Falleció Homero Alsina Thevenet (H.A.T)

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bscout
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Falleció Homero Alsina Thevenet (H.A.T)

Mensaje por bscout » Lun 12 Dic, 2005 13:36

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Se preguntarán ¿Y ese quién es?. Para los conocedores de Bergman en todo el mundo es un nombre conocido ya fue el descubridor del cine de éste. Homero Alsina Thevenet o HAT, como solía firmar sus trabajos, es para todos los uruguayos que seguimos de alguna forma distintos tipos de manifestación cultural, un referente. Uno de los últimos integrantes de ese grupo que supo hacer conocido a este país durante muchas décadas. País que describió García Márquez al recibir el Nobel como "[...]una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el pais más civilizado del continente [...]". Nunca mejor utilizado el pretérito.
Hace mucho tiempo que el Uruguay es la sombra de un país que supo tener en determinado momento un presente respetado y con un futuro cierto y prometedor. Ya no quedan más intelectuales en este pequeño trozo de tierra cuyo prócer, quizá por presagio, jamás quizó que existiera como tal. Incongruencias de un pasado no muy lejano; en definitiva somos un país joven, pero no por eso librado de ser viejo en espíritu y decadente en aspiraciones.

Homero fue el último de esa especie en extinción que supo poblar lo que Borges siempre, y muy sabiamente, llamó la Banda Oriental -hace un tiempo se nos había ido el querido, querible y admirado Massera-. Homero fue el último ejemplar que se vió deambular por esta zona. Hoy, solo quedan caricaturas y copias a carbónico de lo que antes era muy fácil de encontrar; más fácil que hallar un buen café en la Ciudad Vieja o que un buen libro por la calle Tristán Narvaja, me refiero a gente que piense y razone.

Para los críticos en Uruguay la vida de Halsina Thevenet fue tan ejemplar como la de Byron fue para los romáticos o como el trabajo de Flaubert fue para muchos hombres de letras. No es fácil despedirse de esta clase de gigantes que hacen que todo lo que escribamos, pensemos o discutamos se parezca más al trabajo de los pigmeos creados por Swift que a obras de hombres que utilizan su intelecto para pensar el mundo.

Si la conjetura de Nietzsche es correcta, en algún momento volverá a nacer un crítico como él y, en determinado momento, nacerá nuevamente acá y también se llamará Homero Alsina Thevenet. El problema es que nuestra vida es finita y esa clase de ocurrencia solo podría suceder en el infinito. Mientras tanto solamente nos queda releer sus trabajos y pensar que sería, mejor dicho: que será, de un país tan minúsculo como el Uruguay sin grandes individualidades y, quizás, conjeturar que en realidad todos las grandes obras de este planeta son justamente eso: expresiones de grandes individuos, más que el resultado de el trabajo laborioso de la sociedad.

A partir de hoy toda la obra intelectual y erudita del Uruguay no se encuentra más en los diarios ni en los semanarios porque no es más noticia. El que la redactaba ya no puede seguir las exigencias de nuestro mundo y cumplir con su esperado artículo semanal. En este momento le debe estar entregando el órbolo a Caronte.

Voy, de a poco, a transcribir sus mejores críticas. Esas se encuentran en los libros y no las he encontrado en la red. Sus trabajos sobre Ciudadano Kane y Bergman aún dan para muchas discusiones. Espero que ustedes también lo puedan disfrutar. Por ahora me limito a copiar un artículo/entrevista aparecido en Página/12 (Argentina) y una pequeño artículo suyo para que se hagan una idea de lo que fue su trabajo.
HOMERO ALSINA THEVENET, UNA HISTORIA DE AMOR CON EL CINE
El hombre que descubrió a Bergman


Amigo de Onetti, iniciado en el periodismo hace 60 años en el mítico semanario “Marcha”, es el crítico de cine más célebre de América latina, un veterano de jurados internacionales y autor de 19 libros. Y el primero que se dio cuenta fuera de Suecia de que Ingmar Bergman era un genio.


