(21 August 1944 Sydney, New South Wales, Australia)
Solamente en el caso de El Club de los Poetas Muertos (posiblemente y en mi opinión, la peor película de su escasa filmografía) se permite entrar de cabeza en el mundo de los pañuelos de papel a mayor gloria de un Robin Williams que empezaba a hartarse de ser el mamarracho de turno. El resto de sus films son una mirada a la vida en sus situaciones más extremas y complicadas, desde el ambiente bélico a la realidad televisada más absurda. ¿Cómo actúa la vida sobre las personas? ¿Cómo elegimos el camino que define nuestra personalidad en medio de un mundo que nos supera o que nos rechaza? ¿Qué resulta del choque entre culturas, identidades, culturas distintas, y, por último, cómo nos afecta de cara al futuro?. Componente de la nueva ola australiana, ese éxodo de directores australianos que encontraron fama y fortuna en las Américas durante los años 80, al igual que Gilliam Armstrong o, mas claramente, George Miller (Mad Max), Weir es, sin duda alguna, el miembro más destacado de este atípico club.
Archy Hamilton y Frank Dunne son corredores de fondo. Rivales, amigos, y finalmente camaradas en Gallipoli (1981), la primera película de Peter Weir con proyección internacional. Dos jóvenes que no pueden esperar a enrolarse en la I Guerra Mundial, con las tropas australianas buscando carnada fresca dado el rechazo al alistamiento de los veteranos. Mel Gibson saltó, junto con Mad Max, al estrellato internacional gracias a ésta película donde su papel de protagonista como Frank Dunne está perfectamente equilibrado con el de Mark Lee como Hamilton. Sin embargo, el terrible campo de batalla turco y la demoledora derrota se nos muestran en la segunda mitad de la película.
Weir ha dedicado los primeros 50 minutos a mostrarnos como se desarrolla la amistad entre Dunne y Hamilton, lo que nos despierta un inmediato sentimiento de preocupación por el destino de los dos muchachos. Gallipoli reúne las marcas distintivas de su director desde un principio: la obra de un autor disfrazada de alegato antibelicista.
En 1982 rodó El Año que Vivimos Peligrosamente, situada en el levantamiento indonesio de 1965 contra el despótico régimen del general Sukarno. Weir deleita con un fresco de la sociedad indonesa, su cultura, sus ambiciones, su política, a través del inolvidable personake de Billy Kwan (tremenda comida de tarro: Kwan es un reportero enano y homosexual, enamorado del personaje de Mel Gibson, pero esta interpretado por una mujer, Linda Hunt. Si esta señora hubiera medido un metro más de altura, ahora mismo tendría más de un Oscar® en su cuarto de baño, aparte del recibido por esta película, pero ya sabemos como es Hollywood). Tan importante es Kwan, tan sencilla su forma de ver el mundo y atenerse a sus principios, que los personajes de Gibson y de Sigourney Weaver quedan eclipsados en una historia de amor insustancial que sirve de contraste con la mágica perspectiva del pequeño reportero. Es obra de Weir la creación de la densa atmósfera de la película, mágica y extrañamente sutil, que nos acompaña cada minuto. Es una historia de supervivencia, pero también una historia de personas en una época de cambios que no entienden, que les rebasan, y que, al estilo de El Americano Impasible, terminan por cambiarles para siempre.
En 1985 llega su mejor película, su clásico a elegir. Hablamos de Único Testigo. De entre todas las películas que tratan el choque entre el campo y la ciudad, ésta es la mas nombrada por la radicalidad de los extremos que se tocan. Harrison Ford se mete en la piel del duro policía John Book, conocedor de la ciudad, de sus peligros, y de la violencia del ser humano. Book recibe el caso de su vida cuando debe proteger a un niño y a su madre de unos peligrosos y despiadados agentes corruptos que han cometido un crimen del que el chaval es testigo en una inolvidable secuencia en los lavabos de la Grand Central Station. A partir de ahí, Book se verá obligado a protegerles con un pequeño problema en contra: tanto el niño como la madre son Amish, ese extraño grupo de gente que han hecho de la sencillez, la paz, el aislamiento y el trabajo duro en el campo su modo de vida. Es un choque de trenes. Book, completamente desorientado en el nuevo mundo en el que vive, sólo encuentra su punto de apoyo en sus dos protegidos: el pequeño Samuel (Lukas Haas, desaparecido de los grandes éxitos y no es de extrañar, 30 tacos y con una cara clavadita a Fievel, el ratón ese de los dibujos animados) y su madre viuda, Rachel (Kelly McGillis, esta sí que desaparecida de verdad desde el 2001), con la que Book iniciará una apasionada, incompleta y hermosa historia de amor.
Peter Weir comienza así su etapa mas, ejem, experimental. Ya no solo le interesan las historias curiosas, sino también las más extravagantes. Es un rollo muy parecido al de David Lynch: si consigues dominar el cine normal, deja de hacer cine normal. La Costa de los Mosquitos es su siguiente obra: las aventuras de Allie Fox, un extravagante científico que carga con su familia a la selva de América central. Primero, para construir una fábrica de hielo. Después, para construir un mundo mejor. Excéntrico y dogmático, Fox (interpretado por un Harrison Ford en su mejor momento) no dudara en enfrentarse a todo y a todos para conseguir su sueño, aunque le lleve demasiado lejos.
