Miradas.net escribió:Madurar o pudrirse
Dentro de la carrera del cineasta Luis García Berlanga podemos encontrar una serie de películas que tal vez resulten sorprendentes o rompan con la imagen que de su cine puedan haberse hecho las personas que lo identifiquen únicamente con el retrato coral de personajes de la España profunda franquista (esa que algunos parecen querer recuperar con todas las consecuencias, a juzgar por las ideas políticas que exhiben con repugnante orgullo), con la ironía soterrada a costa de las clases preponderantes de cada etapa social en la que su autor ha podido vivir. Empero, muchas películas de Berlanga tienden puentes hacia otras inquietudes, mucho más íntimamente relacionadas con su experiencia vital y su manera de ver la realidad. Es el caso del film que nos ocupa, Novio a la vista, un basado en un argumento de Edgar Neville y escrito por él en colaboración con José Luis Colina, Juan Antonio Bardem y el propio Berlanga, estrenado un año después de la descarnada (y absolutamente vigente desde el punto de vista actual) Bienvenido Mister Marshall (1953). Se trata de una historia abordada desde una perspectiva juvenil, con un grupo de chicos entorno a la quincena de edad que se van a la costa de veraneo con sus familias. La inocencia de los personajes está mucho más cerca de los de Del rosa al amarillo (1963, Manuel Summers) —una película cuyos planteamientos resultan inimitables actualmente, y si no que se lo pregunten a Javier Fesser— que de los desarraigados personajes de La busca (1967, Angelino Fons), por citar un par de películas españolas posteriores centradas en la juventud. En el film de Berlanga tienen lugar una serie de viñetas playeras costumbristas bastante plácidas por lo general, en las que se practica un humor amable y soleado, mucho menos negro de lo habitual en otras producciones de Berlanga, a veces rayando con el absurdo casi a la manera de Jacques Tati en Las vacaciones del Señor Hulot (Les vacances de Monsieur Hulot, 1953), realizada poco antes.
Quienes sólo valoren al maestro valenciano como “azote de los poderosos” es muy posible que encuentren decepcionante una película como Novio a la vista, y sin duda preferirán en ella algunas ideas concretas, como el (por otra parte, tronchante) gag inicial a costa de la silla del infante, la descripción de los padres de los chicos (fanfarrones, empalagosos, cínicos y/o expertos practicantes de uno de los deportes favoritos de los españoles: la envidia), o la conclusión del relato (un poco confusa y tediosa, todo sea dicho), en la que los mayores reciben una lluvia de piñas y cohetes por parte de sus descendientes, hecho en el que Berlanga se recrea con notable delectación. Empero, existe un aspecto mucho más interesante en el film, que no es otro que la problemática del paso de la infancia a la adolescencia. En el momento en el que la madre de Loli, la niña protagonista, decide vestirla de largo (es decir, “como toda una mujer”) por primera vez y la empuja a salir con un aburrido ingeniero de buena familia bastante mayor que ella, los niños (incluida la propia Loli) deciden enfrentarse con los adultos para que la dejen tranquila practicando sus juegos infantiles de toda la vida (los chavales tienen dos bandos, se espían entre sí, etc.), y también para que no la alejen de Eduardo, un chico de su misma edad del que Loli parece bastante prendada.
Loli se niega a crecer, al menos de momento. No quiere esas ropas apretadas y asfixiantes. Rechaza la compañía de los mayores y sus preocupaciones, que ni comprende ni tiene interés por comprender. Sólo quiere corretear descalza con sus amigos. Berlanga se acerca con curiosidad y delicadeza a esta tierna edad, y también con ciertas intenciones sensuales, pues, como él mismo ha confesado en muchas ocasiones las “lolitas” adolescentes siempre han sido de su agrado. De hecho, se barajaron para este film títulos alternativos más explícitos (y tal vez perversos) como Quince añitos o Loli se viste de mujer. Las obsesiones eróticas de Berlanga siempre han aparecido en su cine de un modo más o menos explícito, y de éste modo podría establecerse una continuidad del personaje de Loli en la Martita presente como rol secundario de Plácido (1961). El mundo de estas chicas jóvenes y soñadoras, que viven entre algodones y llevan su alegría por donde quiera que vayan parece interesar mucho, al menos en una cierta época, a Berlanga. Sin embargo, los secretos de esa vida nos son esbozados levemente mucho más que mostrados, y contrastan con las cuitas y las pesadísimas cargas de los personajes adultos, que aplastan cualquier atisbo de materialización fílmica de semejante vida sensual, convertida en un universo soñado brevemente por el cineasta en contraposición a la miseria y precariedad de cuanto le rodea.