–Para muchos está catalogado como el descubridor del cine de Ingmar Bergman...
–Es un error de formulación. Soy uno de los once descubridores de Bergman en el mismo momento y en el mismo sitio.
–Eso necesita ser explicado.
–Fue en el segundo Festival de Punta del Este, en 1952. No tuvo apoyo oficial, así que se hizo con material de distribuidores privados y uno de ellos, que se llamaba Ellenberg, había hecho una exploración por Europa y había traído un poco de cine animado, algo polaco, y bastante sueco.
–¿Con eso se hizo el festival?
–La embajada italiana colaboró también. Ese festival fue muy importante porque ahí también se descubrió el cine japonés. Se dio Humberto D, de Vittorio De Sica, en primicia en Punta del Este y al mismo tiempo que se estrenaba en Italia. Y vimos Juventud divino tesoro, que es una de las primeras películas de Bergman que se exhibió en América latina. En ese momento el festival no tenía un jurado oficial, pero tenía un jurado de la crítica que integré con diez personas más, que venían de diarios y de cineclubes. Quedamos asombrados. Recuerdo largas charlas con el crítico Emir Rodríguez Monegal con quien la vi dos veces. El descubrimiento, si es que se le puede llamar eso, fue en ese momento. El festival coincidió con la edición de una revista, Film, que llegó a sacar 22 números con un plan que abarcaba toda la crítica nacional. Procuramos poner en cada número un director (Orson Welles, Eisenstein, Carol Reed y varios otros). Yo conseguí rever una película de Bergman, logré material de Suecia que me tradujeron en Montevideo, y fue así que en julio de 1953 el número 14 de Film apareció con una larga nota mía explicando a Bergman.
–¿Fue la primera fuera de Suecia?
–Sí. Pero aquí viene la parte risueña. Los franceses vieron Sonrisa de una noche de verano y le dieron el premio a la mejor comedia en Cannes en 1956. Allí festejaron a un señor sueco, que para ellos era desconocido, como si fuera un gran comediógrafo. El premio era el primero que obtenía Bergman fuera de Suecia. Su productor, muy contento, le dijo que se había ganado el derecho a hacer aquella película difícil que habían cajoneado el año anterior. Entonces sacaron del cajón el libreto de El séptimo sello. Un año después lo llevó a Cannes y en ese momento los críticos franceses se agarraron la cabeza preguntando dónde estaba el comediógrafo del festival anterior. Para alguien algo experimentado en el cine de Bergman...
–Como, por ejemplo, usted...
–Alguien como yo. El que haya visto La noche del circo, Juventud divino tesoro y Sonrisa de una noche de verano empieza por saber que Bergman es un director múltiple, que ha manejado comedia, drama, y de todo, creo que con excepción del western. Mi primer libro (1964), que escribí con Emir Rodríguez Monegal, es uno de los que se consideran más importantes y recopila notas de diarios y de la revista Film, sobre ese director.
–La historia posiblemente no sea siempre justa con todos. De los once descubridores quedan pocos...
–Murieron varios.
–Y los franceses no se dieron por enterados de tu obra.
–No sé. Los suecos sí se dieron por enterados porque cuando Bergman cumplió 80 años, en julio de 1998, me llamaron de Estocolmo y querían saber qué opinaba yo de los 80 años y de la obra de Bergman.
–¿Nunca intentó hacer cine?
–No, en Uruguay siempre fue difícil hacer cine, o producir cosas. La prueba está en que todo el cine uruguayo hasta ahora es bastante precario. Nunca se me dio por escribir ficción, ni siquiera cuentos, mucho menos un libreto para una película. Ya lo dije en otra entrevista, decir que he visto poco cine uruguayo es una coartada que tengo. No vi El dirigible, ni Pepita la pistolera. Si me preguntan si vi Otario, confieso que sí y que no me gustó.
–La crítica le dio fama internacional.
–Queda feo hablar de fama. No sé, me han invitado a un par de congresos... Fui jurado algunas veces.
–Aquí en Montevideo, ¿se siente a un costado o en el centro del mundo?
–A un costado, me pasé 25 años afuera del país. Se puede decir que eso lo aleja a uno. Y además, entre otras cosas, ya no hago crítica de cine...
–¿Por qué no?
–Porque la crítica de cine supone obligarse a ver cuatro películas por semana y escribir eso de apuro. Tengo otras tareas en lo cultural que me parecen más importantes. Además, no veo todo el cine que debería ver. Ahora las elijo, aprovecho el tiempo de otra manera. Pero además, el cine actual no ayuda. Antes se podían ver películas más valiosas. Si se junta el promedio de grandes directores de hoy con los grandes directores de antes, la diferencia es apabullante. En las décadas del 50 y del 60 se podía juntar un Visconti, Fellini, Rosellini, De Sica, Kurosawa, Bergman... Eran todos nombres enormes. En este momento hay un monopolio de cine norteamericano. Muchas películas de acción, muchos autos destrozados... Es decir, el cine actual no permite decir que me estoy interesando por el cine como expresión artística en sí. Ahora la fotografía es bonita. Pero a mí, si una película no me deja algo de sentimiento o de idea, no me interesa la excelencia de su fotografía. Eso no significa que le dé la espalda al cine... una vez fui al Festival de Mar del Plata. Había algunas cosas interesantes. No me niego. Se puede ver cuando hay qué ver. El problema es que el cine europeo es prácticamente desconocido. Hay que estar leyendo revistas extranjeras para enterarse qué es lo que hacen en Italia, Francia, Polonia o Rusia.
–Una pregunta clásica: ¿cuáles fueron las mejores películas de todos los tiempos?
–Es una pregunta casi imposible de responder porque uno empieza a decir las diez mejores y enseguida tiene quince y hay que tachar cinco. Eso pasa siempre.
–Pero intente...
–El ciudadano de Wells, Gritos y susurros y Cuando huye el día de Bergman, Amarcord de Fellini, Lustrabotas y Ladrones de bicicletas de De Sica, Vivir y Samurai de Kurosawa... Ya van ocho y la lista tiene mucho más. Me interesan las películas chicas, bien hechas. Hace muy poco tiempo tuve que hacer una nota sobre cine policial. Estuve revisando antecedentes y hay un director que se llama Joseph Lewis. No lo conoce nadie, pero hizo un par de cosas muy buenas. Estuve leyendo notas mías del año ‘55 y redescubrí que había descubierto cosas chicas, olvidadas que había que rescatar. En lugar de hacer cine, o hacer crítica, se puede hacer información cinematográfica que es interesante y es esencial para otros que hacen cine. Si miro en mis libros, veo que hay historias de películas que tuvieron historias complicadas: Lo que el viento se llevó, Casablanca, El ciudadano, Cartas enamoradas, Viñas de ira. Es decir, hay una persona que quiere hacer cine ahora y que nació mucho después de que se estrenó Lo que el viento se llevó y puede leer lo que pasó durante la filmación. Es una forma poco elaborada de ensayo cinematográfico que es superior a la crítica. Pero es bueno para los que trabajan ahora, que abunde la información de otras experiencias: la información precisa.
–En abril de 1989 nos encontramos en Buenos Aires en la casa de Kamala Di Tella y usted me dijo que, si ganaba las elecciones Carlos Menem, se iba de Buenos Aires...
–Sí, y me fui. Pero no fue el único motivo. La asunción de Menem fue un factor. Hubo otros. Pero yo tenía alguna experiencia. Cuando estaba en la revista Siete Días (Abril), en el ‘85, estaba de director Germán Sopeña, que había resuelto publicar cada semana un artículo de un político. De La Rioja Menem mandaba artículos sobre lo que quisieras, larguísimos. Sopeña me daba esos textos (yo era prosecretario de redacción) y me decía, “A ver si abreviás esto.” Había que abreviarlo al castellano, traducirlo. Ahí me di cuenta de que Menem era un chanta de los que no había. Este hombre tiene que decir que sí y decir que no al mismo tiempo y a cualquier cosa. Es la improvisación total. Pero además otro factor circunstancial, más importante, fue que cuando se hizo aquí en Montevideo, a comienzos del ‘89, el voto verde o amarillo, por la amnistía o la no amnistía de los militares, tuve que venir de Buenos Aires a votar. Estaba en Buenos Aires desde 1984 y en la página de espectáculos de Página/12 desde el ‘87. Me mandaron a Montevideo, no sólo a votar, sino también a cubrir el acto eleccionario. Estuve diez días.
–Que se hicieron diez años.
–Me pescó Jorge Abondanza, jefe de espectáculos de El País de Montevideo desde hace más de 30 años, un colega. Habíamos trabajado juntos entre 1954 y el ‘65, cuando yo me fui a Buenos Aires. Me dijo que me quedara en Montevideo. Coincidimos en que había que hacer un suplemento cultural, si bien yo no me sentía lo suficientemente culto para hacerlo. Así inventamos El País Cultural. Elvio Gandolfo fue uno de los integrantes del equipo. Tuvimos que acomodarnos a los relojes de la empresa, porque ya había suplementos para madres, hijos, televisión, perros, de todo. No usamos color, que a veces perjudica al texto, y no tenemos publicidad, así que dependemos de que el diario nos siga financiando. Me dan un sueldo y vivo de eso, ésa es la ventaja. También es por amor al arte. Me gusta hacer este suplemento con un equipo al que le gusta hacerlo. Tenemos una libertad que en Buenos Aires me envidian. Estamos por cumplir diez años y nunca me han dicho lo que hay que publicar o que no. Y encima, pagamos las notas. La orden de pago va a tesorería en cuanto se acepta la nota, antes de publicarla. Digamos que por eso muchos colaboradores me quieren.
–¿Usted estuvo en la revista Marcha desde el comienzo?
–Carlos Quijano fundó Marcha en junio de 1939. En los fondos vivía Juan Carlos Onetti, que entonces tenía 30 años. El tenía la sección “La Piedra en el Charco”, que la firmaba Periquito el Aguador. Yo tenía 17 años. Y fui a la revista como voluntario corrector de pruebas. Dos años después Onetti se cruzó a Buenos Aires con un trabajo en la agencia Reuter. Yo salté el charco en enero de 1943, siguiendo a una mujer que por suerte me rechazó. Conseguí un trabajo en una compañía de seguros y fui a vivir a una pieza con Onetti en la avenida Córdoba (la dueña nos vigilaba cuánto tiempo usábamos el calefón y nos acusaba de desperdiciar agua).
–¿Cómo era Onetti en esos tiempos?
–Tuve amistad con Onetti cuando ambos éramos dos desconocidos. Era un bohemio, y era pobre. Había vivido en el fondo de la redacción de Marcha, que es donde lo conocí. Eso era antes de empezar a escribir sobre lo que era el cine. La amistad era también el conocimiento. Era un señor bastante silencioso, melancólico, muy atractivo para las mujeres que se le pegaban. Andá a saber por qué. Era un señor que parecía hosco y huraño para mucha gente. Tenía un centro muy tierno, muy idealista. El tiempo con Onetti en Buenos Aires fue el ‘44. Después de eso él volvió a Montevideo y yo también (para escribir cine en Marcha hasta el ‘52, cuando me alejé porque Hugo Alfaro no quería que cubriera el Festival de Punta del Este porque le parecía un despilfarro de dinero). Con el tiempo me divorcié de la que era mi mujer y ella se casó con el hijo de Onetti. ¿Qué te parece? Un día nos cruzamos con Onetti en Montevideo en un ómnibus. Era cuando apenas se había conocido el romance. Los dos nos dijimos la misma frase: la culpa es tuya. Ahora, la pregunta que tiene un poco de gracia es así: si yo me divorcio de mi mujer y esa mujer se casa con un hijo de Onetti, que era amigo mío ¿qué vengo a ser yo de Onetti? La respuesta es: admirador.
–A Jorge Luis Borges se le atribuye la frase de que si el cielo existe debe estar poblado de uruguayos.
–Se le atribuye cualquier cosa a Borges. Es una generalización porque hay gente mala también. Hay una generalización menos generosa que hacen los uruguayos: todos los porteños son malos, prepotentes, orgullosos... El concepto ese de los uruguayos quizás sea porque somos serviciales, hablando muy en general, amables... Si ven una señora en la esquina, la toman del brazo y la ayudan a cruzar. Si se les pregunta por la calle tal, explican y hasta lo acompañan... Cosas que no ocurren en las grandes ciudades, y en Buenos Aires tampoco. Además siempre tienen disponible un mate, con el termo bajo el brazo.
POR QUE HOMERO ALSINA THEVENET

