os envío parte de un artículo aparecido en
http://www.rebelion.org
sobre las series de Michael Moore:
La caja tonta
"Los ladrones de casas roban 4 billones de dólares al año en EE UU mientras que el fraude empresarial supone 200 billones anuales”.
(Michael Moore justificando su obsesión)
Esta equilibrada mezcla entre periodismo de denuncia y humor –“como herramienta para iluminar los asuntos que nos preocupan”– se perfeccionará en los programas de televisión ideados por el cineasta durante los noventa: TV Nation y The Awful Truth. Cuando Moore presentó su proyecto de magazine humorístico a la NBC no se anduvo por las ramas: su programa, a diferencia del resto, no “jugará a pretender ser objetivo” sino que “se pondrá del lado de la clase obrera en su lucha contra las multinacionales”. Como si esta estrategia de confrontación no fuera suficiente, Moore aplicó a sus acciones televisivas una lógica "montypythoniana". Ejemplo: “Hola, soy Michael Moore y no me gustan las alarmas de coche. Suenan toda la noche sin motivo aparente y nadie llama jamás a la policía. Vamos que, además de ser molestas, no sirven para nada”. ¿La solución? Moore averigua dónde vive el presidente de Audiovox, empresa líder del sector de las alarmas en EE UU, y aparca una docena de vehículos en las inmediaciones de su domicilio. A las seis de la madrugada hace saltar todas las sirenas. Segundos después las cámaras nos muestran al capo de Audiovox saliendo de su casa en pijama y echando espuma por la boca. La policía se presenta en el lugar y amenaza con arrestar al equipo de filmación por alterar la paz. “¿Y qué pasa con la paz de los millones de americanos a los que este tío molesta cada día?”, pregunta Moore a los agentes.
Tratamientos similares fueron aplicados a los líderes de las industrias del telemarketing, las pastas dentrificas o la informática (en la puerta de la sede de IBM Moore, megáfono en ristre, exige al presidente “que salga a la calle a ver si es capaz de formatear este disquete”). La cosa se ponía aún más seria cuando las acciones eran capitaneadas por el, ejem, pollo Cracker: una mascota de dos metros encargada de combatir el delito de cuello blanco y a sus aliados. Si bien es cierto que en su asalto a las sedes de empresas para pedir cuentas Cracker solía ser ignorado –como aquella memorable ocasión en la que un desbordado Rudoph Giuliani, alcalde de Nueva York, repetía nervioso aquello de “yo no hablo con pollos, yo no hablo con pollos”–, la presencia del justiciero animal provocaba estallidos de gozo entre la población local que se manifestaba a su lado en sedes de bancos o de compañías financieras.
Como ocurre con el resto de programas de la televisión yanqui, incluido Los Simpson, por el camino se quedaron otras historias que no superaron la barrera de la censura impuesta por los anunciantes, práctica que afecta al 10% de las propuestas presentadas por Moore. Entre otras lindezas, se alteraron los resultados de una competición médica en la que la sanidad cubana bañaba a la estadounidense y se prohibió el uso de un detector de mentiras del telediario (al parecer esta brillante ocurrencia no hizo ninguna gracia a los ejecutivos televisivos).
Carlos Prieto