
Título original: The Private Life of Sherlock Holmes
Año: 1970
Duración: 110 min.
Nacionalidad: EE.UU.
Estudios: UNITED ARTISTS
Género: Comedia
COLOR
Reparto:
Robert Stephens, Colin Blakely, Genevieve Page, Christopher Lee, Clive Revill, Irene Handl, Peter Madden....
Montaje:
Christopher Challis
Dirección:
Billy Wilder
Guión:
Billy Wilder
I.A.L. Diamond
Música:
Miklos Rozsa
ELINK
Comentarios sobre la película (Por Marcial Moreno, encadenados.org)
La vida privada de Sherlock Holmes es una película cuanto menos desconocida en la filmografía de Wilder, si no abiertamente minusvalorada. No cabe alegar razones cronológicas que expliquen esta relegación, puesto que data de un tiempo inmediatamente posterior a sus grandes obras, y en cierto modo inaugural de su última época, en la que aún nos ofrecería filmes tan estimables como, por ejemplo, Primera plana. ¿Por qué entonces este, permítaseme, injusto olvido de la aproximación wilderiana al personaje de Conan Doyle? Sin duda las razones que lo expliquen serán múltiples y diversas, pero entre ellas figura sin duda la naturaleza “extraña” de esta película. Extraña en el sentido de que no se ajusta a lo que se espera de Wilder, y no es que el director vienés carezca de un amplio abanico de géneros y temas en su filmografía, sino que esta vida privada de Sherlock Holmes defrauda, en cierta medida, todas las expectativas previas con las que el espectador acude a ella.

Para empezar, no es una comedia, por mucho que en algunos momentos aflore la risa. Tampoco en su versión ácida, tan querida y practicada por Wilder: no encontramos aquí el afilado cuchillo sajando la sociedad burguesa o los poderes públicos, más allá de la breve referencia al organigrama político-militar, necesaria para mantener la trama detectivesca. No ofrece tampoco una consistencia que satisfaga a los admiradores del policiaco, sino que la trama se revela excesivamente hueca, descuidada, molesta incluso. Nada que ver en este aspecto con Perdición, obra maestra del género.
Pero a pesar de todo no podemos considerar esta obra como una rara avis en la filmografía wilderiana. Si indagamos más allá de lo tópico no tendremos más remedio que reconocer en ella rasgos plenamente definitorios del cine de este autor, rasgos que la entroncan con otros muchos momentos de su filmografía, y que al mismo tiempo representan una revisión de ellos.
La vida privada de Sherlock Holmes es una película a caballo entre la nostalgia y la decadencia, o quizá un ejemplo de esa nostalgia que se sabe irrealizable y la que no queda otra opción que materializarse en decadencia.
La puesta en escena es una plasmación continua de lo que acabamos de apuntar. La película se cuenta desde el presente lanzando una mirada sobre unos personajes que están muertos, que hace ya cincuenta años que murieron. Se trata por tanto de una mirada a un mundo acabado, clausurado, inexistente ya. Pero no sólo de ahí viene su decadencia; aquello que se nos cuenta contiene dentro de sí los gérmenes de su final: el aspecto enfermizo de Holmes, su adicción a la cocaína como vía de escape frente a una realidad no tan magnífica como Watson tiene costumbre de relatar, las brumas escocesas, los castillos derruidos, la desasosegante presencia de los enanos esclavizados y finalmente muertos, la crueldad sutil pero poderosa de los canarios muertos y desteñidos, la música... Todo ello configura un universo que va más allá de la insatisfacción para apuntar a la hostilidad, pero que al mismo tiempo se manifiesta perdido e irrecuperable.
En esta marco la película es la historia de un fracaso múltiple. Es el fracaso en la resolución de un enigma, pero a través de él se muestra el fracaso de una vida y el de una época.
Holmes es incapaz de descubrir la trampa que le ha tendido la falsa señora Vallandon. Su incapacidad significa la derrota del poder de la razón y la lógica, y con ello el derrumbamiento de las bases sobre la que se sustenta la existencia del detective. Pero no es que la razón muestre en este caso una debilidad intrínseca, sino que ha de reconocer su inferioridad ante un elemento extraño e inesperado: el sentimiento. En el mundo de la lógica Holmes es insuperable, incluso se queja de que ya no existan grandes crímenes que estén a su altura, y no al alcance de un simple inspector de Scotland Yard (esta idea de el tiempo como mecanismo degradador está presente en otros momentos de la filmografía de Wilder: Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses o Fedora en la obra del mismo nombre se lamentan de que ya no hay actores como los de antes, de que ya no se hace cine como el de antes), pero para lo que no está capacitado es para compatibilizar su fuerza deductiva con las razones de su corazón. Como le ocurría a Edward G. Robinson en Perdición, el culpable no se descubre porque estaba demasiado cerca, mucho más cerca que la mesa de al lado.

Ideas que se retoman, pero que no pueden ocultar que Wilder ha envejecido. Si E. G. Robinson acababa, a pesar de todo, descubriendo al criminal, Holmes es incapaz de ello. Si Norma Desmond (G. Swanson) vivía aferrada a un mundo inexistente en defensa del cual era capaz de llegar al crimen, Holmes no alcanza semejante grandeza. Si la humillación de C. C. Baxter (J. Lemmon) en El apartamento se resolvía con un acto sublime de rebelión frente al sistema, Holmes no tiene ni siquiera ante qué rebelarse.
Holmes fracasa, como ha fracasado toda su vida, al menos en la vida privada que da título a la película. Como fracasó al morir la que iba a ser su esposa, como fracasó en sus continuas relaciones con las mujeres que nunca trascienden lo profesional, y como fracasó por no saber retener a la mujer que, en cierto modo, deseaba ser retenida. La maestría de Wilder necesita tan solo dos maravillosas escenas para ofrecernos la dimensión de la tragedia de este hombre: la retirada discreta tras la lectura interrumpida de la carta, y la resignación de Watson al indicarle el lugar donde esconde la droga, última salida para una existencia a la que se le ha hurtado cualquier perspectiva de futuro.