25 años de oscuridad
Por Andrew Graham-Yooll

En la semana del Festival Internacional de Cine Independiente parece casi inevitable ir en busca de “HAT”, sus iniciales y su firma favorita que hizo que alguien en Brecha lo nombrara “Un hombre llamado sombrero”. Nacido en agosto de 1922, es hoy uno de los grandes de la crítica cinematográfica y del periodismo rioplatense. Tiene 19 libros publicados, incluyendo varias colecciones de crítica, una biografía de Carlos Chaplin (1977) y dos volúmenes de La Enciclopedia de datos inútiles (1986/7).
Su iniciación en el cine comenzó temprano. A los once años fue atropellado por un ciclista. Le costó 45 días de yeso. Para aliviarlo, su padre, director del suplemento dominical de El Día, le consiguió un carnet para entrar gratis al cine. A los 17 años comenzó como voluntario en Marcha. En 1945 se instaló como crítico de cine. De 1952 a 1955 estuvo en la revista Film. De 1954 a 1965 trabajó en El País de Montevideo. Entre 1965 y 1976, en Buenos Aires, trabajó en Primera Plana y en la Editorial Abril, en Panorama y en Adán, que duró unos 20 números hasta el gobierno del general Juan Carlos Onganía “y había que andar vigilando el tamaño de los escotes”. En 1976 se exilió voluntariamente en Barcelona, que produjo el reencuentro con amigos como Carlos Martínez Moreno, Carlos Rama y Juan Carlos Onetti.
Vendrá a Buenos Aires para el 25º aniversario de la Feria del Libro. Dará una conferencia sobre cine, “25 años de oscuridad”. Ediciones de la Flor publicará su recopilación de artículos de cine, Primeros y últimos planos.
Es quisquilloso, detallista (extremista en fechas y datos precisos). Es tajante e irónico. Es admirado entre los críticos de cine en todo el mundo. (En el British Film Institute, en Londres, son capaces de una pequeña reverencia cuando se lo nombra.) Algunos lo describen como severo. Para los amigos es un gran amigo. En 1998 sus libros fueron premiados por el Ministerio de Educación en Uruguay.
Página/12.



Hecho en la guerra

La Segunda Guerra Mundial provocó cambios mayores en el cine mundial. Ante todo, fue un incentivo para los noticiarios, que llegaban a las salas con bastante rapidez, aunque desde luego sólo fueron, en la década de 1940, el borrador de lo que después obtendría la televisión. En el cine norteamericano, los noticieros de varias empresas, y en especial los de Metro y 20th Century Fox, llegaron a integrarse con la programación semanal. Tuvieron sus equivalentes en el cine alemán, el inglés y el soviético.

Una etapa inmediata, rápidamente explotada, fue la recopilación de esos materiales con otras noticias políticas, infromando con cierta coherencia sobre la marcha de la guerra. En Alemania se pudo compilar así Victoria en el Oeste, para registrar la blitzkrieg o guerra relámpago de sus ejércitos a través de Holanda, Dinamarca, Bélgica y Francia, en el primer semestre de 1940. Ese fue uno de los primeros títulos alemanes que documentaron su campaña bélica y fue rápidamente exportado, como amenaza al mundo sobre la eficacia militar del nazismo.

Algo similar realizó la Unión Soviética, como quedó registrado después en el libro Kino (de Jay Leyda), donde se enumera un "Album de la Lucha", compilado por directores de prestigio como S. Gerasimov, Boris Barnet, V. Pudovkin, S. Yutkevich; a esta lista de 1941, que para la URSS fue el primer año de la guerra, siguen otras nóminas similares hasta 1945. En Estados Unidos, una finción parecida de recopilación fue realizada por la serie La marcha del tiempo, que no se contentaba con las tomas dinámicas de momentos de la guerra sino que las integraba con escenas civiles y con el contexto de cada situación, dando fluidez y narración al registro.

El mismo objetivo fue cumplido por algunos directores de Hollywood, como John Huston, Frank Capra, Anatole Litvak, William Wyler y John Ford. Sus biografías y entrevistas dan cuenta de los riesgos personales que corrieron en cada caso, sin olvidar el peligro de sus fotógrafos y ayudantes. Un libro sobre Wyler recoge el testimonio de cómo viajó desde Inglaterra en aviones que bombardeaban Alemania (1943-1944), sometido a un frío polar, con una cámara al hombro, y cómo rodó personalmente muchas de las tomas que luego agrupó con el título Memphis Belle, que era el nombre de un avión. Una de esas expediciones le costó una sordera parcial para el resto de la vida.

Orden de arriba

A los riesgos físicos se agregaron en el caso las limitaciones impuestas al periodismo y al cine por la censura de la guerra. Este fue un tema de amplia controversia entre 1942 y 1945. Derivó de las indicaciones formuladas por las diversas jerarquías militares y en particular por la OWI (Office of War Information), afectando por igual a los textos, las fotografías y las películas que pudieran surgir de la acción bélica. Debían evitarse, por ejemplo, las imágenes truculentas, los inválidos a quienes les habían sido mutilados los brazos o piernas, la constancia de disturbios raciales dentro de batallones o grupos de combate. Eran realidades que no se quería trasmitir al público norteamericano.

Se llegó al extremo de suprimir fotos de soldados negros bailando con mujeres blancas (lo cual ocurría con frecuencia en centros sociales de Inglaterra) o, tras un trabajoso trámite, algunas de esas fotografías fueron autorizadas para el uso familiar pero no para su publicación. Cientos y miles de fotografías desechadas pasaron a integrar lo que en la jerga de la época se conoció como Cámara de los Horrores. Todo ello fue aplastado, en 1944-1945, por las fotos de los campos alemanes de exterminio, que superaban todo precedente.

Como lo señalarían después los historiadores del período, esa política censora planteaba continuos conflictos. Escondía la verdad, dando una visión embellecida de las tropas americanas en fracasos y derrotas, mientras que en cambio se presentaba a nazis y japoneses como autores de matanzas colectivas y culpables de cadáveres arrojados a fosas comunes.

Creaba además una complacencia pública ante la conducta militar norteamericana, que el periodismo habría querido examinar con mayor objetividad y sin retaceos. En los años siguientes, esa controversia entre parcialidad y objetividad llegó a hacerse más grave en episodios que tuvieron menor respaldo popular, como la bomba atómica, la guerra de Vietnam o la del Golfo.

Un ejemplo concreto del dilema fue aportado por dos películas documentales de John Huston. Cuando terminó The Battle of San Pietro, algunos altos oficiales le reprocharon haber hecho una obra "anti-guerra", a lo que contestó, famosamente, que si hubiera hecho una película a favor de la guerra habría sido correcto arrestarlo y fusilarlo.

Su tercer documental, Let There Be Light (que cabe traducir como Que haya luz) era, como sus similares, una producción oficial, pero terminó prohibido por el mismo Departamento de Guerra que lo había producido. Por fortuna, la película no fue destruida, lo que permite una evaluación retrospectiva.

Let There Be Light no es en rigor un documental de guerra sino un registro del tratamiento dado a grupos de combatientes que han vuelto de la batalla con problemas síquicos y físicos. No hay allí una sola escena de truculencia, sino las entrevistas de esos hombres con los médicos y siquiatras que procuraron recuperarlos. Esos hombres habían perdido el habla, o quedaron tartamudos, o impedidos de caminar o encerrados en un voluntario aislamiento. Sin embargo, el retrato colectivo termina por ser optimista, y así el soldado que al comienzo sólo podía caminar apoyado en dos personas termina por ser un un veloz jugador de baseball. El acento está puesto en problemas síquicos que han derivado en malestares físicos y que en definitiva pueden ser corregidos en sesiones de hipnosis y otras formas de tratamiento siquiátrico.

Huston no tenía autoridad para impedir la prohibición, pero discrepó con ella, como puede discrepar un espectador de hoy. No se trata en el caso de ninguna valoración "artística", porque todo su material es sólo un eficaz registro de conversaciones tensas. Se trata de que la película debió haber cumplido su objetivo social, que era informar al público, y en especial a los empresarios industriales y comerciales, que esos ex combatientes terminaban por ser aptos para su reingreso a la vida civil. Después se supo que Estados Unidos no se había mostrado muy generoso con los soldados vueltos de la guerra.

Cine bélico y del otro

Paralelamente al registro de batallas y expediciones aéreas, la industria cinematográfica aprovechó la guerra como material espectacular. Sus películas de ficción podían contribuir a despertar la conciencia pública sobre los enemigos de entonces, pero eran también una nutrida provisión de villanos (alemanes y japoneses) o de héroes, como Errol Flynn, Gary Cooper, John Wayne o Cary Grant, a menudo con intrigas románticas laterales. Algunas peripecias quedaron mejor imaginadas, filmadas y montadas que otras, pero en una larga nómina es obligado destacar el complicado caso de Aventuras en Birmania (Raoul Walsh), que concentró dos datos de la época. Por un lado, era un excelente film de acción, que progresaba sin pausas y sin desvíos en los contratiempos y fracasos de una patrulla en la selva, ante un invisible enemigo japonés. Por el otro lado, su asunto fue tremendamente objetado en fuentes británicas, porque comunicaba que Errol Flynn y un pelotón norteamericano fueron los héroes en una lucha que en verdad había sido librada por tropas inglesas y australianas.

