There's A Feeling in the Air -- A Feeling of Community

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pepe0008
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There's A Feeling in the Air -- A Feeling of Community

Mensaje por pepe0008 » Dom 28 Oct, 2007 15:47

Pongo aquí un cuento breve de HERNAN CASCIARI, titulado "Los justos", originalmente publicado en Orsai.
Los Justos
Los miércoles a las nueve de la noche, hora de Nueva York, la cadena norteamericana ABC emite una serie de televisión que me gusta. A esa misma hora un mexicano llamado Elías, dueño de un vivero en Veracruz, la está grabando directamente a su disco rígido, y tan pronto como acabe subirá el archivo a Internet, sin cobrar un centavo por la molestia. Tiene esta costumbre, dice, porque le gusta la serie y sabe que hay personas en otras partes del mundo que están esperando por verla. Lo hace con dedicación, del mismo modo que trasplanta las gardenias de su jardín para que se reproduzca la belleza.

A las once de la noche de ese mismo miércoles, Erica, una violinista canadiense de veinticuatro años que ama la música clásica, baja a su disco rígido la copia de Elías y desgraba uno a uno los diálogos para que los fanáticos sordomudos de la serie puedan disfrutarla; distribuye esos subtítulos en un foro tan rápido como puede. No cobra por ello ni le interesa el argumento: lo hace porque su hermano Paul nació sordo y es fanático de la serie, o quizás porque sabe que hay otra mucha gente sorda, además de su hermano, que no puede oír música y debe contentarse con ver la televisión.

A las 3:35 de la madrugada del jueves, hora venezolana, Javier baja en Caracas la serie que grabó Elías y el archivo de texto que redactó y sincronizó Erica. Javier podría ver el capítulo en idioma original, porque conoce el inglés a la perfección, pero antes necesita traducirlo: siente un placer extraño al descubrir nuevas etimologías, pero más que nada le place compartir aquello que le interesa. Para no perder tiempo, Javier divide el texto anglosajón en ocho bloques de tamaños parecidos, y distribuye por mail siete de ellos, quedándose con el primero.

Inmediatamente le llega el segundo bloque a Carlos y Juan Cruz, dos empleados nocturnos de un Blockbuster bonaerense que suelen matar el tiempo jugando al ajedrez, pero que ocupan los miércoles a la madrugada en traducir una parte de la serie, porque ambos estudian inglés para dejar de ser empleados nocturnos, y también porque no se pierden jamás un capítulo.

El tercer bloque de texto lo está esperando Charo, una ceramista de Alicante que está subyugada por la trama y necesita ver la serie con urgencia, sin esperar a que la televisión española la emita, tarde y mal doblada, cincuenta años después. El cuarto bloque lo recibe María Luz, una tipógrafa rubia y alta que trabaja, también de noche, en un matutino de Cuba: María Luz deja por un momento de diseñar la portada del diario y se pone rápidamente a traducir lo que le toca. Dice que lo hace para practicar el idioma, ya que desea instalarse en Miami.

El quinto bloque viaja por mail hasta el ordenador de Raquel y José Luis, una pareja andaluza que vive de lo poco que le deja una librería en el centro de Sevilla. Llevan casados más de veinticinco años, no han tenido hijos, y hasta hace poco traducían sonetos de Yeats con el único objeto de poder leerlos juntos, ella en un idioma, él en otro. Ahora, que se han conectado a Internet, descubrieron que además de buena poesía existe también la buena televisión.

El sexto bloque le llega a Ricardo, en Cuzco: Ricardo es un homosexual solitario —y muchas noches deprimido— que traduce frenéticamente mientras hace dormir a su gato Ezequiel. El séptimo lo recibe Patrick, un inglés con cara de bueno que viajó a Costa Rica para perfeccionar su español, lo desvalijó una pandilla casi al bajar del avión pero igual se enamoró del país y se quedó a vivir allí. Y el octavo bloque le llega, al mismo tiempo que a todos, a Ashley, una chica sudafricana de madre uruguaya que es fanática de la serie porque le recuerda (y no se equivoca) a su libro favorito: La Isla del tesoro.