Escrita por Paul Schrader, guionista de Taxi Driver, en otro de sus libretos acerca de la pérdida de la humanidad en un mundo que nos manda a hacer puñetas mas veces de las que quisiéramos. Lo malo es que todo es tan extravagante que no terminamos de creérnoslo muy bien, lo que va en detrimento de la película. El “bache” de Weir continúa con Sin Miedo a la Vida, rodada en 1993, con Jeff Bridges, acompañado de Isabella Rosellini, Tom Hulce (Amadeus), y una extraordinaria Rosie Perez, como Max Klein, un arquitecto que sobrevive a un terrible accidente de avión, a raíz del cual le entra un complejo de inmortal que amenaza con destruirle tanto a él como a su familia. Poco a poco, Klein va forzando la máquina para probarse a si mismo que no puede morir, al tiempo que su verdadera muerte, la social, la familiar se va apoderando de su existencia sin que Klein se de cuenta. Es un film que creó división de opiniones en la crítica internacional, y no sin razón, ya que mientras el personaje de Bridges es para algunos, el intento de conocer nuestros propios límites, nuestra propia voluntad de vivir; para otros no es mas que un chuleta de tres al cuarto que se cree Dios. El toque humano lo pone Rosie Perez como superviviente atormentada por la idea de que dejó escapar a su hijo entre sus brazos en el momento del terrible accidente. Klein comenzará su regeneración personal mientras intenta ayudarla, lo que da lugar a los mejores momentos de la película y el regreso al buen cine de su director.
Weir necesitaba ayuda y la encontró en Hollywood, sistema que estaba a punto de echarle a patadas. La inteligencia del director australiano para seguir en la brecha se demuestra en películas como El Club de los Poetas Muertos o Matrimonio de Conveniencia. La una, película de Oscar® que se ha convertido en un fenómeno con el paso de los tiempos merced al grupo de jóvenes promesas con Ethan Hawke al frente, capitaneadas por el siempre excesivo Robin Williams, que, al igual que Ford o Jim Carrey, encontró al actor que hay en él con la ayuda de Weir, que a la mínima que le den, saca petróleo.
El buen cine volvería con fuerza a lo largo y ancho del metraje de su siguiente (y penúltima) obra: El Show de Truman, la redención definitiva de Jim Carrey como actor, y una de las mejores películas de la década pasada. Una obra que no solo crea un punto de partida absolutamente arrebatador, sino que lo exprime hasta sus ultimas consecuencias, cortesía de un fascinante guión escrito por Andrew Niccol (Gattaca) y un Charlie Kaufman con menos ideas de grandeza intelectual, lo que es muy de agradecer. Truman Burbank (Carrey) es el primer ser humano adoptado por una multinacional para convertir su vida en un show de televisión donde hay cámaras en millones de lugares (de hecho, nunca se emplea una cámara en la película que no exista en el show) y tanto su familia como sus mejores amigos son actores profesionales, en un espectáculo dirigido por mano maestra por Christof (Ed Harris, al que tenían que haberle mandado un Oscar® por correo), el director del programa, que ha llegado a querer a Truman como su propio hijo. La desesperación y la angustia de Truman se van haciendo cada vez mas evidentes cuando se enamora de una actriz secundaria (Natasha McElhone) que, en principio, no tenía nada que ver con la línea del guión original que Christof había trazado para la vida de Truman, el cual va descubriendo (a través de mil y una situaciones a cual mas estrafalaria) que su mundo perfecto y aburrido es mas de lo que parece a simple vista. Una gran película
Y por último: Master and Commander. La magna obra de los veinte volúmenes de Patrick O’Brian, que refleja toda una vida de investigación, fue la piedra de toque para Peter Weir. El director nunca cejó en su empeño de capturar hasta el mínimo detalle la precisión y el espíritu del mundo y los personajes de O’Brian, y logra un nivel de realismo histórico sin precedentes en esta película.
“La prosa de Patrick O’Brian es maravillosa”, dice Weir. “Se trata de un escritor de primer orden. Desde luego, éste era uno de los mayores retos a la hora de adaptar su obra. Cuando adaptas un libro, las palabras se caen de la mesa y tienes que sustituir la prosa por imágenes. Ha sido un enorme reto lograr contar visualmente esta historia de forma que se hiciera justicia a las palabras de O’Brian”.
Cuando Weir y Collee empezaron a escribir el guión, clasificaron los libros de O’Brian bajo los epígrafes: “Divisiones”, “Tripulación”, “Diálogos de Jack y Stephen”, etcétera. Estas referencias eran luego fotocopiadas y convertidas en libros; “chuletas a mano” para el reparto y el equipo técnico, señala Weir.
“Yo mismo, estaba rodeado de artefactos de la época mientras trabajaba en el guión; espadas, hebillas de cinturón, mapas.. esperando que me visitaran las musas”, prosigue Weir. “La música era otra gran ayuda, cuando andaba a tientas tratando de encontrar la forma de regresar a la época”.
Según el guionista John Collee, Master and Commander: Al otro lado del mundo, ambientada en su mayor parte a bordo del barco Surprise, es un reflejo de la consumada habilidad de Weir para crear mundos bien acotados y llenos de vida.
“Es una cosa que Peter hace excepcionalmente bien, como hizo en Único testigo y El show de Truman. Quería crear un universo flotante en Master and commander: Al otro lado del mundo”.
http://paleoj.en.eresmas.net/reportajes/dic2003.htm
http://www.peterweircave.com/pictures/index.html
Filmografia en descarga directaTexto recopilado gracias a BlueGardenia y plantillas de HTML cedidas por dooddle.