A la distancia, todo el cine bélico de 1940-1945 parece hoy convencional y a menudo discursivo, más cercano a la propaganda que a la documentación. Fue un cine del momento. La época explica asimismo otras de las repecusiones de la producción cinematográfica en Hollywood. La pérdida de varios mercados europeos (Alemania, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, España) condujo a una restricción en los costos, tanto en cantidad de películas como en la inversión que exigía cada una. Ese fue uno de los motivos por lo que en aquellos años surgió un género luego llamado "film noir", con anécdotas policíacas, escenarios interiores y sombríos, ninguna espectacularidad, pocos personajes, un rasgo morboso en la conducta de sus villanos.

El género tenía sólidos precedentes en el cine alemán (como M el vampiro negro de Fritz Lang) y mostró algunos títulos de mayor éxito, como El halcón maltés (Huston), Pacto de sangre (Wilder), La dama fantasma (Siodmak) en una larga lista. Por curiosa paradoja, la guerra mundial provocaba el éxito de un cine que no la mencionaba y que perduró varios años.

Acento humanitario

Pero también el cine bélico tuvo su evolución. A las oposiciones de héroes y villanos se incorporaron después otras películas cuyos libretos procuraban mostrar y explicar las debilidades, las dudas y los temores del soldado en el frente. Sus mejores ejemplos fueron También somos seres humanos (W. A. Wellman, sobre notas periodísticas de Ernie Pyle), Un paseo al sol (Lewis Milestone y Robert Rossen), Almas en la hoguera (Hernry King), El sargento inmortal (John M. Stahl), Sangre en la nieve (Wellman) y Clamor humano (Mark Robson), el último título con la novedad de explorar el prejuicio racial contra el negro integrante de un batallón.

En una segunda instancia surgieron además los problemas de post guerra, con los veteranos sin trabajo, o inválidos, o abandonados por sus mujeres o atacados de diversas formas de inasanía. Su testimonio más completo fue Lo mejor de nuestra vida (Wyler sobre libreto de Sherwood) y en esa línea cabe agregar Encrucijada de odios (Edward Dmytryk) y Vivirás tu vida (Fred Zinnemann).

Si se recuerda el deliberado aislamiento político y social en el cine norteamericano hasta 1939, se advierte cómo en la post guerra Hollywood avanzaba a temas antes vetados como el antisemitismo, la situación del negro y la desocupación. Esos temas suponían un distinto impulso hacia una crítica social. Pero fue un impulso efímero. Con las investigaciones parlamentarias sobre el comunismo en Hollywood y con el nuevo clima creado por la campaña del senador MCarthy, ese cine crítico quedó rápidamente relegado en la década de 1950.

Lejos de Hollywood, la guerra y la post guerra provocaron en Italia un fenómeno paralelo, que dio en llamarse neorrealismo, ejemplificado por Roma ciudad abierta (Rossellini), Lustrabotas (de Sica), Paisá (Rossellini), La terra trema (Visconti), Ladrones de bicicletas (de Sica), Vivere in pace (Luigi Zampa).

No era en rigor un cine de guerra sino, en la definición de su frecuente co autor Cesare Zavattini, un cine de atención social. Era la contracara de las recetas convencionales y heroicas de los años previos y era también, imprevisiblemente, un resultado de la Segunda Guerra Mundial.

HAT

*Publicado originalmente en la Revista M Cine Nº 5
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No creo que deba lealtad a ninguno de los dos bandos.

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Mensaje por Coursodon » Lun 12 Dic, 2005 13:51

¿Sabes de algún libro u obra escrito por él? Por si pudiera encargarlo en alguna librería especializada. La ocho y medio, aquí en Madrid. Me encantaría que, de poder, escanearas los artículos que tienes de él. No tenía ni idea de quien era, pero la entrevista me ha descubierto una mente preclara. Siempre ando comprando libros sobre cine escritos en otros idiomas (francés o inglés), pues la crítica difiere enormemente de una cultura a la otra y ello te otorga una visión más rica del arte cinematográfico - por no hablar de la ingente cantidad de estudios que no se publican en España, incomprensiblemente, en algunos casos.

Te agradecería cualquier información al respecto. Gracias Bscout. :wink:
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Mensaje por bscout » Lun 12 Dic, 2005 15:41

Coursodon que bueno que tienes interés en estos temas. Solo de comparar la atención que acaparó la muerte de Richard Pryor verás que a veces no es tan evidente la relación que existe en visitar esta página y el gusto por aprender sobre Cine.

HAT tiene muchos libros, los que más comumente se consiguen son, entre otros: Cine sonoro americano y los oscars de hollywood (1927-1985), Nuevas cronicas de cine de Homero Alsina Thevenet, Historia del cine americano (Desde creación al primer sonido), Enciclopedia de datos inútiles (conozco dos) y Después del Cine.
Es una pena, pero alguna de sus grandes obras creo que están descatalogadas; voy a averiguar y te cuento.

Mirá que tomo nota de tu pedido y cuando pueda escaneo algún material (quiero terminar unos subs antes).
No creo que deba lealtad a ninguno de los dos bandos.

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Mensaje por Topaz68 » Lun 12 Dic, 2005 16:03

No sé si este es el lugar adecuado, pero en esta dirección www.iberlibro.com tienes un montón de libros de segunda mano y son muy serios. Como tienen afiliadas librerias de todos los países hispanoparlantes es muy fácil encontrar libros descatalogados.

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Mensaje por bluegardenia » Lun 12 Dic, 2005 16:05

Tengo un librito (Después del Cine) suyo comprado de viejo y he de reconocer que no lo leí todavía :upset: Habrá que corregir.
Si quieres, Corusodon, puedes hacer una búsqueda en iberlibro y encontrarás bastantes opciones.
Cuadruplico y voy a por más

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Mensaje por Coursodon » Lun 12 Dic, 2005 16:33

Muchas gracias a todos, Bscout, Topaz y Blue. No conocía la librería. Así da gusto con gente como vosotros. Gracias. :D
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Mensaje por Coursodon » Lun 12 Dic, 2005 16:43

Acabo de pedir uno de ellos el de Crónicas del cine. Y el enlace de la librería a favoritos.Gracias.
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Vertigo
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Mensaje por Vertigo » Lun 12 Dic, 2005 17:12

¿Sabes de algún libro u obra escrito por él?
Nuevas crónicas de cine
HOMERO ALSINA THEVENET
1999. 208 págs.
La tragedia mediática de Woody Allen, las infames Listas Negras, la obra de Lubitsch, la vida de Greta Garbo, el cine alemán, Torre Nilsson, Orson Welles, Buñuel, y cinco grandes películas (de "Viñas de ira" a "Culpable por sospecha") son analizadas por el crítico uruguayo con buen criterio y rigor informativo.
Coedición con Libros de Cal y Canto.

Crónicas de cine
HOMERO ALSINA THEVENET
330 págs.

Después del cine
HOMERO ALSINA THEVENET
Coedición con Ediciones Trilce.
1990. 152 págs.

Historia del cine Americano(1893-1930)
HOMERO ALSINA THEVENET 25,00€
Ed.Laertes 1993.
Librería Sánchez, Córcega 485 - BARCELONA

Cine sonoro americano y los Oscars de Hollywood (1927-1985)
HOMERO ALSINA THEVENET
Editorial Corregidor

oski
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Mensaje por oski » Lun 12 Dic, 2005 17:15

Maestro,

H. A. T.

¡chapeau!

Y hasta la vista!

Oski

En BAires, librerías de calle Corrientes, se deben conseguir algunos de sus escritos.

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Topaz68
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Mensaje por Topaz68 » Lun 12 Dic, 2005 18:19

.. Es decir, el cine actual no permite decir que me estoy interesando por el cine como expresión artística en sí. Ahora la fotografía es bonita. Pero a mí, si una película no me deja algo de sentimiento o de idea, no me interesa la excelencia de su fotografía. Eso no significa que le dé la espalda al cine...
qué bien, un crítico de cine que además de ser persona, es persona humana, con sus sentimientos y todo. Al final me va a gustar este señor.
Si se recuerda el deliberado aislamiento político y social en el cine norteamericano hasta 1939, se advierte cómo en la post guerra Hollywood avanzaba a temas antes vetados como el antisemitismo, la situación del negro y la desocupación. Esos temas suponían un distinto impulso hacia una crítica social. Pero fue un impulso efímero. Con las investigaciones parlamentarias sobre el comunismo en Hollywood y con el nuevo clima creado por la campaña del senador MCarthy, ese cine crítico quedó rápidamente relegado en la década de 1950.