Los ocho, que jamás se han visto las caras ni tienen más puntos en común que ser fanáticos de una serie de la televisión o de un idioma que no es el materno, traducen al castellano el bloque de texto que le corresponde a cada uno. Tardan aproximadamente dos horas en hacer su parte del trabajo, y dos horas más en discutir la exactitud de determinados pasajes de la traducción; después Javier, el primero, coordina la unificación y el envío a La Red. Ninguno de los ocho cobra dinero para hacer este trabajo semanal: para algunos es una buena forma de practicar inglés, para otros es una manera natural de compartir un gusto.

A esa misma hora Fabio, un adolescente a destiempo que vive en Rosario, a costas de sus padres a pesar de sus 23 años, encuentra por fin en el e-mule la traducción al castellano del texto. Con un programa incrusta los subtítulos al vídeo original, desesperado por mirar el capítulo de la serie. A veces su madre lo interrumpe en mitad de la noche:

—¿Todavía estás ahí metido en Internet, Fabio? ¿Cuándo vas a hacer algo por los demás, o te pensás que todo empieza y termina en vos?

—Tenés razón mamá, ahora mismo apago —dice él, pero antes de irse a dormir coloca el archivo subtitulado en su carpeta de compartidos para que cualquiera, desde cualquier máquina, desde cualquier lugar del mundo, pueda bajarlo. Fabio jamás olvida ese detalle.

Los jueves suelo levantarme a las once de la mañana, casi a la misma hora en que Fabio, a quien no conozco, se ha ido a dormir en Rosario. Mientras me preparo el mate y reviso el correo, busco en Internet si ya está la versión original con subtítulos en español de mi serie preferida, que emitió ocho horas antes la cadena ABC en Estados Unidos. Siempre (nunca ha fallado) encuentro una versión flamante y me paso el resto de la mañana bajándola lentamente a mi disco rígido, para poder ver el capítulo en la tele después de almorzar. Mientras espero, escribo un cuento o un artículo para Orsai: lo hago porque me resulta placentero escribir, y porque quizás haya gente, en alguna parte, esperando que lo haga.

El artículo de este jueves habla de Internet. Dice, palabras más, palabras menos, algo que hace veinticinco años dijo Borges mucho mejor que yo, en un poema maravilloso que se llama Los Justos:

"Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo."

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silentrunner
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Mensaje por silentrunner » Dom 28 Oct, 2007 17:58

GENIAL!

:)

zeppogrouxo
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Mensaje por zeppogrouxo » Dom 28 Oct, 2007 19:59

:plas: :plas:

mot
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Mensaje por mot » Jue 03 Ene, 2008 08:23

Lo buscaba desde hace muchos meses. Muchísimas gracias, tanto a Pepe como a Hernán.

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Wagnerian
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Mensaje por Wagnerian » Jue 03 Ene, 2008 10:46

Sí, ese es el sentimiento que algunos tenemos desde que internet está al alcance de muchos. Antes, una acción generosa parecía vana, ni siquiera como símbolo. Actualmente una acción generosa, un pequeño gesto o un leve bufido de alegría transcienden el pueblecito o la gran ciudad, el sitio donde se vive. Ya no hay lugar pequeño para que una buena acción, evadiendo a los filósofos, sea como el milagro de los panes y los peces.

El artículo lo refrenda a través de la memoria colectiva (presente).

Gracias, pepe0008, a reading pleasure.
'...y esas piernas color París.'

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friedmind
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Mensaje por friedmind » Vie 13 Jun, 2008 03:03

Wagnerian escribió:Sí, ese es el sentimiento que algunos tenemos desde que internet está al alcance de muchos. Antes, una acción generosa parecía vana, ni siquiera como símbolo. Actualmente una acción generosa, un pequeño gesto o un leve bufido de alegría transcienden el pueblecito o la gran ciudad, el sitio donde se vive.
en efecto, lo mismo pienso yo...
gracias pepe0008 por el articulo
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Gastón
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Mensaje por Gastón » Vie 13 Jun, 2008 11:32

Hoy en El País:
A LA CAZA DEL SUBTITULADOR
POPY BLASCO 13/06/2008

Madrugan para ver los capítulos de series recién emitidos en la televisión estadounidense y, sin ánimo de lucro, colgar en la Red su traducción al español cuatro horas después. ¿Héroes en la sombra o infractores? Les conocimos para saber qué les mueve.

