El caballo de hierro
De El caballo de hierro se realizaron dos versiones. Una de, aproximadamente dos horas y media, que solo se estrenó en Estados Unidos; y una segunda, para el mercado internacional, de unos veinte minutos menos y con planos y secuencias alternativas, algo muy común en la época dado que se rodaban escenas varias veces y con diferentes cámaras y, después, en ocasiones, se realizaban versiones diferentes de la misma película para distintos mercados cinematográficos. Más allá de lo anecdótico, lo anterior es relevante en tanto a que la versión internacional difiere considerablemente debido a sus variaciones de la norteamericana, la cual se ajusta tanto a los propósitos de John Ford como a los de William Fox, real artífice de la puesta en marcha de una de las películas silentes de Ford más reputada y, a la sazón, la más larga de su carrera.
Las variaciones entre versiones muestran dos películas que transmiten, en general, un mismo impulso a nivel argumental, o, quizá, discursivo, en tanto a que queda bien planteado el interés por poner en escena la construcción del primer ferrocarril transcontinental como consecución de un sueño nacional e individual propulsado por Abraham Lincoln, a quien se dedica la película y regala un par de momentos muy significados dentro de la historia: una, al comienzo, cuando todavía no se ha convertido en Presidente, y otra, años después, cuando ya lo es, en 1862. Fox había estudiado y leído todo lo escrito alrededor de Lincoln y llevaba tiempo queriendo integrar en una producción la admiración que tenía hacía su figura. El éxito de la película de Paramount La caravana de Oregón, (The Covered Wagon, 1923, James Cruze) animó al productor a poner en marcha una película que podría considerarse, para la época, una auténtica superproducción que, sin embargo, no solo logró recuperar lo invertido sino que fue un éxito rotundo en taquilla. La película fue rodada en Reno, Nevada, participaron en ella miles de extras -las cifras oscilan dependiendo de las fuentes- y se utilizaron también miles de animales -caballos, bisontes, ganado-, algo que pone de relieve que, en 1924, en Hollywood, ya se sabía de excesos en producción.
Fox cuidó hasta el extremo todo el proceso de producción de El caballo de hierro, dando a Ford, por entonces un director muy joven pero con una gran experiencia a sus espaldas, una gran libertad que, sin embargo, no fue la suficiente; por ejemplo, terminado el rodaje, se realizaron algunas tomas extras con Madge Bellamy, quien interpreta a Miriam Marsh, dado que Fox consideraba que el personaje femenino no tenía la suficiente presencia, algo que molestó a Ford. Pero, en general, el cineasta pudo contar con todos los medios de la época, incluso más, para poner en marcha la película.
Como decíamos, la existencia de dos versiones diferentes ocasionó que durante mucho tiempo, fuera de Estados Unidos, se analizase y se hablase de El caballo de hierro a partir de una copia que aunque, es inevitable, tenía elementos cercanos a la original, comparadas ambas, carece de todo lo que hace de la versión norteamericana una película muy superior a la otra, siendo, de la filmografía muda conocida de Ford, una de las mejores producciones, pero inferior en comparación a su obra ulterior.
Destaca, por ejemplo, y en este caso la autoría se debe compartir con Fox, un sentido de épica cinematográfica que se traduce tanto en la naturaleza de sus imágenes como en su sentido narrativo, esto es, en aquello que quisieron poner en escena: una crónica esencialmente norteamericana que narra la unión del Este con el Oeste -olvidándose de las rivalidades de Norte y Sur tras la Guerra de Secesión- a través de la construcción del ferrocarril, Así, en El caballo de Hierro aparecen temas que recorren transversalmente el cine de Ford, como el enfrentamiento entre civilización y naturaleza o la hermandad entre hombres, por ejemplo, junto a una visión casi documental no solo del levantamiento de las vías, sino también de todo aquello que rodeaba la vida de esos hombres y mujeres: el surgimiento de pueblos alrededor de esos trabajos, la lucha contra los indios -quienes, por otro lado, aparecen como un grupo que defiende su espacio, tan solo contaminados por la presencia de un hombre blanco que colabora con ellos-, la caza del bisonte, la ganadería..., una suerte de retrato pictórico de la vida de una época, muy cercana al rodaje a pesar de los años de diferencia, que viene contrapunteado por un trabajo con los personajes y la historia de amor entre Miriam y Davy (George O’Brien, actor fetiche de Ford en aquella época) que aporta a la reconstrucción ficticia de un toque melodramático que quizá se resiente frente a la fuerza de la acción y del resto de imágenes, pero que sin duda alguna introduce un contenido humano dentro de un relato épico y profundamente norteamericano en el que todos, incluso las mujeres, siempre relegadas en estos relatos a meras comparsas y que aquí toman las armas para luchar cuando es necesario, contribuyeron al levantamiento de una nación. Idea que queda patente en la versión internacional, pero carece del brío y la épicidad de la original, una película compuesta por una serie de cuadros fragmentados para dar una forma lo más completa posible a este western que aspira, y consigue en gran medida, ser una gran crónica.
lsrael Paredes Badía en el libro "El Universo de John Ford"