Y la historia se repite, y se repite, y se repite........ y se sigue repitiendo. PERO QUE BURROS SOMOS (así, con gritos).

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Mensaje por NitteZtalker » Lun 12 Dic, 2005 19:24

Como no recibir con dolor esta noticia. Se nos va Homero y ya el espacio rioplatense pierde a su último crítico y teórico con todas las letras...

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Tragamuvis
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Mensaje por Tragamuvis » Lun 12 Dic, 2005 19:45

Yo también me saco el sombrero. Me gusta mucho el material que estás aportando, bscout.
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Mensaje por Tragamuvis » Lun 12 Dic, 2005 19:52

Si se junta el promedio de grandes directores de hoy con los grandes directores de antes, la diferencia es apabullante. En las décadas del 50 y del 60 se podía juntar un Visconti, Fellini, Rosellini, De Sica, Kurosawa, Bergman... Eran todos nombres enormes. En este momento hay un monopolio de cine norteamericano. Muchas películas de acción, muchos autos destrozados... Es decir, el cine actual no permite decir que me estoy interesando por el cine como expresión artística en sí. Ahora la fotografía es bonita. Pero a mí, si una película no me deja algo de sentimiento o de idea, no me interesa la excelencia de su fotografía.
Vaya, cuántas veces me he sentido de esa manera...

Qué bueno que al preguntarle por las clásicas y manoseadas 10 mejores películas HAT mencionara Amarcord y Cuando huye el día (wild strawberries), tan entrañables y tan dejadas de lado por estos gélidos parajes cinéfilos.
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Coursodon
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Mensaje por Coursodon » Lun 12 Dic, 2005 21:23

Gracias Vértigo por la información. He comprado por la red el de Crónicas de Cine y tenían muchos más. Poco a poco me iré haciendo con ellos.
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Mensaje por Alonso_Quijano » Lun 12 Dic, 2005 21:55

Gracias a bscout por traernos esta noticia. Su nombre solo lo asociaba a Bergman, pero no atendí a nada más... Nunca es demasiado tarde... Con tranquilidad, y si no es mucha molestia, si alguien puede poner más textos de H.A.T., este hidalgo se suma al gusto de leer al Homero cinéfilo. No podré comprar por el momento ninguno de sus libros por motivos económicos (además, ya se los ha pedido coursodon :wink:), pero al leer los textos anteriores se me ha despertado la curiosidad.

Un saludo, y gracias otra vez por descubrirnos nuevas e interesantes lecturas. Mis respetos a H.A.T. :plas:

P.S. Por cierto, iberlibros es una de las mejores páginas de compra en línea de libros que existen. He comprado bastante y siempre me ha funcionado de maravilla.
—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida...

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Mensaje por Topaz68 » Lun 12 Dic, 2005 23:34

El cine francés durante la ocupación alemana*

Homero Alsina Thevenet
Se ha calculado que en los cuatro años de ocupación nazi Francia prudujo 220 películas, 29 de las cuales fueron de Continental. Ambas cifras parecen enormes si se recuerdan las dificultades de un país derrotado, en medio de una guerra mundial


Mientras Goebbels escribía sus Diarios por la noche, Alemania peleaba y perdía la peor guerra de su historia. Importa recordarlo, por ejemplo, tras sus anotaciones de noviembre de 1943, porque en ese momento Italia estaba casi derrotada, Mussolini se había fugado al norte, el ejército nazi retrocedía en Rusia y los aliados bombardeaban cada noche. La guerra mundial asoma también tras diversos apuntes de Goebbels: el antisemitismo declarado, la posición escéptica frente a Italia, la hostilidad frente a la URSS. Sus apuntes sobre el cine francés de la época aluden a un tema muy amplio.

Es muy complicado el caso del cine francés durante la ocupación. Tras la derrota (junio de 1940) Francia quedó gobernada por los nazis en toda la zona geográfica del norte, pero se confió a los franceses mismos el gobierno de otra inmensa zona, al sur y al este, que suponía dos quintas partes del territorio nacional. Ese otro gobierno, presidido por el Mariscal Pètain, fue conocido como régimen de Vichy y perduró con altibajos hasta la Liberación de 1944.

El cine pudo haber sido un tema secundario en aquellas circunstancias sociales y políticas. Pronto se hizo evidente, sin embargo, la necesidad de mantener salas abiertas y dar entretenimiento al público. En la zona norte, los alemanes retuvieron durante meses la exclusividad en la explotación de las salas y prohibieron que se reanudara la producción local. En la zona de Vichy, en cambio, se realizó un gran esfuerzo colectivo por volver a la producción.

En noviembre de 1940 ya se había formalizado un Comité de Organización de la Industria Cinematográfica (COIC), con pleno respaldo oficial y con cinco subcomités que abarcaban la tarea de laboratorios, distribuidores, exportadores, exhibidores y trabajadores de la producción, en todos los niveles.

El COIC tropezó con enormes dificultades. Tras la ocupación nazi, ya no estaban en Francia algunos nombres del pasado reciente, como los directores René Clair, Julien Duvivier, Jean Renoir, Jacques Feyder y Max Ophuls, o como los intérpretes Jean Gabin, Michele Morgan, Claude Dauphin, Jean Pierre Aumont, Louis Jouvet, Victor Francen, Dalio, sin olvidar las largas listas de técnicos y artesanos.

Los judíos estaban expresamente excluídos de toda actividad en el cine, aunque algunos de ellos consiguieron trabajar en forma clandestina. A las carencias humanas se agregó que ese nuevo cine francés padecía serias deficiencias de dinero, estudios, electricidad, celuloide, materiales para construcción de escenarios. Encima de ello, ese cine estaba sujeto a la censura conservadora de Vichy (cuyo lema era "Trabajo" "Familia" "Patria") y tendría dificultades de exhibición en buena parte del país. Un resultado fue que allí se inició un sitema de coproducción con Italia y en especial con los estudios Cinecittá.

A ese panorama se agregó un hecho aún más importante. El magnate alemán Alfred Greven, que había sido ejecutivo de empresas cinematográficas en su país, instaló en Francia (octubre de 1940) la nueva firma productora Continental Films, protegido en apariencia por sus buenas realciones con el gobierno alemán. A diferencia de sus competidores franceses, la Continental tenía enormes capitales y compró una cadena de salas. Como lo advirtió Greven rápidamente, el público local se interesaba ante todo por el mismo cine francés y era necesario producirlo nuevamente.

Lo hizo ante todo con la presión del dinero, pagando mejor a los nombres mayores del cine francés de ese momento, como los directores H. G. Clouzot, Maurice Tourneur, Henri Decoin, André Cayatte, Christian-Jaque, Georges Lacombe o los intérpretes Fernandel, Harry Baur, Pierre Fresnay, Michel Simon, Danielle Darrieux, Jean-Louis Barrault, Edwige Feuillere, más una nómina de escritores, fotógrafos y otros técnicos.

La buena relación con Alemania derivó a que Continental tuviera celuloide y otros equipos. El presunto monopolio francés creado por la COIC quedaba interrumpido por esa presencia alemana.

Se ha calculado que en los cuatro años de ocupación nazi Francia prudujo 220 películas, 29 de las cuales fueron de Continental. Ambas cifras parecen enormes si se recuerdan las dificultades de un país derrotado, en medio de una guerra mundial. El dato singular fue que, pese a su capital alemán, Continental produjo un cine enteramente francés.

No hay un solo nombre alemán en las fichas técnicas y elencos de aquellas 29 películas. Por otro lado, fue también considerable su calidad artesanal. Existió desde luego una restricción en los temas, que abundaron en dramas históricos y asuntos policíacos, sin el menor asomo de crítica social o política. Pero en clima dramático, en fotografía, en interpretación, la lista de Continental pudo exhibir con orgullo L' Assassinat du Père Noël (Christian-Jaque), Le corbeau (H. G. Clouzot), Les inconnus dans la maison (Decoin), L' assassin habite au 21 (Tourneur) y la controvertida Symphonie Fantastique (Christian-Jaque), que era tan inflada y enfática como la misma música de Berlioz, pero tenía una excelente realización y fue un notable éxito comercial en toda Francia.

