en torno al cine-club un extenso silencio. Personalmente, es una película que he visto muchas veces, desde hace años (dispongo incluso de la copia que emitió TV hace infinidad de años en versión doblada, copia que suaviza los comentarios explícitamente sexuales pero, que sin embargo, mantienen la dureza de la última parte del filme). La película de Bergman surgía en un momento de agonía del cienasta, ingresado gravemente enfermo en un hospital Su título inicial:
Cinematografía, define muy bien las intenciones: contar una historia abstracta que implicitamente hable del cine. Hay un dilema esencial, inherente a la naturaleza del cine, que está en el corazón de la propuesta de Bergman:
el conflicto entre nuestra piel y nuestra alma. Confurdirse, no llegar a reconocerse frente a un espejo. Y la forma del espejo, podría definir la estructura de la historia: opacidad enfrentado a la transparencia. Una mujer muda frente a una mujer que no cesa de confesarse. Estructura que correspondía, en principio a una breve pieza teatral llamada
La más fuerte de
August Strindberg, en la que un personaje habla sin parar a otro que escucha. El primero se vacía, mientras que el segundo adquiere fortaleza. Hay algo concreto quizá en toda esta apreciación personal:
lo que uno aprende mayormente del filme es que no hay nada más profundo que una piel que no emite sonidos, que no se confiesa, que ha dejado de hablar, porque el lenguaje hablado ha perdido sentido para ella. Es ese mismo personaje que se ríe histéricamente escuchando una radio-novela, que se acurruca en un extremo de la habitación ante las imágenes televisadas de la Guerra en Vietnam. La imagen resulta elocuente en éste y muchos sentidos. La actriz ha cesado de interpretar, ha mirado a su público, se ha reído, ha dejado de hablar. Toda una decisión ante una vida que, dentro y fuera del escenario, le parece una farsa. Pero, claro, y ahí reside la profundidad de la película, todo esto no se expresa directamente, a través de una confesión en off de un personaje mudo. Afortunadamente, nosotros no conocemos nunca los pensamientos de Elizabeth Vogler.
Sólo su forma de escuchar el relato vital de otro personaje que se va desnudando, consumiendo y perdiendo también el sentido de las palabras. Todo esto apunta de forma sutil a la esencia, está en el mismo seno del cine como arte, apuntar hacia las imágenes del silecio. No hay nada más arrollador que se poema visual que prologa el filme y que muestra tan sutil como brutalmente todos y cada uno de los elementos que van a flotar directa o indirectamente en la atmósfera del filme. El niño, protagonista de esas imágenes, acostado, aunque vivo, en un tanatorio, está leyendo un libro, su título figura en sueco, pero no es otro que
Un heroe de nuestro tiempo de
Lermontov.