En cuanto a textos, creo recordar que los rusos del XIX (Pushkin, Gogol y toda esa peña) dedican páginas y páginas a la nieve, las tormentas y a la permeabilidad del carácter a dichos fenómenos. A ver si este fin de semana busco algo realmente bueno.
Entretanto, dejo aquí un fragmento de La Montaña Mágica. Me temo que sea demasiado largo, aunque siempre queda la posibilidad de meter tijera y seleccionar aquéllo que sea aprovechable.
Un saludo.El valle se extendía bajo un vestido blanco,delgado, húmedo, remendado, sobre el cual se destacaba la rugosa capa de agujas de las vertientes negras. Era a principios de noviembre, en la proximidad de Todos los Santos. Y no ocurría nada nuevo. En agosto ya había pasado lo mismo y, desde hacía tiempo, uno ya estaba desacostumbrado a considerar la nieve como un privilegio del invierno. Sin cesar y en todas las estaciones, aunque a veces desde lejos, se tenía la nieve ante los ojos (...) Pero esta vez la caída de la nieve y el descenso de la temperatura se hicieron duraderos. El cielo pesaba, gris pálido y bajo, sobre el valle, se deshacía en copos que caían silenciosamente y sin descanso, con una abundancia exagerada y un poco inquietante, y de hora en hora aumentaba el frío. Había helado durante la noche y continuaba helando durante el día, desde la mañana hasta la noche, y al mismo tiempo seguía nevando con breves interrupciones, y así siete días seguidos. (...)
El mundo, el mundo alto y perdido de los de aquí arriba, parecía almohadillado; todos los palcos y salientes llevaban su gorro blanco, los escalones del Berghof desaparecían y se transformaban en un plano inclinado, y gruesos almohadones de formas extravagantes pesaban en todas partes sobre las ramas de los pinos. Aquellas masas blancas resbalaban a veces deshaciéndose en polvo, y una nube o niebla blanca se extendía entre los troncos. Las montañas de los alrededores estaban cubiertas de nieve, llenas de asperezas en las regiones inferiores, blandamente recubiertas las cimas de formas variadas que rebosaban el límite de los árboles. Reinaba la penumbra y el sol no aparecía más que como una luz pálida detrás de un velo. Pero la nieve difundía una luz indirecta, una claridad lechosa que embellecía al mundo y a los hombres, a pesar de que éstos tuviesen las narices rojas bajo los bonetes de lana blanca o de color.