Ese último título provocó la queja de Goebbels, que veía allí un nacionalismo francés exaltado y financiado por capital alemán. Pero aunque el Ministro anuncia en mayo de 1942 que no permitiría el estreno, éste se había realizado en París un mes antes. El hecho real era que, pese a su mandato absoluto, Goebbels no había conseguido dominar el panorama del cine francés en la ocupación.

Otro dato confirma ese fracaso parcial. En mayo de 1942 el Ministro anuncia su intención de reclutar para el cine alemán a los mejores talentos franceses del momento, pero en la práctica solamente consiguió a uno de ellos, el actor Harry Baur, para un singular drama musical que se tituló Sinfonía de una vida (Hans Bertram, 1942). Los demás se negaron.

Cuando llegó la Liberación, durante 1944-1945, se produjo en Francia un complicado ajuste de cuentas políticas, que llevó a la ejecución sumaria de cientos o miles de colaboradores con los alemanes. Los hombres y las mujeres del cine también se vieron acusados, formal o informalmente, por haber colaborado con la ocupción. Casi todos ellos pudieron aducir que sólo habían querido trabajar en su oficio, que no colaboraron en ninguna película alemana y que el cine francés de esos años no contenía propaganda nazi.

Eso no impidió que cayeran en desgracia algunas personalidades, como las actrices Arletty y Corinne Luchaire, el escritor Louis Chavance, el actor Pierre Fresnay, los directores Sacha Guitry, Henri Decoin y Albert Valentin, aunque cada uno de esos casos fue una historia personal separada.

Junto a las zonas más oscuras de la ocupación nazi en Francia, importa subrayar que en esa época difícil Marcel Carné pudo trabajar fuera de la Continental y realizó dos películas como Los visitantes de la noche y Les enfants du paradis, que luego alcanzarían prestigio mundial. En ambos colaboraron secretamente el escenógrafo Alexandre Trauner y el músico Joseph Kosma, que por ser judíos tenían prohibido trabajar en cine.

En la producción ajena a la Continental surgieron asimismo películas de otros directores prestigiosos como Marcel L'Herbier, Jacques de Baroncelli, Jean Grémillon, Jean Delannoy, Robert Bresson, Claude Autant-Lara, el primer Jacques Becker.

Si efectivamente Goebbels quería destruír al cine francés, como lo sugiere en su Diario (13/05/42), cabe deducir que no lo consiguió.

NOTA:

En casi todas las historias del cine nazi se incluyeron algunos párrafos de produccíón francesa del período. El tema mereció así mismo la atención de un libro completo, Cinema
of Paradox, por Evelyn Ehrlich (Columbia University Press, New York, 1985), sumamente documentado, del que se han extraído algunos datos para estas páginas.
Aquí os pongo este artículo que he encontrado buceando por la red. Además de ser didáctico, a mí me abre una nueva vía de exploración cinematográfica, ya que combina dos de mis pasiones, el cine y la IIGM.
Que lo disfrutéis.

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Mensaje por Topaz68 » Lun 12 Dic, 2005 23:59

Otro texto más, como el otro lo he sacado de www.henciclopedia.org.uy
Hecho en la guerra*



Homero Alsina Thevenet
Paralelamente al registro de batallas y expediciones aéreas, la industria cinematográfica aprovechó la guerra como material espectacular. Sus películas de ficción podían contribuir a despertar la conciencia pública sobre los enemigos de entonces, pero eran también una nutrida provisión de villanos (alemanes y japoneses) o de héroes

La Segunda Guerra Mundial provocó cambios mayores en el cine mundial. Ante todo, fue un incentivo para los noticiarios, que llegaban a las salas con bastante rapidez, aunque desde luego sólo fueron, en la década de 1940, el borrador de lo que después obtendría la televisión. En el cine norteamericano, los noticieros de varias empresas, y en especial los de Metro y 20th Century Fox, llegaron a integrarse con la programación semanal. Tuvieron sus equivalentes en el cine alemán, el inglés y el soviético.

Una etapa inmediata, rápidamente explotada, fue la recopilación de esos materiales con otras noticias políticas, infromando con cierta coherencia sobre la marcha de la guerra. En Alemania se pudo compilar así Victoria en el Oeste, para registrar la blitzkrieg o guerra relámpago de sus ejércitos a través de Holanda, Dinamarca, Bélgica y Francia, en el primer semestre de 1940. Ese fue uno de los primeros títulos alemanes que documentaron su campaña bélica y fue rápidamente exportado, como amenaza al mundo sobre la eficacia militar del nazismo.

Algo similar realizó la Unión Soviética, como quedó registrado después en el libro Kino (de Jay Leyda), donde se enumera un "Album de la Lucha", compilado por directores de prestigio como S. Gerasimov, Boris Barnet, V. Pudovkin, S. Yutkevich; a esta lista de 1941, que para la URSS fue el primer año de la guerra, siguen otras nóminas similares hasta 1945. En Estados Unidos, una finción parecida de recopilación fue realizada por la serie La marcha del tiempo, que no se contentaba con las tomas dinámicas de momentos de la guerra sino que las integraba con escenas civiles y con el contexto de cada situación, dando fluidez y narración al registro.

El mismo objetivo fue cumplido por algunos directores de Hollywood, como John Huston, Frank Capra, Anatole Litvak, William Wyler y John Ford. Sus biografías y entrevistas dan cuenta de los riesgos personales que corrieron en cada caso, sin olvidar el peligro de sus fotógrafos y ayudantes. Un libro sobre Wyler recoge el testimonio de cómo viajó desde Inglaterra en aviones que bombardeaban Alemania (1943-1944), sometido a un frío polar, con una cámara al hombro, y cómo rodó personalmente muchas de las tomas que luego agrupó con el título Memphis Belle, que era el nombre de un avión. Una de esas expediciones le costó una sordera parcial para el resto de la vida.

Orden de arriba

A los riesgos físicos se agregaron en el caso las limitaciones impuestas al periodismo y al cine por la censura de la guerra. Este fue un tema de amplia controversia entre 1942 y 1945. Derivó de las indicaciones formuladas por las diversas jerarquías militares y en particular por la OWI (Office of War Information), afectando por igual a los textos, las fotografías y las películas que pudieran surgir de la acción bélica. Debían evitarse, por ejemplo, las imágenes truculentas, los inválidos a quienes les habían sido mutilados los brazos o piernas, la constancia de disturbios raciales dentro de batallones o grupos de combate. Eran realidades que no se quería trasmitir al público norteamericano.

Se llegó al extremo de suprimir fotos de soldados negros bailando con mujeres blancas (lo cual ocurría con frecuencia en centros sociales de Inglaterra) o, tras un trabajoso trámite, algunas de esas fotografías fueron autorizadas para el uso familiar pero no para su publicación. Cientos y miles de fotografías desechadas pasaron a integrar lo que en la jerga de la época se conoció como Cámara de los Horrores. Todo ello fue aplastado, en 1944-1945, por las fotos de los campos alemanes de exterminio, que superaban todo precedente.

Como lo señalarían después los historiadores del período, esa política censora planteaba continuos conflictos. Escondía la verdad, dando una visión embellecida de las tropas americanas en fracasos y derrotas, mientras que en cambio se presentaba a nazis y japoneses como autores de matanzas colectivas y culpables de cadáveres arrojados a fosas comunes.

Creaba además una complacencia pública ante la conducta militar norteamericana, que el periodismo habría querido examinar con mayor objetividad y sin retaceos. En los años siguientes, esa controversia entre parcialidad y objetividad llegó a hacerse más grave en episodios que tuvieron menor respaldo popular, como la bomba atómica, la guerra de Vietnam o la del Golfo.

Un ejemplo concreto del dilema fue aportado por dos películas documentales de John Huston. Cuando terminó The Battle of San Pietro, algunos altos oficiales le reprocharon haber hecho una obra "anti-guerra", a lo que contestó, famosamente, que si hubiera hecho una película a favor de la guerra habría sido correcto arrestarlo y fusilarlo.

Su tercer documental, Let There Be Light (que cabe traducir como Que haya luz) era, como sus similares, una producción oficial, pero terminó prohibido por el mismo Departamento de Guerra que lo había producido. Por fortuna, la película no fue destruida, lo que permite una evaluación retrospectiva.

