"Ludwig van es una declaración de amor por Beethoven", señalaba Mauricio Kagel en una entrevista. Y es que su película Ludwig van, rodada en 1969 con ocasión del bicentenario del nacimiento del genio de Bonn, fue incomprendida por las instancias musicales más ortodoxas, que entendieron este lúdico e inteligente ejercicio cinematográfico como un intento de menoscabar la figura de Beethoven. Nada de eso, por supuesto. Lo que Kagel pretendía y en gran medida consiguió fue analizar con calculada irreverencia las formas sociales de recepción de la obra beethoveniana y de paso poner de manifiesto la naturaleza voraz de una "industria cultural" (en expresión cara a la época) capaz de convertir en mercancía cualquier producción del espíritu: si recordamos el reciente "Año Mozart" veremos que las cosas sólo han cambiado a peor. El compositor devenido en cineasta aborda pues, por medio de un género híbrido entre el documental, la ficción y el juego surrealista, un asunto mayor cuya relevancia no ha dejado de crecer hasta nuestros días: cómo enfrentarse a la herencia de la tradición para activarla y que siga arrojando sentido y luz en el presente.
En Ludwig van resuenan los renovadores postulados cinematográficos de su tiempo, el del Nuevo Cine Alemán, pudiéndose percibir algún eco de los filmes de Alexander Kluge (Artistas bajo la carpa del circo: perplejos, con su collage de elementos diversos y de niveles conceptuales) o de la pareja Straub-Huillet (Crónica de Anna Magdalena Bach o el objetivo de exposición rigurosa del fenómeno musical sobre la pantalla). Pero Kagel utiliza con habilidad los códigos de ese cine para construir una narrativa original y de gran potencia visual, fragmentaria y zigzagueante. Así nos conduce por Bonn y la casa de Beethoven, por una fábrica de discos y la sala de máquinas de un barco, nos introduce en un sesudo e hilarante debate televisivo sobre la obra del compositor y nos cita en descampados con un hipotético y ridículo descendiente del autor de la más célebre Novena, estableciendo correspondencias y asociaciones -a veces caprichosas, aunque jugosas- entre discurso sonoro y fílmico: se le reprochó a Kagel que pusiera fin a la cinta con imágenes -escatológicas algunas- de animales en un zoo, pero éstas cobran todo su sentido cuando se descubre que lo que suena es la parte del coro de prisioneros de Fidelio. El compositor, realizador de otras películas como Antithèse, Zwei-Mann-Orchester, Mitternachsstück o Repertoire, utiliza con consciencia sus materiales. Sabe lo que hace, sin haber establecido nunca demasiadas diferencias "entre cine y música, pues cuando se trabaja algún tiempo en un estudio de música electrónica y después se monta una película se descubre que ambas formas trabajan con cortes de tiempo". Y borda secuencias verdaderamente hermosas, como ésa con cámara subjetiva en la que el propio y al parecer aturdido Beethoven visita su ciudad natal viendo los monumentos que se le han dedicado y los escaparates llenos de discos con sus obras maestras, proponiéndosenos un interesante ejercicio de escucha al oír su música desde los auriculares en los que los clientes de una tienda prueban los discos y al mismo tiempo como banda sonora: el sonido nos llega amortiguado, confuso, distorsionado, de manera similar a como llegaba a los oídos de Beethoven. Una de las tesis que anima el filme es, de hecho, mostrar "cómo había escuchado Beethoven su música durante los últimos diez años de su vida, es decir, mal".
Sobre Ludwig van flota además el espíritu de Fluxus, movimiento neodadaísta que mediante el happening y la performance proporciona al arte una nueva dimensión escénica, lo que se advierte en esa secuencia donde la interpretación de una sonata es medida en términos de parámetros como "tensión muscular", "ritmo cardiaco" o "afinidad de las categorías expresivas", entre varias decenas, con el pianista unido a la máquina con aparatosos cables. Por otra parte intervienen figuras del panorama del momento como Joseph Beuys, quien reconstruyó la cocina de la residencia de Beethoven apuntando oscuras relaciones entre fuego y fulgor creativo, o Dieter Rot, que en su recreación del bathroom muestra una bañera repleta de majestuosos bustos del compositor hechos de mazapán y chocolate que, en fascinante metáfora, se deshacen al tocarlos.
En cuanto a los arreglos de piezas de Beethoven efectuados por Kagel, interpretados aquí por la Gesamtdeutsches Kammerorchester y con los que configuró una obra homónima pero independiente del filme, decir que huyen del Romanticismo para situarse en el orden del despojamiento sonoro y de la rudeza más vibrante. El aura de ideal grandeza buscada por un Karajan se disuelve así en aras de un deseo muy humano de comunicación y conmovedor disfrute.
Datos técnicos
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Enlace a la película
Ludwig van (Mauricio Kagel, 1969) DVDRip.avi 
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