En las dos secuencias finales de Novio a la vista, tanto Loli como Eduardo, una vez acabado el verano, se encuentran mirando por la ventana, conformando un par de estampas clásicas de melancolía adolescente. Eduardo aprovecha el momento para escribir con el dedo el nombre de Loli en el cristal, para acto seguido proceder a borrarlo. Del mismo modo, Loli también escribe algo con el índice en su ventana, pero en lugar de “Eduardo”, decide reproducir el nombre del ingeniero con el que su madre pretendió emparejarla, mientras conversa con su perrito sobre las maravillosas cualidades de tan magno caballero… Esta rima asimétrica, no poco envenenada, resulta fundamental para entender un concepto que el film no oculta en ningún momento: En el caso de la chica, el espíritu libre de la niñez es finalmente sustituido por el imaginario de los adultos, pero ello no es así en el caso del chico, que aún mantiene los mismos conceptos de la infancia vivos en su fuero interno. Estamos, sin duda, ante otro caso del famoso “complejo de Peter Pan”, o lo que es lo mismo, la negativa a incorporarse al mundo adulto, a asumir sus absurdas responsabilidades y, sobre todo, la única manera de conseguir que cuanto menos algunos de los sueños y construcciones mentales de la juventud no sean enterrados o desintegrados definitivamente, de no acabar siendo momificado por la pesadez de los asuntos laborales o familiares. Un concepto muy arraigado en el cine español, desde Iván Zulueta hasta Víctor Erice, y que tiene también en Berlanga a un importante practicante desde épocas muy tempranas de su filmografía.
Algunas viñetas de la película cuentan con la presencia inconfundible del actor José Luis López Vázquez. Atribulado, con esa tirantez tan propia de los hombres de la época, se pasea por la playa y, en una ocasión, intenta besar a una chica mientras viajan a bordo de una barca consiguiendo únicamente darse un buen remojón. Si hay una película con la que, según pienso, puede enlazar Novio a la vista dentro de la filmografía berlanguiana es sin duda ¡Vivan los novios! (1970). En este film, uno de los más sorprendentes de su responsable según han reconocido muchas voces, el personaje encarnado por López Vázquez intenta ligar, de nuevo en un entorno playero, con alguna de las muchas “jamonas” extranjeras que le rodean por todas partes, mientras brega con el compromiso que le unirá en matrimonio con una mujer que, sinceramente, parece pertenecer a una especie animal distinta a la de semejantes bellezas europeas. Sin embargo, es incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos y sus deseos, que tienen bastante de anhelo adolescente, no llegarán a materializarse. Los sueños juveniles perviven, aunque sólo sea en la imaginación o en un mundo fetichista construido a medida de los mismos, como el del protagonista interpretado por Michel Piccoli en Tamaño natural (Grandeur nature, 1974). El propio Piccoli cierra un círculo en la filmografía de Berlanga con su papel en París Tombuctú (1999), donde el nihilismo moral de quien no espera, desea o confía en nada le permite moverse por el mundo recuperando las pocas esencias juveniles que la edad le permite. En algunas declaraciones televisivas aún recientes, Berlanga declaraba su interés por el aislamiento como medio de crecimiento personal y por intentar traer de nuevo a su mente sensaciones de juventud y re-edificar lo que constituía para él la realidad en épocas remotas de su vida. Planeaba dedicarse a ello en soledad el tiempo que le queda de vida, a través de la recuperación de cuadernos y otros objetos personales. Una forma como otra cualquiera de negarse a abandonar del todo la propia Neverland…