TITULO ORIGINAL There Was a Crooked Man
DIRECTOR Joseph L. Mankiewicz
GUIÓN Robert Benton & David Newman
MUSICA Charles Strouse
FOTOGRAFÍA Harry Stradling Jr.
REPARTO Kirk Douglas, Henry Fonda, Hume Cronyn, Warren Oates, Burgess Meredith, John Randolph, Arthur O'Connell, Alan Hale
Kirk Douglas roba un banco y esconde el dinero en medio del desierto, a recaudo de las serpientes de cascabel. Luego le detienen y es enviado a una cárcel llena de curiosos personajes a los que irá convenciendo para escapar. Mientras, se ganará la confianza del nuevo alcalde de la prisión -Henry Fonda
Es un film -y un western- atípico, insólito, una autentica rareza en la filmografía de Joseph L. Mankiewicz, pero lo cierto es que el recurso al disfraz de cuento cruel, incluida esa balada inicial que reza "Había una vez un bandido...", distingue esa sibilina pieza de relojería, de apariencia ligera y divertida, que cobija una ácida y amarga reflexión sobre la condición humana, los mecanismos de la representación y la tenue línea divisoria entre lo legal y lo ilegal.
Juego, teatro, manipulación, mentira, engaño, mascara son algunos de los elementos que impregnan la historia de un Mankiewicz que, cínico irredento, mordaz temible, sarcástico redomado, gusta de construir un universo moral para darle la vuelta y destruirlo con mano implacable. Diseña un mundo cerrado donde la codicia, la ambición y la corrupción son las únicas escalas de valores; un mundo donde todo esta en venta, donde el poder del dinero mueve las cosas, hipócritamente liberal. Así, el cinismo de El día de los tramposos, nada bien comprendido y peor recibido por la crítica de su tiempo, que acuso -erróneamente- a Mankiewicz de no respetar las reglas, de alinearse en las coordenadas del neowestern moderno -sumariamente: de Monte Hellman a Sam Peckinpah-, hace que el espectador apoye complaciente, comulgue con el egoísta Pittman, un canalla de tomo y lomo, que no vacila en sacrificar a sus hombres para su lucro personal y en deshacerse de sus compañeros de evasión, que finalmente será vencido en su propio terreno -de la inteligencia y amoralidad- por el prototipo del hombre honrado y honesto, el sheriff Woodward Lopeman (Henry Fonda), que tras apropiarse del botín de 500.000 dólares y conseguir por fin liar un cigarrillo, parte con destino a México en busca de la felicidad. Una imagen del orgasmo del éxito muy propia del cineasta.
El día de los tramposos recrea de nuevo uno de los temas mayores y más queridos por el cineasta: la superioridad de la inteligencia frente a la fuerza, ante cualquier contingencia, el trayecto de un personaje que, demiurgo, controla, domina a su antojo a los demás actuantes e instrumentaliza en beneficio propio las normas sociales del universo que habitan. El triunfo de la inteligencia permite que Pittman ostente, disfrute de una posición de privilegio en la penitenciaria, donde todos se mueven como peones a su antojo, mientras madura el plan de fuga. Sin embargo, en tan medidas piezas de relojería siempre hay un grano de arena, llamémosle azar si se quiere, que frustra la perfección. Así, el personaje que domina la acción / función tropieza con el fracaso, al tropezar con una realidad imprevista.
(tomado de http://www.cineclasico.com)