batallans escribió:
No me extenderé nada. Si surge debate, bienvenido sea.
No engaña la película: ya lo venía avisando el cineasta en las dos últimas. El uso y eje narrativo de los tiempos muertos y de la mostración por la mostración (imágenes y susurros) que debemos llenar de contenido.
Pero no me ha enganchando nada.
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A mí tampoco “me llegó”, pero quizá sí que “me tocó”, en el sentido de que sentí el roce de sus imágenes, sus sonidos y sus metáforas. Lo que pasa es que, al contrario que tú, yo sí que necesito extenderme para hablar de ello. Espero que me lo perdonéis.
Lo primero es decir que no sé exactamente si esto es cine o no es cine, al menos en el sentido más “kinético” o de “movimiento” que se espera del cine. Además, el tema es el que es y tienes que tener cierta eventual disposición a lo transcendente para disfrutar viéndola. Eventual, digo, no necesariamente permanente.
En las imágenes y música que se intercalan a lo largo de toda la película, sobre todo al principio y al final, se nos muestra la omnipotencia, la omnipresencia, la eternidad, incluso. Cierto que puede referirse tanto a un Dios bíblico e inabarcable como al Universo, es decir, a la pura materia, a la energía, a la vida. Las invocaciones, a modo de jaculatorias, y alguno de los diálogos (“mira, ahí vive Dios”) pueden facilitar que todo ello se interprete como una oración, a veces como un cántico a veces como una plegaria. Pero también es cierto que las buenas oraciones son las que hablan de nosotros, los humanos, de nuestra fragilidad, de nuestro dolor, y es por eso que a veces podemos percibirlas y hasta compartirlas incluso los que no somos creyentes o somos detractores de creencias que “creemos” que no sólo no salvan sino que, al revés, des-salvan y nos sumen aún más en la miseria.
En todo caso, son imágenes esplendorosas, como un atardecer de Turner, como un cielo de Miguel Ángel, como una hoguera, como un trueno, como un abismo, como un espacio insondable, como….
La música está al servicio de las imágenes y es a menudo coral, lo que nos lleva al sonido de la mejor música sacra. Aunque en algún momento, debo decir, me chirrió enormemente escuchar un fragmento de “El Moldava”, de Smetana, que me pareció que no venía mucho a cuento.
Y luego está la historia de la familia, la historia de los padres y los hermanos, los juegos de los chavales, la rebelión, la pérdida de la inocencia. Cosas cotidianas, vulgares, que forman parte de la historia de casi todos, pero que adquieren la categoría de “esenciales” vistas a la luz de la cámara de Malick.
Me costó entender el papel de Sean Penn. Tardé en “verle” y me perdí en metafísicas hasta que le situé un poco. Luego, a la luz del final, tuve que reinterpretar mis percepciones del principio.
Muchas escenas quizá no añadan nada, o quizá yo sea muy tosca para entenderlas. En cualquier caso, me alegró ver esta película. Es una película que cuesta ver y que, a la vez, si te dejas ir, se ve con facilidad. Esa es otra de sus muchas paradojas.