‘PERDIDOS’ estrena en primicia sus episodios en el canal de televisión estadounidense ABC los jueves a las cinco de la madrugada, hora española. Minutos después, el capítulo ya está colgado en la Red. Acostumbrados como estamos a las posibilidades del ciberespacio, a pocos sorprende ya este fenómeno. Pero que sólo cuatro horas más tarde ya estén disponibles sus subtítulos en castellano —y, para más inri, gratis— es harina de otro costal. Alguien en algún lugar no identificado se despierta muy temprano para que otra persona a la que desconoce pueda ver y leer sus series favoritas en su idioma. Y sin ánimo de lucro. Para muchos, una especie de filántropos en la sombra. Para las entidades que luchan contra la piratería, unos delincuentes de tomo y lomo, nuevos culpables de todos los males de la industria audiovisual. Y para todos, unos absolutos desconocidos que hoy nos hemos propuesto conocer.

Este mismo periódico publicaba el pasado 23 de mayo el testimonio de Octavio Álamo, de Wikisubtitles.net. Según este canario de 26 años, la Federación para la Protección de la Propiedad Intelectual (FAP, una asociación privada sin ánimo de lucro que defiende la propiedad intelectual de las obras audiovisuales y del software de entretenimiento) le mandó un correo en el que le “exigía cerrar” la página y le “amenazaba con emprender acciones legales”. Para la FAP, la puesta a disposición de estos guiones sin autorización de sus titulares de derechos de propiedad intelectual constituye una violación de dichos derechos. La mayoría de estos cibertraductores se defienden arguyendo que ellos no cuelgan las series, sólo la traducción de las mismas; que en ningún momento incitan a sus descargas, y que, además, lo hacen por amor al arte, sin aspirar a obtener ninguna compensación económica por ello.

Y si bien el debate está a la orden del día (ver despiece en la página siguiente), hay quienes ponen otra cuestión sobre la mesa. Hernán Casciari, bloguero televisivo y colaborador de este suplemento, la resume en un concepto: paradoja. “Hemos llegado al punto en el que una serie de éxito, Perdidos, pierde audiencia en cada episodio —las caídas son drásticas— y, sin embargo, crece cada día la expectación y el fanatismo de sus seguidores. De su último capítulo se descargaron sus subtítulos en español más de un millón de veces”. ¿Cómo puede hacer frente la televisión a este problema? ¿Empapelar a un anónimo veinteañero con conocimientos de idiomas y mucha voluntad es realmente la solución? “La cadena Cuatro está logrando de alguna manera esa solución con House. Está invirtiendo muchos recursos en acortar los tiempos de emisión entre el episodio original y el doblado. A principios de mayo, el cínico doctor decía en castellano lo que había dicho en inglés a mediados de abril. Un hito sin precedentes en España, que TVE debería imitar ya mismo si no quiere seguir relegando grandes series de éxito mundial, como Perdidos o Mujeres desesperadas, a las madrugadas de La 2”.

Es posible que muchos cibertraductores piensen que así se ahorrarían mucho trabajo. Pero, ¿cómo saberlo? Intrigados por su anonimato, contactamos con varios de ellos. Queríamos saber cómo viven, si tienen otras ocupaciones y, teniendo en cuenta que no cobran un duro, formularles una pregunta: ¿por qué demonios lo hacen?

Mucha gente cree que Lostzilla es una empresa. “Incluso recibimos currículos de gente que se ofrece como becaria”. Pero la realidad es que son, simplemente, dos chicas: Elena y Teresa. Dos aficionadas a Perdidos que algunos días llegan a tener “hasta 50.000 visitas” ávidas del subtítulo del último episodio de turno. Para ellas “traducir es un hobby que se nos ha ido de las manos. Ahora tenemos cierta responsabilidad con mucha gente”. Elena es médico en un hospital de Madrid; Teresa hace vídeos para una página web sobre economía (estudió comunicación audiovisual). Durante la entrevista, en una céntrica cafetería madrileña, una bebe Coca-Cola Zero; la otra, Coca-Cola clásica. Elena nos cuenta que vive con sus padres, que es fan de Bruce Springsteen y de El paciente inglés; Teresa vive en un piso compartido, es gafapasta y lleva una camiseta de Rufus Wainwright. Nada raro, vamos. Pero, claro, Clark Kent también parecía normal.