Let There Be Light no es en rigor un documental de guerra sino un registro del tratamiento dado a grupos de combatientes que han vuelto de la batalla con problemas síquicos y físicos. No hay allí una sola escena de truculencia, sino las entrevistas de esos hombres con los médicos y siquiatras que procuraron recuperarlos. Esos hombres habían perdido el habla, o quedaron tartamudos, o impedidos de caminar o encerrados en un voluntario aislamiento. Sin embargo, el retrato colectivo termina por ser optimista, y así el soldado que al comienzo sólo podía caminar apoyado en dos personas termina por ser un un veloz jugador de baseball. El acento está puesto en problemas síquicos que han derivado en malestares físicos y que en definitiva pueden ser corregidos en sesiones de hipnosis y otras formas de tratamiento siquiátrico.

Huston no tenía autoridad para impedir la prohibición, pero discrepó con ella, como puede discrepar un espectador de hoy. No se trata en el caso de ninguna valoración "artística", porque todo su material es sólo un eficaz registro de conversaciones tensas. Se trata de que la película debió haber cumplido su objetivo social, que era informar al público, y en especial a los empresarios industriales y comerciales, que esos ex combatientes terminaban por ser aptos para su reingreso a la vida civil. Después se supo que Estados Unidos no se había mostrado muy generoso con los soldados vueltos de la guerra.

Cine bélico y del otro

Paralelamente al registro de batallas y expediciones aéreas, la industria cinematográfica aprovechó la guerra como material espectacular. Sus películas de ficción podían contribuir a despertar la conciencia pública sobre los enemigos de entonces, pero eran también una nutrida provisión de villanos (alemanes y japoneses) o de héroes, como Errol Flynn, Gary Cooper, John Wayne o Cary Grant, a menudo con intrigas románticas laterales. Algunas peripecias quedaron mejor imaginadas, filmadas y montadas que otras, pero en una larga nómina es obligado destacar el complicado caso de Aventuras en Birmania (Raoul Walsh), que concentró dos datos de la época. Por un lado, era un excelente film de acción, que progresaba sin pausas y sin desvíos en los contratiempos y fracasos de una patrulla en la selva, ante un invisible enemigo japonés. Por el otro lado, su asunto fue tremendamente objetado en fuentes británicas, porque comunicaba que Errol Flynn y un pelotón norteamericano fueron los héroes en una lucha que en verdad había sido librada por tropas inglesas y australianas.

A la distancia, todo el cine bélico de 1940-1945 parece hoy convencional y a menudo discursivo, más cercano a la propaganda que a la documentación. Fue un cine del momento. La época explica asimismo otras de las repecusiones de la producción cinematográfica en Hollywood. La pérdida de varios mercados europeos (Alemania, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, España) condujo a una restricción en los costos, tanto en cantidad de películas como en la inversión que exigía cada una. Ese fue uno de los motivos por lo que en aquellos años surgió un género luego llamado "film noir", con anécdotas policíacas, escenarios interiores y sombríos, ninguna espectacularidad, pocos personajes, un rasgo morboso en la conducta de sus villanos.

El género tenía sólidos precedentes en el cine alemán (como M el vampiro negro de Fritz Lang) y mostró algunos títulos de mayor éxito, como El halcón maltés (Huston), Pacto de sangre (Wilder), La dama fantasma (Siodmak) en una larga lista. Por curiosa paradoja, la guerra mundial provocaba el éxito de un cine que no la mencionaba y que perduró varios años.

Acento humanitario

Pero también el cine bélico tuvo su evolución. A las oposiciones de héroes y villanos se incorporaron después otras películas cuyos libretos procuraban mostrar y explicar las debilidades, las dudas y los temores del soldado en el frente. Sus mejores ejemplos fueron También somos seres humanos (W. A. Wellman, sobre notas periodísticas de Ernie Pyle), Un paseo al sol (Lewis Milestone y Robert Rossen), Almas en la hoguera (Hernry King), El sargento inmortal (John M. Stahl), Sangre en la nieve (Wellman) y Clamor humano (Mark Robson), el último título con la novedad de explorar el prejuicio racial contra el negro integrante de un batallón.

En una segunda instancia surgieron además los problemas de post guerra, con los veteranos sin trabajo, o inválidos, o abandonados por sus mujeres o atacados de diversas formas de inasanía. Su testimonio más completo fue Lo mejor de nuestra vida (Wyler sobre libreto de Sherwood) y en esa línea cabe agregar Encrucijada de odios (Edward Dmytryk) y Vivirás tu vida (Fred Zinnemann).

Si se recuerda el deliberado aislamiento político y social en el cine norteamericano hasta 1939, se advierte cómo en la post guerra Hollywood avanzaba a temas antes vetados como el antisemitismo, la situación del negro y la desocupación. Esos temas suponían un distinto impulso hacia una crítica social. Pero fue un impulso efímero. Con las investigaciones parlamentarias sobre el comunismo en Hollywood y con el nuevo clima creado por la campaña del senador MCarthy, ese cine crítico quedó rápidamente relegado en la década de 1950.

Lejos de Hollywood, la guerra y la post guerra provocaron en Italia un fenómeno paralelo, que dio en llamarse neorrealismo, ejemplificado por Roma ciudad abierta (Rossellini), Lustrabotas (de Sica), Paisá (Rossellini), La terra trema (Visconti), Ladrones de bicicletas (de Sica), Vivere in pace (Luigi Zampa).

No era en rigor un cine de guerra sino, en la definición de su frecuente co autor Cesare Zavattini, un cine de atención social. Era la contracara de las recetas convencionales y heroicas de los años previos y era también, imprevisiblemente, un resultado de la Segunda Guerra Mundial.



*Publicado originalmente en la Revista M Cine Nº 5

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Mensaje por Topaz68 » Mar 13 Dic, 2005 00:04

Y el tercero y último. La lástima de este texto es que es la primera parte del ensayo, y no está la segunda.
Viñas de ira (I)*


Homero Alsina Thevenet
En 1929 la caída de la Bolsa en Wall Street desató una crisis económica que durante una década afectó a Estados Unidos y al resto del mundo. En 1933 otros desastres empeoraron la situación, en particular para el campo

En la historia del cine norteamericano, Viñas de ira (The Grapes of Wrath), constituyó en 1940 una notable paradoja. Un tema de ambiente proletario y campesino, con una fuerte crítica a los bancos y a la sociedad capitalista, fue filmado por una poderosa empresa de Hollywood, con respaldo del Chase Manhattan Bank, y se impuso poco después como una de las películas más importantes de la industria, comenzando por sus premios en la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood.

Habría sido fácil entender en ella un mensaje revolucionario y comunista, con una carga de protesta social muy superior a lo que el propio cine soviético filmaba en la época, pero ese mensaje era sin embargo muy ajeno a la ideología personal de sus autores. El productor Darryl F. Zanuck, el adaptador Nunnally Johnson, el director John Ford, eran hombres de inclinación política conservadora, que no incurrieron ni antes ni después en otra obra de intención socio-política similar.

Una década más tarde, cuando el senador McCarthy y los suyos comenzaron a pedir cuentas sobre el comunismo pasado o presente de muchas personalidades de la política, de la literatura, del teatro y del cine, Viñas de ira no apareció siquiera mencionado en discursos o interrogatorios. Ninguno de sus autores o intérpretes fue sugerido siquiera para integrar las Listas negras del cine durante 1947-1960. Una primera explicación de esa paradoja es que pese a su carga de crítica social, novela y película evitan presentar a los comunistas como defensores de un campesinado perseguido por la injusticia y la desocupación. Otra explicación aún mejor es que novela y película trasladan una realidad histórica innegable, pero lo hacen con el énfasis en la peripecia individual y familiar, moderando el posible enfoque social y político.


Los hechos

En 1929 la caída de la Bolsa en Wall Street desató una crisis económica que durante una década afectó a Estados Unidos y al resto del mundo. En 1933 otros desastres empeoraron la situación, en particular para el campo en el centro del país. Las prolongadas sequías, las tormentas de polvo, el fracaso de las cosechas, la creciente mecanización de las tareas agrícolas, provocaron la pobreza y la desocupación para miles de campesinos, que se vieron impedidos de pagar sus alquileres o hipotecas. Los bancos y las compañías propietarias comenzaron a expulsar a los deudores, en algunos casos destruyendo sus camiones y tractores y sus viviendas precarias. Después se calculó que entre doscientos y trescientos mil habitantes de Oklahoma, Texas, Arkansas, South Dakota, North Dakota, New México y Missouri (genéricamente llamados "los Okies") emprendieron la marcha hacia California, en busca de una Tierra Prometida que ofrecía nuevos trabajos, en especial la recolección de uvas y naranjas.

Contra ese y otros fenómenos de la crisis debió luchar desde 1933 el nuevo gobierno de Roosevelt. La situación atrajo el interés del escritor John Steinbeck, que entonces residía en California y cuyos cuentos y novelas habían enfocado ya el mundo proletario. En 1936 había publicado su novela En lucha incierta (In Dubious Battle) que cuenta la organización y el fracaso de una huelga colosal en una plantación de manzanas, con la declarada intervención de agitadores comunistas pero también con su derrota. De inmediato se dedicó a la migración campesina. Viajó a Oklahoma, hizo junto a otros el penoso trayecto hacia el Oeste, habitó las villas de emergencia diseñadas antes bajo el gobierno Hoover (por lo cual se las llamaba Hoovervilles) y colaboró con el fotógrafo Horace Bristol en una extensa nota que terminaría por aparecer en la revista Life (junio 1939).

Tras un primer intento que desechó, Steinbeck se dedicó a escribir su novela Viñas de ira, que concentraba el drama colectivo en el peregrinaje de la familia Joad. El título alude a que California simbolizaba al principio las viñas prometidas en esa nueva conquista del Oeste, pero los percances del camino transfromaban esa promesa en una serie de conflictos, reconstruidos con pausa y sin prisa en una nutrida novela que en su edición original tuvo 582 páginas.


Novela con fondo

Steinbeck no hizo de los Joad una familia de héroes ni construyó en su derredor un ensayo sicológico. Con un estilo realista que comienza por el peculiar lenguaje de los diálogos, el autor apuntó la nobleza esencial de aquellos emigrantes, pero también los extremos de ignorancia, la torpeza y hasta el delito. En las primeras escenas su protagonista Tom Joad vuelve de cumplir cuatro años de cárcel, para descubrir que su casa ha sido destruida y que la partida a California será inevitable. La familia atraviesa después las muchas penurias del camino, y a sus costados aparecen también el campesino terco (Muley) que se niega a partir porque ha echado raíces en su tierra, y el predicador (Casey) que ha perdido la fe en los valores religiosos y que llega sin embargo al sacrificio personal.

Los conflictos están en el camino. Son las aldeas precarias, el costo del viaje, la explotación a manos de comerciantes y terratenientes, los fanáticos religiosos y puritanos, los agresivos vigilantes de la propiedad ajena. Los más nítidos villanos de la trama son quienes reparten volantes que ofrecen lejanos trabajos y que así consiguen mano de obra barata en el camino de los necesitados. A pesar de este cuadro amargo, Steinbeck apunta también la protección que el gobierno Roosevelt procuró dar a los emigrantes, instalando otras aldeas modernas, con electricidad y servicios sanitarios. Y al final del proceso, el autor dedica todo el capítulo XXV a describir cómo en California los grandes colonos sacrifican animales y dejan pudrir las frutas porque no les conviene pagar los salarios de la recolección.

El dato histórico fue que el gobierno pudo aliviar parcialmente la penuria de los emigrantes, dándoles algunas viviendas provisorias y confortables, pero no podía instalar muchos campamentos ni dar trabajo inmediato a miles de personas ni aportar soluciones de fondo para un amplio problema social. La depresión económica se mantuvo hasta 1939.

Retrato de vida

Como lo señalara el crítico Edmund Wilson en 1941, el texto de Steinbeck se apoya con frecuencia en datos de la biología, comparando una y otra vez a los emigrantes con muy diversos animales. En el texto del narrador impersonal, pero también en los abundantes diálogos, aparecen así la tortuga que resite la embestida de un camión (Cap. III) o la fila de hormigas que supone una metáfora del peregrinaje, o la familia que estrecha filas ante el peligro, como lo hacen las vacas frente a los lobos hambrientos. Por encima de ello, y en el plan mismo de la novela, los ciclos naturales de la existencia quedan ejemplificados en la familia Joad y en los otros personajes cercanos: el embarazo, el nacimiento, la niñez, la ancianidad y la muerte. En un vasto panorama, y sin reforzar sus símbolos con explicación alguna, el autor dibuja datos básicos de la vida humana.

Estos acentos son en Steinbeck más importantes que los obvios datos sociales. Acá hay una clase proletaria hostilizada por un sistema capitalista que da el mando a los bancos y a las grandes compañías, con el agravante de que esos villanos son impersonales y remotos, como llega a saber el campesino Muley cuando busca inútilmente contra quién vengarse.

El tema era propicio para un alegato comunista, sobre todo en la década del treinta, cuando el comunismo solía presentarse como la única salvación de un mundo en crisis. Pero Steinbeck no quiso verlo así. Los muchos diálogos de su anterior novela En lucha incierta documentan que el autor sabía muy bien las argumentaciones del comunismo en cuanto a la defensa de las clases pobres, pero también sabía de sus conductas oportunistas e hipócritas.

En Viñas de ira el autor dispone que los "rojos" sean unos pocos agitadores que terminan siendo rechazados por los campesinos. Publicada en marzo de 1939, la novela ascendió de inmediato a la lista privilegiada de los bestsellers y se mantuvo allí hasta fines de 1940, ganando además el codiciado premio Pulitzer. Esto no impidió que simultáneamente la obra fuera denunciada como "obscena" y "subersiva", en especial por cámaras de comercio y asociaciones agrícolas.


La película

En 1939, poco después de publicada la novela, el libretista y productor Nunnally Johnson se interesó por sus posibilidades cinematográficas, que eran considerables, no sólo por la actualidad del tema sino por la riqueza de sus personajes y por la continua acción que Steinbeck sugería. La propuesta parecía absurda para la 20th Century Fox, empresa donde Johnson era uno de los escritores mejor pagados y donde la producción de los últimos cuatro años participaba del escapismo general de Hollywood frente a los problemas sociales. Hasta ese momento, el cine norteamericano había ignorado al fascismo italiano, al nazismo alemán, al comunismo soviético, a la guerra civil española.

Pero el amo supremo de la Fox era Darryl F. Zanuck, que en una etapa anterior de su carrera, como escritor y como jefe de producción en Warner Brothers, había procurado innovar en las rutinas del cine, atendiendo a los temas de interés público que surgían en la prensa: El pequeño César, Enemigo público, Soy un fugitivo, Contra el imperio del crimen (1930 a 1935).

Pese a la opinión de socios y colegas, Zanuck compró los derechos de Viñas de ira en setenta mil dólares y encargó a Johnson la adaptación. A esa altura circuló en algunas revistas el dato de que Zanuck había comprado los derechos de la novela solamente para esconderla y evitar que otros la filmaran, en una mniobra capitalista que habría sido costosa pero eficaz. Enterado del rumor, Johnson se apresuró a desmentirlo. En un artículo para la revista Pothoplay, atribuyó a Zanuck una reacción orgullosa: "Muéstrame a un hombre que pueda demostrar que gasté setenta mil dólares para archivar la novela, y haré una película sobre ese hombre".

Zanuck tomó además precauciones. Contrató a una agencia privada para investigar la correción de los datos que Steinbeck aportaba en la novela, con lo que descubrió que el drama real era más amplio que el de la ficción. Envió al director Otto Brower y al fotógrafo Charles G. Clarke a registrar las caravanas de los emigrantes, un fenómeno que todavía continuaba en 1939, pero sabiendo que el título de Steinbeck despertaba resistencias, ordenó que ese rodaje de exteriores figurara como parte de un proyecto titulado Highway 66 (Ruta 66).

Al designar el equipo, el productor insistió en contar con personalidades de prestigio. El director John Ford tenía detrás una sólida carrera y un Oscar de la Academia (en 1935), el fotógrafo Gregg Toland había hecho para Zanuck un notable trabajo en el clima dramático de Les Miserables (dir. Richard Boleslawski, 1935). Para el reparto, Zanuck sabía que Henry Fonda codiciaba el papel de Tom Joad, que estaba en la línea de otros personajes suyos anteriores (en Solo vivimos una vez, en Jesse James), pero Zanuck condicionó la oferta a que Fonda aceptara un contrato de siete años con la empresa. El actor firmó y luego lamentó otros papeles asignados por Zanuck.



*Publicado originalmente en la Revista M Cine Nº 1

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Coursodon
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Mensaje por Coursodon » Mar 13 Dic, 2005 00:09

Gracias Topaz por los artículos. :wink:
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bscout
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Mensaje por bscout » Mar 13 Dic, 2005 00:23

topaz68, si hubieras leído el primer post con atención verías que uno de los artículos ya esta publicado. ;)
No creo que deba lealtad a ninguno de los dos bandos.

Ultima edición por bluegardenia el Mie 24 Ene, 2007 4:17 pm, editado 14 veces