Las noches que emiten Perdidos, Elena y Teresa amanecen a las cinco (normalmente lo hacen a las ocho) y se convierten en Lostzilla. Un trabajo tan apasionante como mecánico: visionar, traducir, subtitular y colgar en Internet. Y —esto es muy importante— con suma puntualidad. “Si no, ya comienzan a freírnos a base de e-mails”. ¿Y en qué circunstancias lo hacen? “En pijama y desayunando”, revela Teresa. “Tardamos aproximadamente una hora en traducir 10 minutos de diálogos y nos repartimos el trabajo”.

A primera vista no pegan mucho la una con la otra, y es inevitable preguntarse qué les ha llevado a asociarse en semejante proyecto. Al rato revelan afinidades determinantes: ambas son seguidoras de Doctor en Alaska y se conocieron gracias a la pasión compartida por otra serie fundacional: Expediente X. Pero fue tras los primeros 11 capítulos de Perdidos cuando decidieron comenzar a traducir diálogos y crear la página. “Cuando empezamos no había tantos webs de este estilo”, recuerda Teresa. “Este boom empezó a raíz de Perdidos y Mujeres desesperadas”. Y, como casi todos los que han seguido su ejemplo, lo tienen claro: no quieren salir en ninguna foto. “Si me reconociesen mis pacientes del hospital me daría algo”, reconoce Elena. Ellas, efectivamente, tampoco cobran por subtitular. No sacan nada con esto. En cambio, opinan que las series sí. “Gracias a los foros estas series se convierten en series de culto”, asegura Elena. “Ahora mismo los packs de capítulos en DVD se venden más que las películas, y creo que, en parte, se debe a la publicidad gratuita que les hacemos a través de Internet”.

Marga es la administradora de Asian-team.TV, portal que traduce diálogos desde hace un año y que cuenta con una media de 15.000 usuarios diarios. A sus 30 años ejerce de profesora (habla siete idiomas) en Inglaterra, y en sus ratos libres disfruta traduciendo Bones, CSI Las Vegas y Galáctica (la serie de ciencia-ficción del momento, estrenada en España en Sci-Fi, en la plataforma Digital +). “No pido reconocimiento público más allá de un gracias y de la satisfacción de que los subtítulos sean los mejores posibles”, ratifica. Como las chicas de Lostzilla, a Marga no le apetece que la fotografíen. Ni siquiera con el rostro cubierto. “No somos ni terrorista ni piratas, somos gente corriente que traduce”, sentencia.

Safes y Carpe Diem también colaboran con Asian-team, pero eso es prácticamente lo único que tienen en común. Safes trabaja de informático en un pueblo de las Rías Bajas (Galicia), y de su ordenador salen los subtítulos de Psych. Está “a punto de entrar en la crisis de los 40”, pero eso no le impide ser adicto a Galáctica y a Embrujadas. Aparte de considerarlo una afición, dice que traduce para no “oxidarse con el inglés” y que no le importaría dedicarse profesionalmente a ello. “Claro que también me encantaría ser medalla olímpica de natación sincronizada…”, añade. Carpe Diem, por su parte, colabora desde México. Por la mañana da “clases a gremlins de entre seis y 12 años”, y por las tardes se dedica a su novia, a leer “desde Makarenko hasta a J. K. Rowling”, y a traducir Daños y perjuicios, Mad men y Anatomía de Grey. Lleva tres de sus 33 años de vida subtitulando y dice hacerlo, entre otras cosas, porque “hace que uno se olvide de los problemas”.

Altruismo, matar el tiempo, practicar inglés…, dicen buscar cualquier cosa menos dinero. Ni siquiera popularidad (todos utilizan seudónimo en el ciberespacio). Algunos porque se reconocen tímidos. Y otros, los menos, hablan de miedo a las represalias. Pero es Marga quien acierta a otorgarle una dimensión mayor a la labor: “En cierto modo cumplimos la misma función que las sociedades recreativas antiguamente. Para nosotros se trata de un intercambio cultural. Tenemos gente de toda Suramérica conectada a nuestro foro y, sin él, sin la traducción de las series y películas, toda esta gente no se hubiese conocido”. Han llegado incluso a formarse hasta parejas, asegura. “Y no sólo eso. En estos momentos un miembro del foro que vive en México DF, ciudad donde la Seguridad Social no funciona, ha encontrado a través de nuestra página a un donante de sangre para su suegro”. Vaya, que en realidad lo que se podría hacer es una serie de televisión relatando las historias que hay detrás de todos estos cibertraductores. Y subtitularla, claro.
Fuente: El País, 13 Junio 2008